Se clausura el Seminario Permanente “La Huella Digital: ¿servidumbre o servicio?” que durante dos años ha reflexionado sobre los desafíos éticos de la economía digital
La filósofa Victoria Camps; el exrector de Comillas, Julio Martínez; el vicepresidente de Mapfre, José Manuel Inchausti; y el profesor del IESE, José Manuel González-Páramo, reflexionan sobre el bien común en la era digital
El secretario del Pontificio Consejo para la Cultura, Paul Tighe, advierte de un incremento de las desigualdades generadas por las tecnologías digitales
La tecnología basada en el uso del big data ha abierto un amplio abanico de oportunidades, pero está en nuestras manos decidir el uso que se hace de ellas. El objetivo del Seminario Permanente “La Huella Digital, ¿servidumbre o servicio?” que se ha desarrollado durante dos años en la Fundación Pablo VI ha reflexionado, precisamente, sobre la necesidad de poner la tecnología digital y el modelo económico de explotación de los datos al servicio del bien común, que debe ser reconfigurado en esta era digital.
El acto de clausura, que se ha celebrado este jueves, 24 de junio, ha sido un resumen de todo un proceso de trabajo en el que han participado tecnólogos, economistas, filósofos, humanistas, juristas y comunicadores, en unas sesiones en las que se ha hablado de las posibilidades de la tecnología y sus usos en el ámbito de la salud, el derecho, la economía, la política, los medios de comunicación, la publicidad y los desafíos éticos que de ellos se derivan, así como de los temas transversales de ética digital: la libertad y responsabilidad del consumidor, las desigualdades de acceso al mundo digital, el transhumanismo y las fronteras movedizas del hombre mejorado, o el futuro del trabajo humano.
Frutos de estas sesiones de trabajo se ha elaborado un documento de recomendaciones para el sector público, el sector económico y empresarial y el sector educativo, que pretenden, en palabras del director del seminario, Domingo Sugranyes, contribuir al “bien común en la era digital”.
Un documento que se ha presentado en la sesión de clausura, realizada de forma presencial en el auditorio de la Fundación Pablo VI (tras todo un año de sesiones online por las limitaciones de la pandemia) a la que han asistido, casi en su totalidad, los miembros del Comité Director: la filósofa Victoria Camps, consejera permanente de Estado; el exrector de Comillas, Julio Martínez; el vicepresidente de Mapfre, José Manuel Inchausti; y el profesor del IESE, José Manuel González-Páramo, ex consejero ejecutivo del BBVA; además de una treintena de juristas, economistas, filósofos, tecnólogos y teólogos, pertenecientes a instituciones públicas y privadas.
Celebrado con el apoyo e impulso del Pontificio Consejo para la Cultura de la Santa Sede, el seminario ha contado también entre su consejo director con el secretario de este dicasterio, Mons. Paul Tighe, quien ha querido agradecer a la Fundación Pablo VI y al director del seminario su esfuerzo por fomentar el “diálogo inclusivo” entre diferentes sensibilidades y grupos. “No dudo de que las recomendaciones que se recogen, especialmente las referidas al futuro del trabajo, son una documentación muy valiosa y al servicio de la sociedad”. Sin embargo, ha advertido, “creo que deberíamos estar más atentos a la posibilidad de que los problemas existentes se vean incrementados por las tecnologías digitales”. “Ya hemos visto cómo la pandemia ha dado lugar a un mayor enriquecimiento de unas pocas élites”. Un enriquecimiento que genera desigualdad y que, en palabras de Tighe, “debe ponernos en alerta sobre una desigualdad que no se refiere únicamente a disparidades materiales y financieras, sino también a las crecientes diferencias en términos de influencia política, tanto nacional como internacional”.
Tras el saludo de Paul Tighe ha tenido lugar la mesa redonda, moderada por Jesús Avezuela Cárcel en la que 4 de los miembros del Consejo Director, Victoria Camps, José Manuel Inchausti, José Manuel González-Páramo y Julio Martínez, han tratado de responder a las cuestiones que se derivan de una economía o un modelo de publicidad y márketing político basado en el uso de los datos: ¿somos conscientes del riesgo de compartir información que puede ser usada por terceros? ¿dónde deberían estar los límites del uso de estos datos? ¿introduce la tecnología sesgos? ¿están nuestras voluntades, emociones, decisiones o, incluso, nuestras democracias a merced de los algoritmos?
