El pasado 9 y 10 de diciembre, el presidente Joe Biden organizó una cumbre virtual para líderes del gobierno, la sociedad civil y el sector privado. En su discurso inaugural, comenzaba diciendo que llevaba mucho tiempo pensando en esta reunión porque son continuos y alarmantes los desafíos a la democracia y a los derechos humanos universales, y fortalecer las instituciones democráticas requiere un esfuerzo constante.
Los países que han sido invitados a la cumbre, la mayoría -hasta un total de 110- no se han hecho un especial eco del evento; pocas noticias o, a lo sumo, discretas. En el caso de España, tan solo en la página web del Gabinete de la Presidencia se hacía una breve reseña del comunicado norteamericano, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, participó en una intervención, muy desapercibida también por los medios, en la que, como el resto de participantes, se ciñó a los grandes axiomas sobre la vulnerabilidad del sistema democrático y la necesidad de defenderlo activamente.
Sin embargo, los que sí que han mostrado su malestar de forma ostentosa han sido los países no invitados, como Egipto, Turquía, Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Honduras, el Salvador o Guatemala, entre otros. Hasta tal punto que el Consejo Estatal de China, el supremo órgano del gobierno, publicó un documento titulado “China, una democracia que funciona” argumentando que “no hay un modelo fijo de democracia; se manifiesta de muchas formas” y en el que se jactaba de configurarse como un verdadero Estado de Derecho que había sido más eficaz durante la pandemia que otros que presumían históricamente de ello.
No cuestiono ahora, si el modo de organizar una cumbre para la defensa de la democracia y de los derechos humanos universales, invitando a unos y excluyendo a otros haya sido o no la forma más adecuada. En este sentido, la responsable de comunicación de la Casa Blanca pretendió restar importancia a esta circunstancia declarando que la inclusión en la lista de invitados no pretendía ser un sello de calidad de la democracia de cada país, ni implicaba la exclusión de un cierto club o la desaprobación de los que no están.
Ahora bien, lo que sí que resulta sintomático es que una cumbre que tenía la finalidad de poner en el foco los muchos peligros a los que las democracias se enfrentan, haya pasado, entre nosotros, de forma totalmente inadvertida, sin prácticamente ningún resultado o consecuencia reseñable. Y, sin embargo, sí que ha generado una visible repulsa y reacción, sobre la base de un supuesto victimismo, de todos aquellos que no fueron invitados a la fiesta y muy especialmente de China y Rusia, concienzudamente interesados en debilitar los cimientos de Occidente.
Decía Biden, en el referido discurso inaugural, que la democracia no surge por accidente; que tenemos que renovarla con cada generación.
Pues dudo que esta primera cumbre para la democracia haya cumplido con la finalidad con la que se previó de aunar esfuerzos frente a los riesgos a los que se enfrentan nuestros sistemas democráticos y a los complejos desafíos globales. Y ello, no por los defectos que puedan imputarse a la cumbre, sino por el modo en que nos enfrentamos a los peligros que nos acechan.
En las sociedades anestesiadas o apáticas en las que vivimos, despreciamos o, cuanto menos, ni nos cuestionamos que el marco de progreso, libertad e igualdad, sean pilares que sostienen el edificio democrático cuya fortaleza o fragilidad está separada por una tenue línea. Hasta justificamos posiciones -quizás llevados por momentos de desesperanza en estos tiempos de crisis pandémica- que recuerdan momentos muy desgraciados de nuestra historia.
La asombrosa indolencia de una ciudadanía pasiva contrasta con un sinfín de peligros calculadamente aprovechados o directamente promovidos, entre otros, por esos que no recibieron invitación para la cumbre. Y, por eso, más allá de las críticas que pueda recibir esta convocatoria por su ampulosa ambición o por sus inciertos resultados, siempre es positivo aunar esfuerzos para la renovación democrática -en términos del propio Biden- y ojalá todos podamos sumarnos a procesos de debate, consenso y reflexión moderada en estos particulares momentos de desasosiego y zozobra democrática.
Jesús Avezuela Cárcel
Director General de la Fundación Pablo VI