“Una extraña y opresiva sensación invade los tiempos actuales: la sensación de estar incompletos. Experimentamos la vida como una carencia y andamos llenando y rellenando los días, en una suerte de bulimia emocional que nos lleva a buscar experiencias ipso facto para vomitarlas en las redes sociales…” Así comienza el libro “Filosofía ante el desánimo”, del filósofo José Carlos Ruiz, profesor de la Universidad de Córdoba y promotor del pensamiento crítico, la clave para entender y aprehender un mundo dominado por la hiperconectividad, la búsqueda compulsiva de experiencias y el “exhibicionismo emocional”, y sumido, al tiempo, en una insatisfacción permanente que nos lleva a vivir centrados en un yo virtual alejado cada vez más del contacto con el otro. La pandemia de la COVID-19 nos ha hecho parar obligatoriamente y ver cuánto nos necesitábamos. Pero ¿nos enseñará a resituar nuestra escala de prioridades?, ¿cambiará nuestra inercia o se impondrá con más fuerza? De todo ello hablamos con el profesor Ruiz, quien está convencido de que la promoción de la filosofía y el arte de pensar desde los más pequeños es la mejor herramienta para combatir el desánimo y construir una personalidad sólida. José Carlos Ruiz inauguró, junto a Pedro García Cuartango, nuestro ciclo de “Encuentros para una nueva era”.
P.- En tu libro hablas de que la mayor violencia que se ha producido en las últimas décadas es el olvido del otro para priorizar el yo, la experiencia individual, la búsqueda de las emociones, el deseo de acumular experiencias para “vomitarlas en redes”. Bulimia emocional lo has llamado. ¿Explica eso quizá los comportamientos irracionales que hemos visto en el último mes, con miles de jóvenes saliendo a reventar literalmente las calles, mientras suben los vídeos a las redes sociales?
R.- Que la peor violencia es el “olvido del otro” es una idea que Levinas defendió hace ya tiempo. A eso le añado la “bulimia emocional” que se manifiesta en la imperiosa necesidad de consumir experiencias y vomitarlas ipso facto en redes sociales sin dejar al organismo tiempo para extraer los nutrientes, para alimentarse, por lo que esas experiencias terminan siendo efímeras y poco significativas. Otra cuestión son esos comportamientos irracionales que dudo que sean ejemplo de la juventud de hoy. Es cierto que a nivel mediático se hace especial hincapié en esas fiestas, pero no es menos cierto que en muchas ocasiones, lo noticiable suele ser el comportamiento excepcional. Que muchos jóvenes se queden en casa, respeten las normas, cumplan los horarios… no es noticiable. Igual es más importante plantearse qué está sucediendo con el civismo.
P.- Reflexionas en el libro sobre cómo en las sociedades modernas todo se ha relativizado: el amor es funcional, las amistades son líquidas o poco cuidadas, la familia, los afectos siguen la dinámica de la inmediatez y la brevedad de un post en redes. ¿Nos encaminamos a sociedades de personas solitarias?
R.- No digo que todo se relativiza sino más bien que se amplía el campo epistemológico de muchos de esos términos. Lo que sucede es que lo tradicional, que había sido lo hegemónico, siente amenazado su estatus y se pone a la defensiva, dando por hecho que sus criterios eran los correctos; unos criterios que se amparan, en la mayoría de los casos, en un argumento histórico (hasta ahora nos había funcionado, ergo…) El cambio, que para el mundo emprendedor es un mantra que no cesan de repetirse, se convierte en una amenaza en la filosofía de vida de muchas personas educadas bajo el amparo del mundo analógico.
Lo que sí creo es que tenemos un problema de desconexión con el otro cada vez más acuciante. Hemos dejado de prestarle nuestra atención porque hemos asimilado un discurso en torno a la construcción de la identidad donde la autosuficiencia y la independencia se convierten en el buque insignia del sujeto y corremos el riesgo de evaluar al otro desde la perversa dinámica de trampolín o estorbo, buscando su validación (like) o ignorándolo, lo que termina provocando su instrumentalización y deshumanización. Cuando esto sucede, corremos el riesgo de la desconexión y llega la soledad. La soledad impuesta es el fracaso de la inteligencia, es un retroceso evolutivo.
P.- Y, sin embargo, la pandemia nos ha hecho ver cuánto nos necesitábamos, ¿habrá vuelta atrás? ¿Recuperaremos nuestros vínculos o la memoria colectiva es corta?
R.- No lo sé. La pandemia nos ha dado la oportunidad de volver a jerarquizar una vida que parecía tan intensa como caótica, que nos forzaba a acudir a miles de estímulos sin priorizar. En muchos casos hemos reforzado vínculos con la gente más cercana, pero sospecho que la inercia que existía antes de la pandemia volverá. Y quien sabe si el intento de recuperar aquella inercia será peor que la propia inercia. Está por ver.
“Sospecho que la inercia que existía ante de la pandemia volverá”
P.- Hablas también de la pérdida de nuestra propia historia. Nos importa captar y exhibir el presente, pero tenemos cada vez menos interés en hacer memoria de nuestro pasado propio o el de nuestros abuelos y de contárselo a nuestros hijos. ¿Influye esto en la construcción de la posverdad o el revisionismo histórico?
