La globalización exige cada vez más la adopción de determinadas medidas con una dimensión supranacional. El planeta se va haciendo más pequeño: la tecnología es una ventana que nos abre a todo el mundo; la economía low cost ha incrementado la movilidad de los habitantes del planeta exponencialmente; prácticamente en cualquier lugar podemos comprar en Zara o tomarnos una hamburguesa de McDonalds; y, sin movernos de casa, podríamos comprar un libro en cualquier idioma y de cualquier país, que recibiríamos en apenas unas horas. Y podríamos seguir citando infinitos ejemplos que permiten divisar un horizonte que trasciende en cientos de ocasiones el ámbito estatal más tradicional. Todo ello, que tiene unas ventajas infinitas, supone también vivir en un mundo más expuesto. No sólo son globales los tweets o el muro de Facebook o comprar por comercio electrónico en el lugar más recóndito del planeta, sino que ahora son también más globales los virus y las enfermedades, circunstancia propiciada precisamente por esa estructura global que hemos ido configurando.
No se trata, en modo alguno, de criticar esta globalización en la que nos hemos instalado, sino únicamente describir una situación que va a exigir un cambio en las medidas y acciones adoptadas por parte de las instituciones supranacionales que van a ir cobrando cada vez mayor protagonismo, frente a decisiones más particulares. Esto no debe significar la desconfianza hacia la acción estatal de un determinado país, sino la necesidad de adoptar decisiones más globales para ordenar las que adopten los diferentes Estados
Un ejemplo de esto es la crisis generada por el Coronavirus de Wuhan (denominado por los científicos 2019-nCoV). Tras la identificación y diagnosis de cerca de 8.000 casos en una veintena de países, la Organización Mundial de la Salud (OMS) acordó el jueves, 30 de enero, declarar la “emergencia de salud pública de importancia internacional” de conformidad con lo previsto en los artículos 1.1 y 12 del Reglamento Sanitario Internacional. Es la sexta vez que se acuerda adoptar una medida de esta naturaleza por la OMS y la primera de ellas fue hace tan solo unos años, en 2009, con motivo de la gripe A (luego, polio, ébola, zika, …).
La propagación de estas enfermedades es actualmente más instantánea que hace unas décadas debido al extraordinario incremento de la movilidad humana. Por ello, es fundamental, y muy especialmente en este tipo de casos de orden sanitario, evitar que cada uno de los casi 200 países existentes adopte sus propias medidas de forma aislada.
De ahí que debamos congratularnos por la decisión adoptada por la OMS que permite a los Estados seguir una hoja de ruta coordinada por un ente especializado supranacional. El hecho de que se declare una emergencia de salud pública de importancia internacional no tiene por qué menoscabar el prestigio del país en el que ha surgido el foco, sino que aquella declaración es el resultado natural de un mundo más abierto en el que vivimos.
Es cierto que el Reglamento Sanitario Internacional tiene ya sus precedentes primeros en los años cincuenta del pasado siglo XX. Sin embargo, el nuevo escenario global ha obligado a hacer cambios importantes y el principal es que desde el año 2005 la OMS puede adoptar la declaración de emergencia de salud pública de carácter internacional para cualquier enfermedad y no como ocurría antes, que se limitaba a unas enfermedades muy determinadas. De modo que cada Estado tiene designado un “Centro Nacional de Enlace” para el citado Reglamento (en el caso de España, este papel lo desempeña la Dirección General de Salud Pública) con el fin de poder recibir en todo momento las comunicaciones de los distintos “Puntos de Contacto” de la OMS.
En definitiva, la globalización no se autorregula espontáneamente y por ello es necesario encontrar los cauces e instrumentos para establecer acciones coordinadas, como se ha encontrado en el caso del Reglamento Sanitario Internacional por la OMS. Sería muy oportuno poder extender esta reflexión a otros campos como el energético, el alimentario o el climático, por poner solo algunos ejemplos, con consecuencias profundas que exigen medidas de orden mundial.
Jesús Avezuela Cárcel
Director General de la Fundación Pablo VI