En el marco del Centro de Pensamiento Pablo VI se ha celebrado el coloquio “Del Concilio al Sínodo. Mujeres que abrieron camino”, con la participación de Myriam García Abrisqueta, tesorera general de la UMOFC y expresidenta de Manos Unidas; Eva Fernández, presidenta de Acción Católica General; Mª Lía Cervino, servidora, miembro del Dicasterio de los Obispos y ex presidenta de la UMOFC; y Mª José Arana, religiosa del Sagrado Corazón y teóloga
Cuando en el año 1963, en las primeras sesiones del Concilio Vaticano II, el cardenal Léon-Joseph Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas, preguntó ¿Dónde está la otra mitad de la Iglesia?, estaba poniendo de manifiesto la gran ausencia de la mujer en un lugar y un momento decisivo para la historia de la Iglesia. El acontecimiento eclesial más importante del siglo se estaba celebrando sin contar con las mujeres, que no fueron incorporadas como auditoras hasta la tercera sesión. Entre las 23 mujeres , -las llamadas “Madres del Concilio”, como se las definía-, estaba la laica española Pilar Bellosillo. Su presencia, tal y como anunció el propio Pablo VI en la audiencia a los responsables de las organizaciones, había de ser más bien simbólica. No tenían derecho a voz ni voto y, en varias ocasiones, a Bellosillo, presidenta de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas, se le negó la oportunidad de hablar durante las congregaciones generales.
Pero, en un contexto social y político, especialmente en España, donde la mujer tenía poca presencia en lugares decisivos -ni la Corte Suprema de los Estados Unidos contaban con presencia femenina-, la incorporación de mujeres al Vaticano II efectuada por Pablo VI resultó una decisión audaz. Para Pilar, como para algunas mujeres que ya en aquellos años estaban haciendo un arduo trabajo en organizaciones católicas, la Iglesia fue el lugar donde descubrieron el feminismo. Así lo confesaba la propia Pilar en sus memorias “no sólo se puede ser feminista, aunque se sea cristiana, sino que se debe ser feminista porque se es cristiana”. Y también Mary Salas, una de sus máximas colaboradoras, confesaba, en más de una ocasión “que yo al feminismo lo descubrí dentro de la Iglesia. (…) Lo cual no quiere decir que, como mujer, no haya encontrado y encuentre muchas dificultades dentro de la Iglesia y haya sufrido cantidad de incomprensiones”.
Ambas trabajaron incansablemente para lograr que la mujer ocupara aquellos espacios que históricamente les habían sido vetados en la política, en la sociedad, en la educación y también en la Iglesia, reclamando desde su condición de bautizadas, su fe profunda y su gran sentido de la lealtad y del compromiso, una igualdad efectiva, frente a la “ambigüedad sostenida” a lo largo de los siglos.
El coloquio celebrado el 26 de noviembre en el marco del Centro de Pensamiento Pablo VI, ha buscado de una manera sencilla, pero emotiva, rendir homenaje a aquellas mujeres que hoy, 70 años después, siguen siendo inspiración para todas las que hoy, dentro y fuera, trabajan para que la voz de las mujeres se siga escuchando en los lugares donde se toman decisiones. Fueron Myriam García Abrisqueta, tesorera general de la UMOFC y expresidenta de Manos Unidas; Eva Fernández, presidenta de Acción Católica General y una de las mujeres que, como Pilar Bellosillo en el Concilio Vaticano II, ha estado presente en el Sínodo de la Sinodalidad, con voz, pero sin voto; Mª Lía Cervino, servidora, miembro del Dicasterio de los Obispos y ex presidenta de la UMOFC; y Mª José Arana, religiosa del Sagrado Corazón, teóloga y promotora junto con Mary Salas del Foro de Estudios sobre la Mujer y autora, entre otros libros, de Mujeres sacerdotes, ¿por qué no?
En el coloquio, moderado por la directora de Comunicación de la Fundación Pablo VI, Sandra Várez, e introducido por Jesús Avezuela, se abordaron múltiples cuestiones: qué paralelismos hay entre el papel de las “madres del Sínodo” y las mujeres presentes en el Sínodo hoy; cuántas de sus demandas han sido escuchas y cuáles no; por qué sigue sin estar madura la cuestión del diaconado femenino; si es y será una cuestión eternamente inabordable el sacerdocio para la mujer; y cuánto se está avanzando o retrocediendo en la sociedad en general en materia de igualdad real.
El propio director general reconoció, en sus palabras iniciales, lo mucho que queda por avanzar para que esa igualdad se vea en los órganos de gobierno de las instituciones de Iglesia, que suelen estar, en última instancia, regidas por hombres por su condición de clérigos y obispos.
Eva Fernández, presidenta de la Acción Católica General
A diferencia de lo que ocurrió en aquellos años del Concilio, en esta ocasión, el Sínodo de la Sinodalidad sí ha contado con mujeres que han tenido voz y voto. 54 de las más de 80 que han asistido en esta ocasión han podido votar las cuestiones más importantes que se han tratado. No ha sido el caso de Eva Fernández, que, como invitada especial por Acción Católica, ha podido expresar sus opiniones libremente, pero no votar. “Esa escucha y ese diálogo conjunto se ha producido de tú a tú, ha habido una corresponsabilidad real”, asegura. “Ahora queda el siguiente paso, que es ser capaces de vivirlo en nuestras diócesis, parroquias y en las realidades que nos movemos”.
