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Temática

Instituciones para responder a desafíos

En dos seminarios anteriores, la Fundación Pablo VI instauró un amplio debate multidisciplinar sobre “Huella digital ¿servidumbre o servicio?” (2019-2021) y “El trabajo se transforma” (2021-2023). De estos encuentros se desprende una consideración general: ordenar los cambios hacia el bien común no depende tanto de la tecnología en sí misma o de la geopolítica y la competencia internacional – son hechos imparables –, sino de una profunda y necesaria maduración sobre los fines perseguidos y sobre la adecuación de las instituciones. Hay incertidumbre y peligro, y es en el contexto de las ideas directrices y del funcionamiento de las instituciones donde hay que discernir y tomar nuevos rumbos.

La Unión Europea nació y se desarrolló para responder a los desafíos de la reconstrucción de postguerra y de la mundialización. Está llevando a la realidad una intuición inédita en la historia: la de perseguir simultáneamente la reconstrucción pacífica entre naciones distintas con el establecimiento de instituciones políticas comunes en las que hoy participan 27 Estados; y la creación de un mercado interno unificado, propio de una potencia económica capaz de competir y de ejercer sus responsabilidades en el escenario geopolítico internacional. Los desafíos actuales, tecnológicos y sociales, exigen más que nunca respuestas transnacionales. Ahora bien, en el contexto de la revolución digital y de la transformación del trabajo, Europa se presenta con un perfil peculiar, el de un consumidor exigente: no lidera las tecnologías más avanzadas, pero quiere estar en primera línea en la búsqueda de un modelo jurídico y político para la protección del ciudadano y la corrección del daño ambiental. ¿Pueden las instituciones europeas ser un marco adecuado para los desafíos actuales? ¿Contarán para ello con el apoyo de la propia ciudadanía europea? Para contestar estas preguntas, además de recordar los interrogantes planteados por la revolución digital y la transformación en curso en el mundo del trabajo, es preciso reflexionar sobre la historia y el presente de la construcción europea.

La gobernanza europea ¿una respuesta eficaz a los desafíos mundiales de hoy?

La ciudadanía europea existe jurídicamente. El concepto evoca una larga tradición y una historia atravesada por corrientes institucionales e ideológicas continentales. A pesar de muchos conflictos fratricidas a lo largo de los siglos XIX y XX, y especialmente desde 1945, esta tendencia ha crecido y ha dado lugar a la pacífica innovación de las instituciones europeas. En la segunda mitad del siglo XX los europeos han adquirido un patrimonio de derechos sociales y económicos, efectivos aun cuando no siempre correspondidos con el necesario sentido de responsabilidad. En la Unión Europea, el ciudadano encuentra una posibilidad de expresión política directa solo en las elecciones al Parlamento Europeo. El modus operandi de las instituciones comunitarias se presenta como una mezcla inédita de tecnocracia y de control a través de órganos interestatales y judiciales comunes. ¿En qué medida se corresponden estas realidades con la percepción del ciudadano? Y, sobre todo, ¿en qué medida es eficaz esta estructura institucional para una respuesta europea a los nuevos desafíos tecnológicos, sociales y ambientales?

En este debate – que se da por hecho y retiene poca atención en la opinión pública – la percepción que tienen los europeos de su estatus de ciudadanos se mantiene distinta de sus sentimientos de identidad nacional: la percepción de la ciudadanía europea y su realidad dependen en gran medida de los tratados, pactos y prácticas jurídicas y económicas que se van solidificando lentamente. Los intercambios de bienes y servicios han aumentado considerablemente en la Unión; los movimientos de personas también, aunque en menor medida. En los años de crecimiento económico posteriores a la segunda guerra mundial se produjeron en Europa importantes desplazamientos de trabajadores desde la península ibérica e Italia hacia Europa del Norte. Posteriormente, con la caída de los regímenes de influencia soviética, hubo amplios movimientos de población de Este hacia Oeste. Crece poco a poco la emigración interna en busca de empleos cualificados con mejor remuneración. Europa en su conjunto, demográficamente deficitaria, se ha transformado en un polo de atracción de poblaciones procedentes de otros continentes, portadoras de tradiciones culturales y religiosas diferentes.

Construcción europea e inspiración cristiana

El extraordinario desarrollo científico y económico, el aumento del consumo de bienes y servicios, los avances médicos, la reducción del tiempo de trabajo, la apertura de fronteras y las facilidades de viaje, están contribuyendo a definir los escenarios actuales, caracterizados por una creciente secularización y la pérdida de influencia de las instituciones religiosas tradicionales.

El pensamiento social cristiano fue una de las fuentes de inspiración de los fundadores de la Unión, nutrida de aspiraciones solidarias y participativas. Más recientemente, el “principio de subsidiariedad” del Tratado de Maastricht (1992), según el cual todas las decisiones deberían tomarse al nivel más inmediato compatible con su resolución, nace directamente de la encíclica Rerum Novarum de León XIII. En la Iglesia católica, en el Concilio Vaticano II (1959-1965) y durante el pontificado de Pablo VI (1963-1978), la reflexión doctrinal y teológica todavía estaba centrada en la Europa occidental, aun cuando se intuía ya el profundo cambio de los años posteriores; la doctrina asumió entonces las realidades del crecimiento económico en el marco más amplio de un desarrollo integral. El Papa Juan Pablo II, aportando su experiencia de las economías de la Europa Oriental, dio un giro significativo al poner la doctrina social al día de las realidades de la economía social de mercado y de empresa, con sus virtudes y sus peligros. Treinta años más tarde, la doctrina social católica necesita otra profunda actualización ante la transformación tecnológica y geopolítica actual.

Pero hoy el centro de la Iglesia se ha desplazado hacia otros continentes, con una presencia mayor de Europa Oriental, América del Norte y Asia y, sobre todo, con un peso mayoritario de América Latina y África. El Papa Francisco lanza un cariñoso desafío: “Europa podrá aportar, dentro del escenario internacional, su originalidad específica, esbozada en el siglo pasado cuando, desde el crisol de los conflictos mundiales, encendió la chispa de la reconciliación, haciendo posible el sueño de construir el mañana con el enemigo de ayer, de abrir caminos de diálogo, itinerarios de inclusión, desarrollando una diplomacia de paz que apague los conflictos y alivie las tensiones, capaz de captar los más tenues signos de distensión y de leer entre las líneas más torcidas” (discurso pronunciado en Lisboa, 2 de agosto de 2023).

En este contexto, en el que los cristianos europeos se ven en situación minoritaria, cabe preguntarse cómo se pueden entender, por ejemplo, las ideas que inspiraron el mensaje de Pablo VI en Populorum progressio, y las orientaciones del Concilio Vaticano II sobre “la Iglesia en el mundo de hoy”. ¿Qué influencia han tenido en la evolución de la sociedad y de la Iglesia en Europa? ¿En qué medida preparaban la agenda de reformas eclesiales y pastorales que inspiran el pontificado de Francisco? ¿Qué nuevos pasos serán necesarios para inspirar unas políticas del bien común en el cambiante mundo de la tecnología y del trabajo actual?




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