Artículo publicado en nº 4.064 Ecclesia
Hay muchas formas de mirar la realidad que nos rodea. En estas circunstancias, casi todas las miradas tienen una gran dosis de desesperanza. En mi caso, el sentimiento es más de preocupación como consecuencia de los numerosos síntomas de pobreza que se están evidenciando en tantas personas de nuestro entorno. Desde la atalaya de la Pastoral Social de la Iglesia vemos cómo la salud, la economía, el trabajo, etc., todo ello se está deteriorando al mismo tiempo y dejará millones de descartados en nuestro país.
Después de ocho meses, más o menos, de propagación del virus (y con el horizonte de las vacunas que están apareciendo) se pueden observar algunos impactos de esta crisis: la limitación de derechos, el incremento de la desigualdad en la sociedad española y la desvinculación cada vez más de la moral, especialmente del objetivo de bien común.
La pandemia en la sociedad española ha venido a evidenciar las rupturas, tendencias negativas y fallos de nuestra sociedad. Según el VIII Informe FOESSA, la pandemia ha dejado al descubierto una estructura social precaria, una desigualdad profunda, una falta de oportunidades para los últimos, una protección social claramente insuficiente y una comunidad debilitada que, aunque resurgió en el primer momento de la crisis, no es capaz de mantener la llama viva para avanzar hacia la “nueva normalidad”.
Limitación de derechos humanos especialmente en el campo de la salud (los derechos que tienen relación con los cuidados), y del trabajo. En la salud, se ha puesto en riesgo a las personas en sus necesidades más básicas (falta de recursos sanitarios esenciales, comportamientos irresponsables, lucha política…); y por otra parte el derecho a la dignidad del trabajo. Muchos de los trabajadores en sectores autónomos y de economía informal se sienten abandonados por una sociedad que siempre favorece a los más seguros en su trabajo. Muchos de los destinatarios de la Pastoral Social forman parte de estos grupos de trabajadores precarios. Según los datos aportados por Cáritas en sus Informes FOESSA es especialmente crítica la situación de las personas que se ganan la vida en la economía informal, cuyos ingresos se han reducido un 70%. Familias y personas, en muchos casos de origen inmigrante con situación administrativa irregular y para quienes, dicha economía informal, es la única vía posible para ganarse la vida y el pan.
Otro de los graves síntomas de esta situación es el incremento de la desigualdad en la sociedad española. Respecto a este problema, que ya es estructural en nuestro país, hay que decir que no es ni más ni menos que el reflejo de una sociedad injusta de forma permanente. Una muestra de esta situación de desigualdad es ver como se plantean subidas de salarios a funcionarios (incluidos políticos) y pensionistas mientras muchos miles de trabajadores que ni siquiera cobran el ERTE se sumergen en la miseria y pobreza más lacerante.
Y un factor nuevo, que ya advierte Fratelli tutti, y que nos interroga sobre el verdadero progreso de la sociedad, es la brecha digital que aparece como un nuevo elemento generador de exclusión, tal como detecta Cáritas en sus investigaciones más recientes. Contar con dispositivos, conexión y habilidades suficientes para manejarse en internet se está convirtiendo en algo absolutamente necesario para desenvolverse con éxito en la búsqueda de empleo, en las oportunidades formativas, en las relaciones con la administración, en el ámbito escolar, etc. Nuestra pregunta sería ¿cuántos de estos trabajadores precarios, de la economía informal pueden realizar sus gestiones más necesarias con los medios electrónicos? Esto nos permite descubrir que la brecha digital, que hasta ahora se contemplaba como una consecuencia de la exclusión, ahora también debe considerarse como causante de la misma.
Finalmente, entre los síntomas de una sociedad injusta y alejada del compromiso con la dignidad humana está la pérdida progresiva de referentes morales como es el objetivo del bien común. Como bien subraya el Papa Francisco (FT, capítulo 1 Sombras de un mundo cerrado), la globalización, el mundo digital, la fatiga civil y política que llega hasta el hastío de las sociedades civiles, la desafección por la política y los políticos, la propia mercantilización de la sociedad o la falta de liderazgos sociales y políticos marcan una concepción de la vida pública diversa, compleja y enmarañada. Esta situación se ha visto acelerada e intensificada por la pandemia de la covid-19 en nuestro país.
La política que se desarrolla habitualmente en España, también como reflejo de un mundo acostumbrado al conflicto como táctica de confrontación, es una política ausente de consenso y de mirada común para abordar los graves problemas de una sociedad sumida en la desigualdad. Personas sin hogar, víctimas de trata, presos y encarcelados sin derechos, sectores profesionales muy deteriorados por la pandemia, emigrantes hacinados y estigmatizados por su situación de irregularidad, etc, todos ellos han encontrado respuestas insuficientes y tardías. La descoordinación administrativa y la confrontación política han dejado en el “limbo” a tantas personas excluidas, sin noticia. El culmen de dicho silencio ha sido la soledad de las familias y de los enfermos que han fallecido o que han vivido una experiencia límite en su vida como enfermos de covid.
Necesariamente, desde la pastoral social y nuestro compromiso cristiano, la pregunta pertinente (además de lo que ya se está haciendo) es: ¿cuál debe ser la respuesta cristiana a esta situación? El Papa Francisco en Fratelli tutti nos pone en la pista adecuada: “No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y trasformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas” (nº 77).
Evidentemente, una parte de esa respuesta vendrá por el lado asistencial y de eso ya se están ocupando bastantes comunidades cristianas y organismos eclesiales. Pero mi propuesta va sobre todo en la línea personal y estructural. Es muy necesario el acompañamiento a las personas en situación de vulnerabilidad, ante la soledad, la impotencia y la incertidumbre sobre el futuro. Es necesario implicar a los jóvenes en la acción caritativa y social de la Iglesia. Estamos en un momento histórico ideal para dar valor al compromiso solidario y cristiano de los jóvenes, como una opción por una cultura diferente, por asumir valores de consenso, de diálogo y de una espiritualidad que se nutre de la fraternidad.
Por último, es urgente concienciar a los cristianos sobre la dimensión social de la fe y la caridad política. Esto ayudará a renovar las comunidades cristianas de tal forma que no se produzca una disociación entre la fe y la vida para que todas las personas puedan ver respetados sus derechos fundamentales (cf. FT 107).
Fernando Fuentes Alcántara
Director de la Comisión de Pastoral Social y Promoción Humana
Subdirector de la Fundación Pablo VI