El 6 de diciembre de 2009, tras el rezo del Ángelus, el entonces Papa Benedicto XVI hacía un llamamiento a la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas COP 15 a “encontrar acciones respetuosas con la Creación y promotoras de un desarrollo solidario, fundado en la dignidad de la persona humana y orientado al bien común”. Además aseguraba que “la salvaguarda de la Creación postula la adopción de estilos de vida sobrios y responsables, sobre todo respecto a los pobres y las generaciones futuras”
Después de casi 10 años, sus sencillas pero contundentes palabras parecen haber profetizado una de las más importantes cuestiones que la humanidad se encuentra abordando: su comportamiento frente a la Creación tras sentir y avizorar las consecuencias del cambio climático. De la mano de su sucesor, el Papa Francisco, salió a la luz la Encíclica Laudato Si’ en 2015, que ha movilizado a la Iglesia hacia una acción en favor del clima. En ese mismo año se llevó a cabo la COP 21, que derivó en el Acuerdo de París, y se adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (de manera particular el número 13 se refiere a este tema). No obstante, adolescentes y jóvenes de todo el mundo en este año han tenido que salir a las calles a pedir a sus Gobiernos que se hagan efectivos los compromisos en favor del clima.
Frente a estos acuerdos globales, con su aciertos y desaciertos, es necesario que los Estados y las diferentes instancias de la sociedad civil tomen medidas concretas de acción que favorezcan la reducción drástica de emisiones de CO2. Esto no solamente mediante la transición hacia energías limpias, sino con propuestas de estilos de vida que respeten la dignidad del ser humano y el planeta con todo el esplendor de su biodiversidad en miras de las siguientes generaciones. En este marco, el programa de desinversión de combustibles fósiles del Movimiento Católico Mundial por el Clima, al que se han adherido las Conferencias Episcopales de Irlanda, Austria y Bélgica y la Arquidiócesis de Panamá, son no solo un gesto sino un compromiso real y concreto de lo que cada institución debe asumir en favor del bien común.
En la construcción de este bien común, los Estados y los ciudadanos en general deben abordar el asunto del cambio climático de forma clara, basados en el consenso científico y no ideológico partidista, para que no entorpezcan las medidas urgentes que deben tomarse en aras de evitar y atenuar los efectos de un fenómeno que afectará a todos. En España la elevación del nivel del mar como consecuencia del cambio climático podría afectar gravemente a ciudades como Barcelona, Málaga, San Sebastián y A Coruña. Además, el aumento de sequías y la desertificación producidos por la elevación de la temperatura, podría afectar gravemente la producción agrícola en todo el país.
En este marco, las diferentes instancias de la sociedad tienen el deber y el derecho de abordar esta problemática, no únicamente desde el discurso, sino tambén desde la acción. El individuo es el primer responsable de sus propias acciones y es la base para generar un tejido social que demande a las instancias intermedias la toma de medidas concretas, que deben ser favorecidas por las instituciones públicas.
Fabián Campos Armijos
Coordinador de Programas en Español
del Movimiento Católico por el Clima