«Como jefe de Estado soy garante de la libertad de creer o de no creer, pero no soy ni el inventor ni el promotor de una religión de Estado sustituyendo la trascendencia por un credo republicano», afirmó el presidente francés durante un esperado discurso en el Colegio de los Bernardinos, en el que también abordó cuestiones como la bioética o las migraciones.
Las expectativas que había suscitado la vista del presidente francés, Emmanuel Macron, al Colegio de los Bernardinos, no se vieron defraudadas. El elegante edificio cisterciense situado a pocas manzanas de la catedral de Notre Dame, en París, fue el escenario donde este lune, el jefe de Estado de la laica Francia afirmó que «la política necesita la fe de los católicos».
La Conferencia Episcopal Francesa había invitado al evento a 400 personas, representantes de la vida de la Iglesia. Ante ellas, Macron ofreció un diálogo que calificó de «indispensable». «El vínculo entre la Iglesia y el Estado se ha deteriorado, y es importante para vosotros y para mí repararlo».
No van a faltar ocasiones para apelar al diálogo en los próximos meses, en los que pueden darse importantes divergencias con el Gobierno. Desde enero a julio, los Estados Generales para la Bioética están abordando cuestiones como la legalización de los vientres de alquiler y el acceso a la reproducción asistida para todas las mujeres.
Los obispos han manifestado ya en este marco su postura contraria a estas prácticas. Ha coincidido en esta defensa, en ocasiones, con algunos grupos de izquierda, frente a la posición favorable de miembros del gabinete de Macron.
«Escucho vuestra voz»
En su discurso de bienvenida monseñor Georges Pontier, arzobispo de Marsella, aseguró que la Iglesia seguirá pronunciándose, «consciente de nuestra responsabilidad de vigilar sobre la salvaguarda de los derechos del niño, la defensa de los más frágiles, desde el embrión al neonato, la persona con discapacidad, el anciano que depende de los otros para todo».
El presidente no rehuyó el desafío. «Escucho vuestra voz», le respondió, y valoró positivamente las advertencias de la Iglesia a no dejarse llevar solo por lo que es posible técnicamente. «Vosotros mostráis claramente sus límites. Y tengo bien presente el papel esencial de la familia en nuestra sociedad».
Sin embargo –matizó– también hace falta «hacer cuentas con una realidad compleja y contradictoria», que también la Iglesia –añadió– está acostumbrada a acompañar desde sus propios principios.
El obispo de Marsella también abordó otros temas de actualidad en los que Iglesia y Estado deben encontrar puntos en común para el bien de la sociedad, como el cuidado de la creación o la cuestión migratoria. «Hay quien nos acusa de no acoger con suficiente generosidad –reconoció Macron– y quien nos acusa de buenismo. Intentamos conciliar el derecho con la humanidad. El mismo Papa Francisco ha invitado a la prudencia».
«No negar lo espiritual en nombre de lo temporal»
Al comienzo de su intervención, Macron había afirmado que «si la Iglesia se desinteresase de las cuestiones temporales no cumpliría con su vocación; y si un presidente se desinteresase de la Iglesia y de los católicos faltaría a su deber».
Frases como esta le han valido las críticas de varios líderes de izquierdas como Manuel Valls, Jean-Luc Mélenchon o Benoît Hamon. Todos ellos le han acusado de romper la rígida división entre Iglesia y Estado que rige en el país desde comienzos del siglo XX.
Macron, en cambio, aseguró entender la laicidad «no para negar lo espiritual en nombre de lo temporal ni para erradicar de nuestras sociedades la parte sagrada que nutre a tantos de nuestros conciudadanos»
«Como jefe de Estado –añadió–, soy garante de la libertad de creer o de no creer, pero no soy ni el inventor ni el promotor de una religión de Estado sustituyendo la trascendencia por un credo republicano»
Un país reforzado por los católicos
Durante el discurso, además, el presidente citó a varios pensadores cristianos, y otros ejemplos de que «Francia ha sido reforzada por el compromiso de los católicos»: los refundadores de la República, los padres de Europa, el sacerdote mártir Jacques Hamel –cuya figura ya alabó poco después de su muerte como símbolo del perdón que los cristianos pueden aportar a la sociedad– y el coronel Arnauld Beltrame, que hace dos semanas dio su vida durante el atentado terrorista en Trèbes, después de haberse cambiado por una rehén.
Sobre este último, afirmó: «unos vieron su sacrificio desde su vocación militar, otros como muestra de fidelidad a la República y otros, y en concreto su esposa, como la traducción de su ardiente fe católica, listo para la prueba suprema de la muerte».
«Estas dimensiones están entrelazadas y no se pueden desenmarañar», porque a la hora de la verdad se alimentan «de la misma llama».
La república –afirmó también– espera tres dones de los católicos: «sabiduría, compromiso y libertad». «Más que unas raíces abstractas», necesita «savia católica».