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Montini y la Misión de Milán

Fire in Milan.  Así titulaba un artículo de Time la noticia de la primera misión popular contemporánea, celebrada entre el 5 y el 24 de noviembre de 1957, por iniciativa del arzobispo Giovanni Battista Montini. Montini intuyó la necesidad de  desarrollar una misión profética en un ambiente ganado desde hacía décadas para un laicismo agresivo o indiferente. Milán era entonces una aglomeración urbana de 4 millones de personas, que crecía al ritmo de 20.000 habitantes  por año. Recordaba a la ciudad impersonal, insolidaria y cruel reflejada en películas como Rocco y sus hermanos de Visconti.

La llegada a la capital lombarda fue para el arzobispo una inmersión en un océano de realidad. Ahora era momento de pensar en los alejados de la fe, los preferidos de la misión, cuyas creencias se debilitaron o desvanecieron porque se basaban más en las devociones que en las convicciones, más en las tradiciones que en la fidelidad.  Había que recordarles la existencia de un Padre que les escucha y les comprende.

Pese a todo, Montini veía claramente que los católicos no podían resignarse a ser una comunidad religiosa perdida en el mar de una comunidad pagana. La misión era una audaz iniciativa, cuyo origen no radicaba en el voluntarismo sino en la fuerza del Espíritu, que lleva a proclamar abiertamente el Evangelio. Había que salir al encuentro de un mundo secularizado, pero eso no podía hacerlo una comunidad con mentalidad de fortaleza asediada, similar a ese siervo negligente y miedoso que guardó en un pañuelo el talento confiado por su Señor. Por el contrario, la actitud cristiana tenía que ser la de los siervos de la parábola que salieron corriendo a las plazas y calles de la ciudad para traerse a los pobres, a los lisiados o a los ciegos para llenar la sala del banquete. Pasarían los 20 días de misión, pero después llegaría el tiempo de maduración de la semilla porque no basta con sembrar para recoger.

La misión extraordinaria de Milán pretendía ser además un recordatorio a los ciudadanos sometidos a la agitación de la vida moderna. No se les pedía renunciar a la prosperidad material o al progreso técnico. No se les exigía nada extraordinario. El arzobispo Montini tan solo rogaba ser escuchado: “Escuchar, no otra cosa, como gente seria y educada, no otra cosa. Hermanos alejados, perdonadnos, si no os hemos comprendido, si os hemos rechazado muy fácilmente. Os hemos tratado con ironía, con menosprecio, con polémica, y os pedimos perdón.  Escuchadnos, intentad conocernos… Si sois libres, si sois honestos, debéis ser también fuertes e independientes para venir y escuchar”.

Quizás no fuera casual que la misión de 1957 se desarrollara en las cercanías de la Navidad. Una buena antesala para el encuentro personal con Cristo, porque como Montini señalara en la misa de Nochebuena de 1960: “En la Navidad se festeja tu intención de superar las distancias, de saltar los abismos inefables de tu trascendencia, de acercarte, hasta hacerla tuya, a la vida humana, de hacerte hermano nuestro, de convivir con nosotros, de compartir nuestra experiencia, de abajarte hasta el nivel de nuestros sufrimientos, hasta el punto de cargar con nuestros pecados”.

AntonioRubioPlo


Antonio R. Rubio Plo
Doctor en Derecho y analista de política internacional




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