El 19 de octubre de 2014 el Papa Francisco, al clausurar el Sínodo de los Obispos dedicado a la familia, beatificaba a Pablo VI. En la fachada central de la basílica de San Pedro aparecía, como es costumbre, un gran tapiz con la imagen del nuevo Beato. Se podía ver al Papa Pablo VI con los brazos abiertos, como si quisiera hacer más extenso, más universal el gran abrazo a la humanidad que representa la columnata de Bernini.
La imagen es especialmente expresiva de la persona y la vida del Papa Montini, el Papa del diálogo. Toda su vida fue un verdadero abrazo a la humanidad, una continua simpatía por este mundo “tremendo y magnífico”, un audaz empeño de presentar a Jesucristo al hombre de hoy con la verdad y la profundidad de siempre y las categorías y el lenguaje de hoy.
Muchos títulos se han dado a Pablo VI, pero por qué no llamarlo también “el Papa de la Iglesia”. Podemos fijarnos en tres datos que corroboran este título. En la víspera de la inauguración del Concilio Vaticano II, el cardenal Montini, entonces arzobispo de Milán, pronuncia una importante conferencia en el Capitolio romano. En esa intervención va a diseñar la arquitectura del Concilio, y lo hace definiendo la asamblea sinodal como un “Concilio de la Iglesia” que tiene que responder a dos preguntas: “Iglesia, ¿quién eres?” e “Iglesia, ¿para quién eres?” Después, ya Papa, aprobará los documentos que vertebran el Vaticano II y que responden a estas preguntas: Lumen Gentium -¿quién eres?- y Gaudium et Spes -¿para quién eres?; ¿cuál es tu misión en el mundo?
El segundo dato es su primera Encíclica que, como es habitual, tiene un carácter programático: Ecclesiam Suam. El Papa quiere renovar la fidelidad de la Iglesia a Cristo y volver sin miedo a los orígenes, al Evangelio. Esta fidelidad a Cristo exige el encuentro con el mundo en el que vive el hombre al que hay que anunciar el Evangelio.
El tercer dato lo encontramos en su bello Pensamiento ante la muerte, donde escribe: “Por tanto, ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para la Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido”.
Pablo VI, Santo; sí, un santo de la Iglesia y para la Iglesia, un santo que nos sigue invitando a mirar al mundo con simpatía, a abrirnos al diálogo con la humanidad, a abrazar al hombre, imagen de Dios y sujeto del auténtico progreso humano.
En la homilía de su beatificación decía el Papa Francisco: “Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos decir más que una palabra tan sencilla, como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia”.
Ginés García Beltrán
Obispo de Getafe y
Presidente de la Fundación Pablo VI