Una de las páginas más fecundas de la España contemporánea es la que en nuestros Anales ha sido ya grabada con el nombre de Transición en mayúsculas. Fue aquella una operación histórica, a la muerte de Francisco Franco, que tuvo más hondura que el cambio de un régimen autoritario a una democracia liberal a la altura de nuestro tiempo. Porque la Transición pretendió algo más que el cambio de un régimen político. Con un aliento moral, alimentado por las lecciones de nuestra historia, el programa de aquella operación histórica consistía en sentar las bases de una convivencia entre los españoles bajo el signo de la concordia o de la reconciliación, que superara los litigios que enfrentaron a las “dos Españas” así como “el régimen de los vencedores”, que se había prolongado demasiado tiempo.
Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona ha bautizado a quienes, con el pueblo español como protagonista coral, fueron los artífices del qué y del cómo de aquel tránsito como “la generación de 1978”, ya que efectivamente en su gran mayoría fueron españoles nacidos en los años en torno a la guerra civil y cuya formación e instalación en el mundo tuvo lugar en las dos duras postguerras (la española y europea).
Landelino Lavilla (Lérida, 1934) perteneció a esa generación y compartió los rasgos comunes que la caracterizó: no les gustaba aquella España “de los vencedores”, que debería dar paso a una España integradora, que se incorporara al gran proyecto de la Europa Unida -basado también en la reconciliación-, con un régimen de libertades sustentado por la democracia como sistema político. Estos ideales y propósitos fueron interiorizándose en cada uno de los más cualificados representantes de la “generación de 1978” a través de itinerarios diferentes.
¿Cuál fue su itinerario? Hay un hecho en su biografía que marcó su camino. Fue a estudiar a Madrid la carrera de Derecho e ingresó como colegial en el Colegio Mayor San Pablo. Allí tomó contacto con la Acción Católica de Propagandistas, ese sector del catolicismo que tenía la impronta, con el impulso de Ángel Herrera, de tener las antenas abiertas a Europa y al mundo. En el Instituto Social León XIII, fundado también por Herrera Oria, realizó su diplomatura en Sociología. En aquel círculo nació el primer europeísmo de la España interior, se siguió con gran atención el Concilio Vaticano II con una disposición de aplicar sus enseñanzas a España y se estudió con profundidad y rigor cuál debía ser la transformación jurídica, social y económica que España necesitaba. Allí, ya en las postrimerías del franquismo, nació, con el impulso de Abelardo Algora, el grupo Tácito, en el que Landelino Lavilla tomó parte activa. Fue aquel grupo el que contribuyó decisivamente a que el catolicismo español escribiera una de las páginas más brillantes de los dos últimos siglos por su determinante aportación a la tarea de la Transición.
Landelino Lavilla era un jurista de talla excepcional. En 1959 ingresó, con el número uno de su promoción, como letrado en el Consejo de Estado, el sancta sanctorum del Derecho patrio. En ese prestigioso órgano volcó toda su sabiduría jurídica durante sus sesenta años de vida profesional hasta el momento de su muerte, con excepción de los que estuvo en primera línea de la política. Como buen jurista tenía una concepción humanista del Derecho con la convicción de que era un elemento esencial para configurar las reglas de convivencia de una sociedad con la primacía de la dignidad de la persona.
Acaso una de las claves del éxito de la Transición fue que adoptó el método “de la ley a la ley”. Ese método, contrario en sí mismo al revolucionario, convertía al Derecho en herramienta fundamental del cambio y exigía, en consecuencia, buenos juristas para poderlo llevar a buen término. Afortunadamente los tuvimos. Landelino Lavilla en su condición de Ministro de Justicia (julio de 1976 a marzo de 1979) fue, bajo el liderazgo político de Adolfo Suárez, el principal artífice de la arquitectura jurídica de la Transición. La obra legislativa que promovió fue de enorme envergadura y de gran calidad. El propio Landelino, en su libro Una historia para compartir, ha dado cuenta de esa fecunda tarea con minuciosidad y rigor, lo que le convierte en un libro indispensable, una especie de interpretación auténtica, para comprender el hilo conductor, la razón de ser y la lógica del camino emprendido y de su feliz resultado, que culminó en la Constitución de 1978.
Pero el compromiso de Landelino Lavilla con la sociedad española no se limitó a su quehacer jurídico. No fue un tecnócrata del Derecho. Su compromiso le condujo a la política con el bagaje de ideas de las que se había alimentado en aquellos círculos de católicos a los que antes me he referido. Si en algo podemos sintetizar la opción política de Lavilla fue su centrismo. El entendió como pocos la razón de ser de Unión de Centro Democrático (UCD) como fórmula de agregación de voluntades idónea para llevar a cabo la tarea de reconstrucción de una democracia bajo el signo de la concordia. Alcides De Gasperi, el gran líder de la reconstrucción civil y política de Italia, siempre se autocalificó como “de centro”. Y la CDU de Alemania, todavía con el liderazgo de Angela Merkel, coloca en el telón de fondo de sus actos Die Mitte (El Centro). El centrismo no es ni equidistancia, ni pragmatismo, ni ausencia de principios sino una actitud orientada a evitar la fractura política de una sociedad por su radicalización, lo que entraña la moderación y la búsqueda de entendimiento, en la medida de lo posible, con los adversarios. La UCD hizo un gran servicio a España. Landelino Lavilla fue su último presidente, cuando ya aquel partido estaba en proceso de descomposición. El severo veredicto de los españoles en las urnas de octubre de 1982 provocó la digna retirada de Lavilla de la política. Muchos -yo, entre ellos- todavía lamentamos aquel fracaso, que condicionó, y no para bien, el devenir de nuestro sistema político.
Volvió a “su casa”, el Consejo de Estado, donde durante treinta y siete años sin interrupción ha ejercido su función de legista, al servicio del Estado de Derecho, de modo ejemplar, sin otras canonjías, que nunca quiso. Entre las tareas del Consejo de Estado que tienen la impronta de Landelino Lavilla no resulta ocioso en estos momentos recordar el juicioso Informe sobre la reforma de la Constitución (2006), cuyas atinadas propuestas debieron ser tenidas en cuenta. Fue aquella una oportunidad perdida para la actualización de nuestra Carta Magna. El reconocimiento del saber jurídico de Landelino Lavilla se proyectó en su participación en las Reales Academias de Ciencias Morales y Políticas y de Legislación y Jurisprudencia, de la que fue Presidente.
En medio de esta cruel pandemia se nos ha ido Landelino Lavilla sin que hayamos podido expresar con normalidad nuestro pesar. Quienes tuvimos el privilegio de contar con su amistad sentimos su pérdida con especial intensidad. Porque nos dio a todos ejemplo de elevada talla moral, de honradez y de servicio al prójimo, que en un servidor público es España. Descanse en paz.
Eugenio Nasarre
Ex secretario de Estado de Educación