El pasado 18 de junio fue presentada la segunda Carta encíclica del Papa Francisco, titulada “Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común” (LS). Un documento que, como señala el mismo Santo Padre, desea que se agregue “al Magisterio social de la Iglesia”, ayudándonos “a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta la actual crisis ecológica” (LS 15).
Es difícil en unas pocas líneas abarcar el rico e interpelante contenido que trasmite toda la Encíclica. Tampoco lo pretendo. Permitidme unas brevas reflexiones. Desde el título del documento, el papa Francisco nos invita a alabar a Dios por la belleza de la creación, como un niño pequeño que contempla lleno de orgullo las obras de su Padre. El subtítulo de la encíclica, «El cuidado de la casa común», resalta la idea que envuelve toda la carta: el cristiano no está solo, el cuidado del regalo de la creación es una tarea que compartimos con todos los hombres. A los cristianos “nada de este mundo nos resulta indiferente”, y debemos sentirnos “llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud” (LS 53). Sí, debemos tomar conciencia de los múltiples problemas que afectan a nuestra casa común y “convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar” (LS 19). El Papa manifiesta su intranquilidad por la “debilidad de las reacciones” frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Es verdad que no faltan ejemplos positivos, pero muchos ámbitos adolecen de una cultura adecuada y de la disposición a cambiar de estilo de vida, producción y consumo. La raíz profunda de los problemas ambientales es un antropocentrismo que pretende ser criterio de verdad y de bondad, deformando el uso de la tecnología, la ciencia, la investigación y la innovación, el trabajo y la política. Es necesaria una nueva cultura, “otra mirada” para que el hombre se pueda servir de ellas para el cuidado de la casa común. El buen uso de la tecnología y de las ciencias requiere un cambio en las personas, reconocer que «el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado» (LS 115). El punto central se puede resumir en la frase: «no hay ecología sin una adecuada antropología» (LS 118). Junto a esta idea central podemos encontrar otras enormemente sugerentes: “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta”, “la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología”, “la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida” (n. 16).
Cualquier cambio que verdaderamente quisiésemos afrontar exige por nuestra parte una “conversión “ecológica”, que implica [para los cristianos] dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS 217). Ser protectores de la obra de Dios incluye, en primer lugar, la protección de nuestros hermanos más frágiles. El Papa advierte sobre la falsa esperanza que ofrece una racionalidad instrumental que pretende “crear una “ciudadanía ecológica” a través de la aplicación de tecnologías o la creación de normas o leyes y un control efectivo. Si se quiere que se produzcan “efectos importantes y duraderos es necesaria […] una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico” (LS 211). Requiere plantearse preguntas de fondo sobre el sentido de la existencia y el valor de la vida social: “¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?” (LS 160). Sólo la respuesta a estos interrogantes nos ayudará a adquirir «la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida» (LS 202).Por lo tanto, la conversión ecológica requiere «examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones » (LS 218). Son muchos los ejemplos que salpican las páginas del documento que nos invitan a hacer examen. A la vez, son una invitación a descubrir que nuestro encuentro con Jesucristo tiene consecuencias a la hora de relacionarnos con el mundo que nos rodea.
Os animo a conocer en profundidad el documento, a leerlo, trabajarlo y a dejar que ilumine la realidad de nuestro día a día. En la diócesis tendremos una presentación el próximo 20 de Octubre. Seguro que es una ocasión magnífica para motivarnos a trabajarlo y a recibirlo. Os invito a todos a participar en dicha presentación.
Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín