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Caritas in veritate: un nuevo paradigma del desarrollo

SoutoCoelhoJuanEl Papa Benedicto XVI nos ha acostumbrado a la lectura de documentos extraordinarios, de reflexión intensa, pedagógicamente bien guiada. Caritas in veritate, la caridad en la verdad, es un texto denso, quizá demasiado extenso, pero en el cual no sobra información, reflexión teológica moral y sabiduría.

A través de sus páginas, a lo largo de 79 números, en una introducción, seis capítulos y una conclusión, Benedicto XVI, de una manera sólida y pedagógica, va ayudando a buscar la fuerza perenne y constante que impulsa y alimenta el verdadero desarrollo humano integral, es decir, la verdad del desarrollo reside en la verdad sobre el amor.

Lo primero que llama la atención es la introducción: es una de las más largas de todas las encíclicas sociales y también la más doctrinal. Se percibe rápidamente que es de su mano, percepción que se confirma cuando empezamos a leer los seis capítulos siguientes, que sugieren influencias y estilos de varios autores. Hay que encontrar el núm. 52 y esperar la conclusión para volver a encontrar el estilo genuino de Benedicto XVI.   

La metodología expositiva se construye sobre la dialéctica-diálogo fe-razón, natural-sobrenatural, material-espiritual, ley natural-ley divina… que resuelve siempre con equilibrio y armonía. Es un texto propositivo, que no carga las tintas de la condena y el reproche, aunque no renuncia a denunciar las desviaciones e insuficiencias, la injusticia y el pecado del modelo de desarrollo actual.

El texto delimita, reflexiona y relaciona, en rasgos generales y suficientes, todas las grandes cuestiones actuales de la economía, la cultura, la política, el desarrollo en la era de la globalización; las cuestiones que están en las agendas de los mandatarios mundiales, en las diversas cumbres de la comunidad internacional, de los organismos intergubernamentales y las organizaciones de desarrollo. A partir de una información objetiva y exhaustiva, el Papa asume vocabulario y conceptos que, desde Populorum progressio a esta parte (1967-2009), se han ido incorporando, de manera evolutiva, al patrimonio de la cooperación al desarrollo. Los grandes análisis y las estrategias de intervención están delineadas y sugieren soluciones y compromisos para un nuevo paradigma y una nueva cooperación al desarrollo.

Las Organizaciones eclesiales y católicas de desarrollo, como Caritas y Manos Unidas, nacidas en los años 60, que han crecido y se han fortalecido al calor del Concilio Vaticano II y de la encíclica Populorum progressio, tienen ahora en Caritas in veritate un renovado fundamento y estímulo para repensar y profundizar no sólo en su propio “ser más”, sino también en el “hacer más” en pro del verdadero desarrollo humano como vocación de cada persona y de cada pueblo.


¿Un nuevo “eje” en la elaboración y comprensión de la DSI? Una cuestión para explorar

En Caritas in veritate no encontramos “doctrina nueva”; tenemos una síntesis perfecta de las enseñanzas sociales sobre el desarrollo humano, aparecidas en diferentes documentos en los últimos cuarenta años, expresada de manera renovada, enriquecida con nuevos matices y actualizada de acuerdo a las nuevas realidades, enfatizando el desarrollo como vocación cuya fuerza es el Amor.

Sin embargo, hay un aspecto que me llama la atención y que puede representar un enfoque novedoso. Me refiero a lo que llamamos “eje” en torno al cual venimos estudiando y elaborando la DSI: la centralidad de la persona en virtud de su dignidad sagrada y de los derechos y deberes que de ella se derivan. En Sollicitudo rei socialis 41 y 42, cuando Juan Pablo II quiere decir qué es y qué no es la DSI y qué podemos esperar de ella, todo lo refiere, de manera reiterativa con expresiones similares, más de quince veces, a la persona.

En Caritas in veritate, Benedicto XVI parece que prefiere obviar como “eje” el principio original de la “dignidad de la persona” para reemplazarlo por la verdad sobre la “Caridad”, reelaborando, de alguna manera, el “eje” de la DSI. El acento prioritario sobre la “caridad” induce a pensar que la dignidad de la persona, en virtud de su condición de hijo e imagen de Dios, brota de su infinito Amor. 

Al inicio de la encíclica, en el núm. 2, leemos:

“La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica « Dios es caridad » (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza”.  

En el núm. 5, coherente con este enfoque, el Papa ofrece una definición de la DSI al afirmar:

“La doctrina social de la Iglesia responde a esta dinámica de caridad recibida y ofrecida. Es «caritas in veritate in re sociali», anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Dicha doctrina es servicio de la caridad, pero en la verdad. La verdad preserva y expresa la fuerza liberadora de la caridad en los acontecimientos siempre nuevos de la historia”.

Todavía más explícito es el núm. 6: 

«Caritas in veritate» es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orien­tadores de la acción moralDeseo volver a recordar particularmente dos de ellos, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad en vías de globalización: la justicia y el bien común”.

¿Es así?


¿Cómo hay que leer Caritas in veritate? Una didáctica a construir

Impresiona el trasfondo de espiritualidad y contemplación que se percibe a lo largo de la lectura. El texto nos va introduciendo en los grandes problemas e inquietudes de un mundo envuelto en múltiples crisis, configurando los capítulos como cuadros homogéneos de situaciones; pero, desde el principio nos remite a un cuadro central que irradia la luz y el sentido al conjunto y a las partes.

Esta dinámica que experimenté en la lectura me sugiere proponer que tomemos la figura del retablo como  metodología de estudio. No podemos leer Caritas in veritate de manera rectilínea, lineal, un capítulo tras otro… Hay que leerla de manera radial, tomando como cuadro central la Introducción, reforzada en el núm. 52 y culminada en la conclusión. Desde esta calle central se esclarece todo lo demás; sin esta calle, todo lo demás permanece en el relativismo vacío de fundamento.

“La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz” (núm. 1).

Este principio nuclear se reafirma en el núm. 52:

“La verdad, y el amor que ella desvela, no se pueden producir, sólo se pueden acoger. Su última fuente no es, ni puede ser, el hombre, sino Dios, o sea Aquel que es Verdad y Amor. Este principio es muy importante para la sociedad y para el desarrollo, en cuanto que ni la Verdad ni el Amor pueden ser sólo productos humanos; la vocación misma al desarrollo de las personas y de los pueblos no se fundamenta en una simple deliberación humana, sino que está inscrita en un plano que nos precede y que para todos nosotros es un deber que ha de ser acogido libremente. Lo que nos precede y constituye —el Amor y la Verdad subsistentes— nos indica qué es el bien y en qué consiste nuestra felicidad. Nos señala así el camino hacia el verdadero desarrollo”.

Y se vuelve a reafirmar en la conclusión, núm. 78 y 79:

“Sin Dios el hombre no sabe donde ir ni tampoco logra entender quién esAnte los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: « Sin mí no podéis hacer nada » (Jn 15,5) (núm. 78).

“El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor. El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz” (núm. 79).

Además, todo el documento parece “requerir” e invitar a una espiritualidad de contemplación. Lo que está realmente en juego es la búsqueda de la verdad sobre el hombre, la caridad y la fraternidad que  el desarrollo humano; y éstos se esclarecen definitivamente en la búsqueda de la verdad sobre Dios Creador y en la búsqueda de la verdad sobre la condición de hijo e imagen de Dios de cada ser humano. La globalización nos ha acercado más, nos ha proporcionado acceso a más objetos…, pero no nos ha hecho más hermanos y más felices.

Juan Souto Coelho
Profesor del Master de Doctrina Social de la Iglesia




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