La revolución digital, la inteligencia artificial y las tecnologías basadas en el big data están creando grandes posibilidades en el ámbito del trabajo, la educación, la comunicación, y el desarrollo técnico y científico. Pero también, y lo hemos visto en esta pandemia, están generando nuevas brechas entre ricos y pobres, entre países desarrollados y en vías en desarrollo. La dificultad para acceder a los recursos tecnológicos y la falta de formación para utilizarlos, generan numerosas desigualdades en el ámbito laboral y educativo. Según cifras Unión Internacional de Comunicaciones en los países en desarrollo solo tiene acceso a internet el 19 por ciento de la población, frente al 87 por ciento de los países desarrollados. Sin embargo, medir el grado de exclusión por el acceso a la tecnología abre otro debate, el de la dependencia de la tecnología y el riesgo de ponerla en el centro de nuestra vida.
De todo ello, hablamos con el profesor de la Universidad Pontificia Comillas, Raúl González Fabre, miembro del Comité de Expertos del Seminario Huella Digital, Servidumbre o servicio.
P.- ¿Pueden los pueblos del Sur apoyarse en la digitalización para salir de la pobreza y reducir el hambre?
R.- Ciertamente la digitalización ofrece una cantidad de nuevas posibilidades a la gente joven, quizá hasta los 40 años, que hemos podido detectar en trabajos de campo en República Dominicana donde hemos estado trabajando. Ofrece posibilidades de ser productivo, producir cosas que se pueden vender en mercados locales empleando mucho menos capital, con una exigencia menor de una acumulación previa para poder hacerte presente en el mercado y tener éxito como microempresario, incluso como trabajador en esa área específica. Aumenta, por tanto, el abanico de posibilidades de los trabajadores más pobres a nivel “micro”. Al nivel de las “macro” relaciones sociales es más complicado y no sabemos lo que acabará ocurriendo. Es verdad que hay una gran concentración de poder informacional en EE.UU. y China, de forma que, en todos los demás países, incluido Europa, pueden abrirse brechas en el protagonismo digital respecto a EEUU y China. De las grandes 8 o 9 compañías del universo digital, 6 son de EE.UU. y el resto chinas. Ese es otro punto que, por supuesto, a los países del Sur les afecta más.
P.- Hay una tendencia a concebir la tecnología como la salvadora de muchos de los problemas que tiene la humanidad. La tecnología para predecir catástrofes, para la diagnosis y la curación de determinadas enfermedades y también para reducir la pobreza. ¿Cree que hay una visión excesivamente optimista de la tecnología?
R.- Yo creo que la cuestión técnica tiene un elemento objetivo que no admite mucho optimismo ni pesimismo. Con la técnica se pueden resolver los problemas técnicos, pero ninguno otro. La desigualdad, o el problema del consumismo no se resuelven técnicamente, como tampoco la explotación o la esclavización de personas. Tener nuevas posibilidades técnicas permite resolver mejor un tipo de problemas, por ejemplo, los de salud en su mayor parte si tiene que ver con avances técnicos. Pero otros son problemas morales, de tipo ético, político de cómo nos organizamos en los pequeños grupos primero, y luego en las grandes naciones y en el mundo. Y esos problemas de alguien que abusa de otro alguien, si das más potencia a la máquina, solo agravarán el abuso.
P.- En un país como España, en el que el 96% de los hogares tiene acceso a internet. ¿Cómo se manifiesta esta brecha digital?