R.- Son temas distintos. Una cosa es la necesidad de construir la identidad revisando la intrahistoria de la misma, es decir, recuperando el relato histórico de nuestra vida desde la perspectiva biográfica; otra cosa es la posverdad, y una tercera cuestión es el revisionismo histórico. Acudir al relato biográfico, volver a las historias familiares, a la revisión del álbum de fotos, al reconocimiento histórico de las relaciones, otorga sentido al presente. Creo que era Kierkegaard el que decía que la vida cobra sentido cuando se mira hacia atrás (pero se tiene que vivir mirando hacia delante). Eso implica que los pilares en la construcción de esa identidad se refuerzan en forma de raíces. La posverdad se presenta como la evidencia de una sociedad que prioriza lo emocional a lo analítico, entre otras cosas porque vivimos bajo el amparo de la turbotemporalidad, de ahí que la revisión o el análisis de esos relatos, no sea prioritario.
P.- Filosofía ante el desánimo puede parecer, por el título, un libro de autoayuda, pero es, precisamente, todo lo contrario. De hecho, hay una clara crítica a las psicologías positivas, del coaching y el empoderamiento del yo. ¿Por qué?
R.- No es una crítica a la autoayuda, porque dentro de ella hay de todo. Pero es cierto que no pretendo dar recetas a modo de solución porque entiendo que cada sujeto posee unas circunstancias tan particulares que un genérico puede que no le sea de utilidad. Creo que es más eficaz compartir mis reflexiones y diagnósticos sobre el desánimo, porque igual pueden ser de utilidad a los lectores. Lo que siempre me ha preocupado es interpelar al lector a que se detenga a pensar mientras lee, lo que suceda después, ya no está en mi mano.
Por otra parte, la filosofía siempre ha tratado de interpretar el mundo y acercarlo a los demás (es el objetivo de cualquier publicación), que es otra manera de “ayudar” a aquellas personas que por diversos motivos no hacen este análisis. Creo que, en los últimos 40 años, la filosofía se ha “dejado comer el terreno” por la autoayuda, que se apoderó de sus enseñanzas, las filtró, las sesgó y las escribió en forma de decálogo (basta ver que un alto porcentaje de los libros de autoayuda repiten cual mantras las frases de los estoicos, evitando contextualizarlas). Igual va siendo hora de que la filosofía ponga en valor su patrimonio usando los nuevos paradigmas de comunicación.
“Cuanto antes mejor los planes educativos deben tener prevista la potenciación de una pedagogía de la mirada, en un mundo donde lo visual ha duplicado su campo de acción por medio de las pantallas”
P.- Reivindicas una educación de la mirada, dar herramientas a los niños y los jóvenes para enfrentarse a las múltiples imágenes y estímulos que reciben en el día a día, de la misma manera que aprenden a enfrentarse a un texto o una novela. Pero ¿están los planes educativos a la altura del momento que vivimos
R.- Estar a la altura de un momento histórico donde lo que predomina es la velocidad y la aceleración se me antoja casi un imposible. La única manera de aproximarse a ese desiderátum pasa por hacer un ejercicio casi de futurología y diseñar planes de estudio con “vistas a”. Pero la política es cortoplacista y resultadista frente a una educación que es eviterna, de ahí sus diferencias. Eso no quita que seamos testigos de algunas cuestiones sociales que deben ser previstas en los planes educativos cuando antes mejor, como, por ejemplo, la potenciación de una pedagogía de la mirada en un mundo donde lo visual ha duplicado su campo de acción por medio de las pantallas.
P.- Por otra parte, si el mundo virtual favorece la pérdida de atención y retentiva, los métodos educativos cada vez valoran más las habilidades, porque el conocimiento ya está internet. ¿Dónde queda el ejercicio de la memoria?
R.- No tengo claro que el mundo virtual del que hablas favorezca la pérdida de atención o retención. Es más, creo que sabe mejor que ningún otro medio, retener y secuestrar nuestra atención el mayor tiempo posible. Estamos ante una especie de Síndrome de Estocolmo donde sabemos que las pantallas nos están secuestrando nuestra atención, pero nos dejamos capturar de manera complaciente. Otra cosa es que nosotros hayamos dejado de ser los dueños de nuestra atención, que es un tema que tiene mucha enjundia; o que la atención hacia el mundo real haya dejado de ser estimulante porque sus criterios se han ido configurando en torno a la velocidad y al cambio del mundo digital.
El tema de la memoria es otra cuestión que parece estar demonizada desde los púlpitos de los nuevos popes educativos tecnófilos y creo que esto puede generar una pérdida de anclaje sobre los mecanismos de identidad del sujeto. Pocas cosas hay más inhumanas desde la perspectiva de la identidad, que perder la memoria (baste pensar en la demencia senil o en el alzhéimer, por ejemplo)
“Como no teníamos suficiente con lo complicado que es la forja de la identidad real, a eso le hemos añadido el sobrepeso de cargar con una identidad virtual (avatar) que nos demanda tiempo, atención y energía. Es para hacérnoslo mirar”
P.- Hemos pasado del “pienso, luego existo”, al “publico, luego existo”. El éxito o los logros vitales se miden en la cantidad de post y likes que somos capaces de generar, incluso aunque basemos nuestra vida en una mentira. ¿Se puede ser “alguien” sin tener un avatar que alimentar?