Sin embargo, como hace más de 50 años, ha habido cuestiones que han generado controversias en este gran encuentro eclesial y han vuelto a ser guardadas en el cajón, como la cuestión del sacerdocio, o, incluso, del diaconado femenino. “En estos debates es cuando se producían más tensiones”, reconoció Eva, que piensa, por eso, que ese tema no puede ser un escollo que impida avanzar en lo demás. “Me daría pena que por esto no se materializara en una mayor responsabilidad de la mujer en la Iglesia”, dijo.
Algo que también pensaba Mary Salas, quien hablaba de este debate sobre la cuestión del sacerdocio como un obstáculo que impedía abordar “la discriminación fundamental que se extiende a todas las mujeres”. Sin embargo, en lo referido al diaconado femenino, ya en aquellos años la propia Mary concebía como “incomprensible” que no se considerara esto una cuestión madura. 60 años después, en el Sínodo de la Sinodalidad no solo se ha seguido considerando un tema inmaduro, sino que se ha acabado excluyendo de las deliberaciones. “Algunas esperábamos más”, en esta cuestión del diaconado y en otros asuntos, reconoció María Lía Cervino, que, aunque tiene puesta su esperanza en un pontificado como el de Francisco, un Papa “que habla con hechos y con ejemplos y prueba de ello es el rostro de la Curia romana donde hay muchas mujeres”, siente que hay muchos ámbitos en los que queda mucho por avanzar. Por ejemplo, en el de la formación. Para Cervino, apostar por la mujer es invertir también con tiempo, recursos y dinero en su formación para que pueda estar en lugares donde aún no se cuenta con ellas, como el discernimiento para la elección del episcopado, en el apoyo a los nuncios o en una cosa tan “fundamental” como los tribunales de Derecho Canónico. “¿Cómo es posible que la mujer no esté en aquellos tribunales donde se habla del matrimonio y la familia?”, se preguntó.
María Lía Cervino, servidora y miembro del Dicasterio de los Obispos
En la misma línea se manifestó, por su parte, Myriam García Abrisqueta, cuyo papel ha sido muy visible en organizaciones como Manos Unidas y ahora en la UMOFC. Aunque no lo siente así en su caso, sí que “ocurre muchas veces que ese protagonismo no va unido a una toma de decisiones plena que implique no tener que ser evaluada constantemente por el ámbito clerical”. Por eso, cree que, más que en una imagen protagonista, hay que trabajar en una “responsabilidad real que vaya calando en todos los entornos, también a las parroquias”.
Myriam García Abrisqueta, tesorera general de la UMOFC
María José Arana fue más allá. “Vamos muy a la zaga para que la Iglesia vaya al ritmo de la sociedad”, dijo, y “me decepciona mucho que aquello que hace 50 años no estaba maduro siga sin estarlo y ni se toque”. En su opinión, “sin la potestad de orden y la potestad de jurisdicción las mujeres seguiremos siendo invisibles”. Por eso, cree que es importante que exista esa puerta para “vivir la propia vocación”, que no le puede ser negada a las mujeres. Quizá, añadió, lo que temen es que si entran las mujeres “haya de verdad un cambio”.
María José Arana, religiosa del Sagrado Corazón, teóloga
En el coloquio, se habló de otras muchas cuestiones que transcienden el papel de la mujer en la Iglesia: de la división de la lucha feminista, del retroceso que se está dando en algunos contextos, y de la confrontación de sexos desde la que muchas veces se entiende el feminismo. Obviamente, la realidad de la mujer en el mundo no puede ser jamás generalizada, tal y como apuntó Miriam García Abrisqueta, que recordó todos aquellos lugares donde ni siquiera pueden ir a la escuela, donde no tienen derecho a la tierra ni es respetada su dignidad. Salvando este abismo, María Lía Cervino reclamó un cambio de actitud en hombres y en aquellas mujeres que siguen también siendo “machistas y que educan para el machismo”. Eva Fernández, por su parte, mostró su preocupación por una vuelta atrás en algunas actitudes de chicas muy jóvenes que se someten a un control y a unas relaciones nocivas que atentan contra su libertad y su dignidad. Y María José Arana abogó por una apuesta convencida y real por parte de los varones, para que esta cuestión de “la igualdad no sea solo cosa nuestra”. Una actitud que, más allá de las meras palabras, sigue siendo muy minoritaria, como denotó este mismo coloquio cuyo mero título redujo la presencia masculina a una abrumadora minoría.
Quizá sea cierto que esa “madurez” que reclamaban aquellas mujeres del Concilio no haya llegado todavía. O quizá no existe la valentía y la generosidad suficiente de contar con la decisión de la mujer en la Iglesia en todos los contextos y sin paliativos. Llegará el día, concluyó Eva Fernández, “que se vuelva normal que estemos en aquellos lugares donde podemos estar”. Cada pequeña conquista, decía Mary Salas, “es irreversible y en algún momento se llegará al punto del cual el retorno es imposible”. Ese día estaremos también donde debemos.
Sandra Várez