La reciente presentación del ensayo Conservar la educación, de Bianca Thoilliez, ha suscitado un interesante debate en torno al papel del docente, la innovación educativa y los fines últimos de la escuela. La obra, escrita con un tono sereno y alentador, propone una defensa de la educación como bien común que debe ser preservado frente a las lógicas de mercado y la obsesión por la novedad. Sin embargo, desde la experiencia directa en contextos educativos donde se concentran muchas de las fracturas del sistema —espacios en los que se acompaña a jóvenes que han sido desplazados o desatendidos por las estructuras escolares convencionales—, este artículo propone una lectura crítica de la obra, reconociendo sus aportaciones y señalando algunos puntos de fricción que invitan a seguir pensando la educación desde lo concreto.

1. Una obra que interpela desde la esperanza
El ensayo de Thoilliez se sitúa en una línea de pensamiento que reivindica la educación como un bien común que debe ser preservado. Su defensa del docente como artesano y su apuesta por una pedagogía que no se rinda al utilitarismo ni a la lógica de la inmediatez resultan especialmente valiosas en un contexto de creciente tecnocratización de la escuela.
2. La experiencia como lente crítica
Desde la práctica docente en Formación Profesional Básica, acompañando a jóvenes que han sido marginados por el sistema, surgen interrogantes sobre el alcance de esa “conservación”. ¿Qué estructuras estamos preservando? ¿A quién benefician? La experiencia en el aula muestra que, en muchos casos, conservar puede equivaler a perpetuar dinámicas de exclusión. Por ello, resulta imprescindible que cualquier propuesta de preservación educativa se someta también a una revisión crítica de las estructuras que, en nombre de la tradición, pueden dejar fuera a quienes más necesitan ser incluidos.
3. Variación e innovación: ¿una falsa dicotomía?
Uno de los conceptos clave del libro es la contraposición entre variación (como forma de preservar con matices) e innovación (como ruptura). Sin embargo, esta dicotomía puede resultar excesivamente rígida y puede admitir algunos matices. La metáfora musical que propone la autora —interpretar una melodía con variaciones— es muy sugerente, rica y evocadora, pero quizá podría enriquecerse si exploramos la posibilidad de “tocar en otra clave”, sin miedo a que la melodía nos sorprenda y suene diferente. Innovar no siempre implica romper, sino a veces reinterpretar lo heredado desde nuevas coordenadas.

4. Lo invisible en educación: una dimensión a recuperar
Durante la presentación del libro se echó en falta una reflexión más explícita sobre los aspectos invisibles del acto educativo: la escucha, la empatía, la paciencia, el afecto. Estos elementos, difíciles de medir o traducir en resultados, constituyen sin embargo el núcleo de la relación pedagógica. Aunque puedan estar implícitos en la obra, su visibilización resulta clave para una comprensión integral de lo que significa educar. La escuela no solo transmite conocimientos: también acoge, sostiene y transforma. Estos bienes intangibles, a menudo asociados al ámbito familiar, no pueden quedar confinados exclusivamente a ese espacio. También deben ser reconocidos y cultivados en el aula y en la vida escolar, como parte fundamental del proceso educativo. Además de los bienes escolares que la autora invita a preservar, sugiero contemplar otros bienes invisibles para enriquecer la visión humanizadora que propone.
5. Conclusión: hacia una educación que acoja y transforme
Conservar la educación es una obra valiente y necesaria, que invita a pensar con hondura el papel del docente y el sentido de la escuela. No obstante, desde la experiencia con los márgenes del sistema, se hace imprescindible complementar esa mirada con una pedagogía que no solo conserve, sino que también transforme. Una educación que no tema sonar diferente, si con ello logra abrir ventanas al mundo para quienes más lo necesitan.
Eva Vázquez, mentora de jóvenes y adolescentes
Fundación Pablo VI









 
						 
						