La segunda jornada del Curso de Formación en Doctrina Social de la Iglesia, organizado por la Comisión para la Pastoral Social y Promoción Humana de la Fundación Pablo VI y la UPSA, arrancó con una reflexión sobre el acceso a la vivienda y el destino universal de los bienes, impartida por el decano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca y director de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social, Román Pardo.
En sintonía con las reflexiones anteriores, Pardo defendió la casa como algo innato a la naturaleza del ser humano, propio y parte de lo que llamamos ley natural. Algo que tiene una base antropológica sólida, puesto que los primeros antepasados construían las casas recreando el seno materno, como un lugar de intimidad, de tranquilidad, donde se iban desarrollando las relaciones más sólidas y profundas. Esto quiere decir, como apuntó Pardo, que el derecho a la vivienda ha de ser respetado como “un bien personal, social, primario, básico, fundamental e irrenunciable”.
En este sentido, denunció algunas de las dinámicas que se generan en nuestra sociedad y que rompen y vulneran ese derecho, dejando a muchas familias sin acceso a este bien básico, -la escasez de vivienda y los problemas derivados por las condiciones de los inmuebles, la ocupación o la especulación-; y subrayó la necesidad de repensar esta cuestión a la luz del destino universal de los bienes y desde la perspectiva natural, desde la teología de la creación y desde los principios de la libertad, la subsidiariedad y la solidaridad.
“Hay cosas muy interesantes y soluciones para ello” y puso el ejemplo de Viena, donde el 60 % de las personas viven en viviendas públicas con rentas asequibles que pueden mantener durante toda su vida e incluso traspasar a su descendencia, siempre y cuando sea su primera vivienda. El problema es que, desafortunadamente, la respuesta que se suele dar, al menos en España, se ve condicionada por los extremos y por una tensión que, a veces, es pura ideología, intereses políticos “o el seguimiento de la propia lógica de la oferta y la demanda”.
En su intervención, como ya se abordó en algunas de las sesiones anteriores, el también profesor del Máster de DSI de la Fundación Pablo VI y la UPSA, apeló al papel de los cristianos y a su responsabilidad, tanto a la hora de decidir qué uso les dan a sus bienes como la forma en la que participan en estas leyes del mercado. La propia Doctrina Social de la Iglesia da pautas muy concretas sobre cómo responder ante ellas: “es necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados”, dice Pío XII en la Carta Encíclica Quadragesimo anno, publicada en el 40 aniversario de la Rerum novarum de León XIII, la Encíclica que inaugura el magisterio social de la Iglesia. En el número 1 de este texto, en concreto, leemos: “es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa”.
Esta citada Doctrina Social de la Iglesia va siendo actualizada y ampliada para tratar de responder a los signos de los tiempos. Y el problema de la vivienda es uno de ellos, cuyo origen tiene mucho que ver con una forma de coexistir que tiene en la raíz, como dice Juan Pablo II en la Centesimus annus, un pecado estructural. En este punto ha querido incidir también el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello, arzobispo de Valladolid, en su última carta pastoral, en la que invita a los católicos que son propietarios de una segunda vivienda a preguntarse si a la hora de ponerla en el mercado estaríamos dispuestos a aceptar un nivel de renta menor que suponga una justa retribución a un dinero invertido, evitando así que se convierta “en una barrera casi imposible para poder llevar una vida digna a quien se abre a la vida y ser familia numerosa”.
Un desafío, en definitiva, de los católicos “a las reglas coyunturales del mercado” a las que apeló también Román Pardo durante su ponencia, en la que recordó otras dos encíclicas más para ayudar a conocer la respuesta de la Iglesia a este desafío: la Caritas in veritate de Benedicto XVI, y la Populorum progressio de Pablo VI. La primera, explicó el decano de la Facultad de Teología de la UPSA, pone el acento en la caridad, iluminada por la verdad y la razón, como condición fundamental para el desarrollo y la justicia; la segunda apela a la conciencia y a la responsabilidad de cada uno: “El combate contra la miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión, o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres y de una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico (cf. Lc 16, 19-31). Ello exige a este último mucha generosidad, innumerables sacrificios, y un esfuerzo sin descanso. A cada cual toca examinar su conciencia, que tiene una nueva voz para nuestra época. ¿Está dispuesto a sostener con su dinero las obras y las empresas organizadas en favor de los más pobres? ¿A pagar más impuestos para que los poderes públicos intensifiquen su esfuerzo para el desarrollo? ¿A comprar más caros los productos importados a fin de remunerar más justamente al productor? ¿A expatriarse a sí mismo, si es joven, ante la necesidad de ayudar este crecimiento de las naciones jóvenes?” (PP, 47). Esas son, en definitiva, las grandes cuestiones que, aplicadas al mundo de hoy, nos ayudan a responder y actuar ante una de las grandes emergencias sociales de nuestro tiempo.