“Estamos en una especie de paradoja”, ha comenzado Victoria Camps. Por un lado, queremos mantener nuestro derecho a la privacidad, pero, por otro, estamos en un mundo, “dominado por el negocio del dato”, que lo hace muy difícil. Y es que esta tecnología nos facilita tanto la vida, que cedemos con mucha facilidad los datos, sin ser conscientes de los riesgos que muchas veces esto supone. Así lo ha explicado González-Páramo, ex consejero de BBVA y hoy profesor del IESE. “Hay usos de datos que responden al ámbito de lo privado que se ceden de forma inconsciente y que arruinan vidas, y esto es algo de lo que uno no es consciente hasta que le pasa”.
Uno de los problemas, en opinión de Julio Martínez, es que “los consentimientos informados están poco desarrollados” y no resuelven el dilema sobre la libertad de elegir. “El qué aceptamos y cuál va a ser el ciclo de lo que estamos aceptando se pierde en muchas de las actividades que hacemos”, de modo que hay “una cantidad de cosas que el que cede esos datos no conoce”.
José Manuel Inchausti, por su parte, ha querido ahondar en la parte positiva de este uso del dato, especialmente cuando es anonimizado y que ha mostrado una gran eficacia para combatir la pandemia de la COVID-19.
Victoria Camps: “la libertad y los límites van muy unidos y somos nosotros quienes debemos ponérnoslos”
El deber de la autorregulación
¿Es la tecnología neutral?, les ha preguntado el moderador. ¿Es más eficaz en determinados usos que una decisión tomada por un individuo (en casos de diagnosis de enfermedades, o en el ámbito del derecho)? ¿Dónde queda la conciencia?
“Nada de lo que ha hecho el ser humano es neutral”, ha afirmado Victoria Camps, que es partidaria de la “autorregulación”, más que de un código normativo que acaba quedando obsoleto de forma muy rápida. Aunque cada vez seamos menos conscientes, “la libertad y los límites van muy unidos y somos nosotros quienes debemos ponérnoslos”. Si bien reconoce que, en el mundo tecnológico, esta “auto imposición es cada vez más difícil”
En la misma línea, el teólogo Julio Martínez cree que no existe neutralidad, porque en los mismos fines de la tecnología hay “una configuración de nuestro modo de actuación” y “una idea de progreso muy interesada”. Por eso, más que ir contra la tecnología “hay que ponerla al servicio de la persona y no las personas al albur de lo que nos marque la tecnología”.
Porque, “el paradigma tecnocrático, añade González Páramo, no tiene ningún valor moral, y yo diría que abrazarlo va a perjudicar al bien común y a la mayoría de las personas”
Julio Martínez: “antes se pasaban filtros, ahora son las emociones las que toman el poder”
El uso del dato y su influencia en los comportamientos
¿En qué medida el marketing digital condiciona el comportamiento de los ciudadanos? ¿quién protege nuestras voluntades? ¿Pone esto en riesgo nuestras democracias? Para José Manuel Inchausti el problema no es tanto el marketing o la publicidad convencional sino lo que no se presenta como publicidad, pero tiene como fin el cambio de voluntades de las personas. “La capacidad de colocar esos mensajes que muchas veces no vienen de nadie, sino de bots que se han creado, pone en riesgo la calidad de las decisiones que tomamos en democracia”.
En un mundo que privilegia lo emotivo sobre lo reflexivo y la búsqueda de las respuestas simples ante cualquier acontecimiento, añade Victoria Camps, “el razonamiento y el lenguaje, se hacen cada vez menos necesarios”, porque bastan las respuestas simples o los emoticonos frente a la reflexión o los hechos. Y esto admite cualquier tipo de verdad, aunque sea una mentira o una invención.
Es impresionante, ha ahondado Julio Martínez, la forma en la que una noticia falsa tiene las mismas posibilidades de hacerse viral que una noticia verdadera. “Antes se pasaban filtros, ahora son las emociones las que toman el poder”.
Pensar en las futuras generaciones
¿Cuál sería, pues, la idea del bien común en la era digital? Pues todo aquello que “impide, de entrada, descartes de personas”, afirma el exrector de Comillas. Aquello que pone a la persona en el centro, que no es ni la tecnocracia, ni el principio utilitarista”. “En un mundo donde hay tantas inequidades, el bien común significa una opción preferencial por los pobres y mirar por las futuras generaciones, que son las personas que no existen, en las cuales la dignidad humana es todavía un proyecto”. Y este bien común “pide que nosotros pensemos en el mundo que va a venir y en qué mundo estamos dejando para los que vienen”, ha concluido.