Dejamos Madrid, tras dos largas semanas de negociaciones, con la triste sensación de que demasiados actores de la COP25 están desconectados del estado de emergencia en el que vivimos. Pese a que la conferencia se realizó bajo el lema "Tiempo de Actuar", y pese al creciente movimiento de activistas que salieron a las calles en busca de justicia climática, la COP 25 no alcanzó los resultados que se necesitan para acelerar la implementación del Acuerdo de París.
Aunque para muchos esta COP estaba concebida como una reunión "técnica" y un momento de transición hacia el 2020, los "detalles" se han dejado de lado. Y estos detalles son importantes para proporcionar un marco claro y permitir que los países presenten planes nacionales ambiciosos (incluidas políticas y presupuesto) para 2020. En este caso, no se ha acordado un plazo determinado para presentarlos (los denominados NDC- Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional), lo que puede provocar que los países esperen hasta el último minuto de la COP26 para anunciar y definir sus acciones y complicar, por tanto, la tarea de la presidencia del Reino Unido para la próxima cumbre.
Otro elemento importante que se discutió en Madrid es el "Artículo 6" del Acuerdo de París, que establece cómo los países pueden colaborar para reducir las emisiones de CO2 a través de un “mercado de carbono”. Una propuesta a la que los miembros de las organizaciones católicas de justicia social siempre hemos sido reacios, puesto que se centra únicamente en sancionar económicamente a los grandes emisores, sin regular sus niveles de contaminación. Las negociaciones de Madrid tenían como objetivo aclarar los vacíos de este artículo y añadir el respeto de los derechos humanos y la integridad ambiental. Lamentablemente, algunos representantes de las naciones participantes no mostraron ningún interés por estos aspectos.
Tampoco ha sido capaz la COP25 de dar pasos concretos hacia la solidaridad, ya que los países desarrollados, que son los principales causantes de la crisis climática, se niegan a dar una compensación financiera a los países en desarrollo.
Trabajar por la justicia climática
Inspiradas por la Encíclica Laudato Si' del Papa Francisco, muchas organizaciones católicas comprometidas diariamente a trabajar por la justicia climática que hemos seguido de cerca las negociaciones de la COP25, venimos reclamando, precisamente, una mayor solidaridad con los que más pagan las consecuencias de esta crisis, los países más pobres. La carta que escribió el Papa Francisco a la presidencia de la COP25 al comienzo de la Cumbre, fue un aliento en este compromiso de poner el foco en los que más sufren el cambio climático. En su mensaje recalcó la necesidad de "promover procesos de transición, así como una transformación de nuestro modelo de desarrollo, para fomentar la solidaridad y reforzar los fuertes vínculos entre la lucha contra el cambio climático y la pobreza". Por eso, en las discusiones sobre cómo mitigar el cambio climático, deben incluirse salvaguardas sociales y ambientales sólidas que tengan en cuenta el respeto a los Derechos Humanos, para que cualquier acción implementada bajo el Acuerdo de París no perjudique a las comunidades locales.
El reciente Sínodo de la Amazonía fue un ejemplo, pues mostró cómo en cuestiones como las reglas del Mecanismo de Desarrollo Limpio, se deben tener en cuenta las necesidades de las comunidades indígenas y el respeto de sus derechos colectivos.
Una vez más, el fracaso de la COP25 ha puesto de manifiesto que el verdadero cambio no vendrá de los gobiernos, sino de los miles de personas que marcharon el viernes 6 de diciembre en Madrid, de los millones de jóvenes que se movilizan en todo el mundo, de las comunidades que buscan vivir de manera más sostenible, de los movimientos y organizaciones católicas que se reunieron en la COP25 representados por la delegación de la Santa Sede, y todas esas personas que llevan a cabo diariamente acciones para frenar la crisis climática. Ellos son quienes responden al “clamor de la tierra” y al “clamor de los pobres”, y se unen con estrategias conjuntas para mantener viva la esperanza de que el 2020 será un año diferente, donde se presionará aún más a los líderes mundiales.
Estamos preocupados por la falta de interés y compromiso ante esta grave situación que respalda la evidencia científica y por la ausencia de acciones inmediatas que ayuden a frenar este problema. Por eso, es importante recordar el mensaje del Santo Padre a los participantes en la COP25, donde llama a “reflexionar concienzudamente sobre la importancia de nuestros modelos de consumo y producción”. Con él nos está llamando a invertir más profundamente en programas de educación y sensibilización que promuevan estilos de vida no perjudiciales para la vida en el planeta. Los políticos, educadores y líderes religiosos deben trabajar en conjunto para dar prioridad a una educación ecológica. El cambio tiene que comenzar por nosotros, actuando desde nuestros valores católicos para vivir esa conversión ecológica a la que nos llama el Papa Francisco.
La COP25 debe ser asumida como un llamamiento para continuar esta lucha. Porque ¡la justicia climática no tiene fronteras y solo la unión de las personas puede hacer que esto suceda!
Chiara Martinelli
Asesora Senior de CIDSE
(Cooperación Internacional para el Desarrollo y la Solidaridad)
www.cidse.org