R.-- Las cuestiones que me surgen a este respecto son varias ¿Por qué quieres ser alguien? ¿Qué implica ser alguien? ¿En quién depositas la posibilidad de éxito de lograr ser alguien? ¿Ser alguien para quién? ¿Por qué hemos dejado de valorar la discreción como un valor positivo? Como no teníamos suficiente con lo complicado que es la forja de la identidad real, a eso le hemos añadido el sobrepeso de cargar con una identidad virtual (avatar) que nos demanda tiempo, atención y energía. Es para hacérnoslo mirar.
“En los últimos 40 años, la filosofía se ha ‘dejado comer el terreno’ por la autoayuda, que se apoderó de sus enseñanzas, las filtró, las sesgó y las escribió en forma de decálogo”
P.- Hoy en día el que se conforma es casi visto como un fracasado. ¿Está penalizado el conformismo en nuestra sociedad? Por otra parte, el inconformismo y la insatisfacción permanente tampoco nos hacen más felices…
R.- Inconformista, impaciente, extrovertido, idealista, soñador, optimista… frente a paciente, realista, conforme, pesimista… Lo que no forme parte de la rentabilidad del sistema se ha convertido en el enemigo del mismo. Aquel que no sea optimista es tóxico. Estamos entrando en una espiral maniquea que empobrece mucho la maravillosa complejidad que tiene el ser humano. Estar satisfecho, disfrutar de la vida, deleitarte, gozar, abrazar un placer rutinario no es rentable para este sistema y lo demonizan con esa expresión que incita a “salir de tu zona de confort”, cuando lo que yo siempre he querido es construirme una zona de confort y salir lo menos posible de ella. Pero eso implicaría entrar en la rutina del placer y el placer no es controlable por el sistema debido a su subjetividad. De ahí que se haya apostado por potenciar al deseo frente al placer. Desear es ser pro-activo y emprendedor y el pacer es pasivo y conformista. Que cada cual extraiga su conclusión.
José Carlos Ruiz durante el encuentro “Pensar el mundo de hoy” celebrado en la Fundación Pablo VI
P.- Reflexionas en tu libro sobre la idealización del tiempo libre. Hasta el tiempo de ocio y descanso tiene un “timing” establecido, por lo que pones de manifiesto el valor del aburrimiento. ¿Por qué?
R.- El aburrimiento se ha estigmatizado al igual que se ha hecho con la virtud de la paciencia. De ahí que se incite a extraer la máxima productividad, el máximo provecho de nuestro tiempo libre. Etimológicamente podríamos separar la palabra aburrimiento en ab- (negación) y -horrere (que pone los pelos de punta), es decir, el aburrimiento de hoy es más exigente que nunca porque al entretenimiento le demandamos que algo nos ponga los pelos de punta, no nos conformamos, queremos la mejor serie, la mejor actividad física, el mejor restaurante calidad/precio, …. Y es normal que el malestar que provoque el aburrimiento sea mayor.
“Lo que no forme parte de la rentabilidad del sistema se ha convertido en el enemigo del mismo. Aquel que no sea optimista es tóxico. Estamos entrando en una espiral maniquea que empobrece mucho la maravillosa complejidad que tiene el ser humano”.
P.- ¿Y dónde queda la espiritualidad? ¿No crees que, quizá, el abandono de la vida interior y el olvido de nuestra herencia religiosa nos ha hecho perder una parte de esos valores de los que hablas en el libro?
R.- La espiritualidad sigue vigente pero igual, para algunas personas, se está manifestando en forma de herida. Poco a poco empezamos a notar un exceso de identidad que termina generando lo que Alain Ehrenberg denominaba la “fatiga de uno mismo”, que no era otra cosa que la depresión. El campo de la espiritualidad se ha ampliado más allá de la religión y trata de buscar un hueco en los nuevos procesos de coaching personal, en las nuevas terapias psicológicas que ofrecen diagnosis y consuelo, en las clases de bienestar mental que se han implementado en los gimnasios, en las técnicas de relajación colectivas... El espíritu toma conciencia de la necesidad de sentido más allá de lo inmediato. Poco a poco asistimos a un intento de eso que llamamos espíritu por colonizar nuevos campos donde encontrar bienestar y orientación.
P.- ¿Cuál sería la clave para recuperar nuestra identidad?
R.- Es un compendio de cosas que implica una complejidad de análisis enorme, empezando por creer que la identidad es una posesión estática frente al dinamismo de la vida. Decía Levinas que la verdadera libertad pasa por escaparse de uno mismo y puede que ahí esté una de las claves de esa identidad. Pero para comenzar a investigar esa pregunta he escrito el libro.
Sandra Várez
Directora de Comunicación de la Fundación Pablo VI