R.- Yo diría que hay una especie de similitud entre lo que pasa ahora con la brecha digital en España, y lo que pasaba hace un siglo con la alfabetización. Es decir, la digitalización supone una integración social semejante a lo que hace un siglo suponía saber leer y escribir. En aquel momento, se montó, con varias instituciones, católicas y laicas, desde la sección femenina de Falange hasta la Institución Libre de Enseñanza, un programa de alfabetización nacional y escolarización de la población española, para niños y adultos. La situación en la que estamos ahora es la misma. Disponer de Internet, como disponer de un lápiz y papel si no sabes leer y escribir, es de poca utilidad. El problema es desarrollar la capacidad de ser sujeto en Internet, y no puramente objeto capaz de ver vídeos y hacer tics donde te lo dicen. Se trata de ser sujetos capaces de actuar a través de Internet, como ciudadanos o consumidores, como amigos o interlocutores. Hacerse con Internet es como aprender a leer y escribir. Y hay grados, como en todo, los hay virtuosos y los hay que saben lo básico.
P.- La brecha digital preocupa al 76% de las personas mayores de 80 años. Una administración demasiado informatizada, especialmente tras la pandemia, está dejando a mucha gente tirada literalmente para hacer sus gestiones, y no necesariamente con edad muy avanzada. ¿Crees que se está dejando a los mayores fuera de la sociedad?
R.- Hay dos géneros de problemas. Efectivamente, se están implantando tecnologías en lo que podríamos llamar lugares de paso obligados. Las relaciones del ciudadano con el Estado no son optativas, las tiene que hacer todo el mundo. Todos deben tenerlas accesibles, y la cuestión informática debería ser una alternativa para un servicio que debe funcionar de manera fluida, también personalmente. Por ejemplo, el sistema de citas de Estado parece diseñado para excluir a la gente que, por una razón u otra, no sabe. No es solo la edad, pero la edad estadísticamente es real. El segundo punto es técnico. Los websites del Estado, de las universidades, de las organizaciones no comerciales son de mala calidad. Porque no pueden competir con los que pagan las grandes empresas o los bancos a los programadores. Hay escasez de programadores buenos y uno no tan bueno hace un producto menos fiable y amigable. Nunca tendrás problemas de amigabilidad con plataformas de televisión de pago online si tienes todo el dinero que haga falta, pero sí con webs del Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo. Y aquí se junta el problema técnico con el político. Si no se solucionan esos problemas de accesibilidad no habrá una banca universal ni un Estado universal.
P.- Se habla de que la “brecha digital” es una nueva forma de exclusión, considerando el acceso a la tecnología casi tan fundamental para una vida digna como el acceso a una vivienda o a la escolarización. Por ejemplo, el Gobierno vasco en el cuestionario que se está lanzando a las familias que tienen que escolarizar a sus hijos el año que viene, incluye en las preguntas para conocer su grado de vulnerabilidad saber si tienen alguna de las plataformas de televisión de pago. ¿Se está desvirtuando con cosas como ésta el concepto de brecha digital?
R.- Este es un problema, si me apuras, más grande. ¿Hasta qué punto la dignidad depende del nivel de consumo? Si la dignidad está ahí entonces tener determinados productos de consumo es lo que mide la dignidad. ¿No haríamos mejor en pensar en la dignidad como un atributo de la persona, de quién es como persona y no en qué nivel se sitúa? Porque antes de decidir quién sobra, hay que pensar en que la dignidad es un carácter sagrado de la persona, antes de que empiece a hacer nada, o, incluso, cuando ya no puede hacer nada.
La segunda cuestión es lo que tiene que ver con la integración social, y eso no se puede medir tampoco por el nivel de consumo. La integración como consumidor es relevante, pero es más relevante su integración como productor, como miembro de una familia, desde su integración con los vecinos… El consumo digital es un pequeño indicador, pero lo importante se juega en las relaciones cara a cara. De hecho, estas relaciones te ofrecen aceptación incondicional, mientras que, en las relaciones de consumo digital, tienes que poner el dinero para que te acepten. Conviene distinguir los diferentes tipos de relaciones: las de consumo (un sujeto frente a un producto de compra) son las más individuales; las de producción son más de equipo; y las de integración son más gratuitas y te aceptan para siempre. El gobierno vasco tendrá sus sociólogos, pero no debemos morder el anzuelo de pensar que la integración está basada en los niveles de consumo.