FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI, DÍA DE LA CARIDAD
Celebramos la solemnidad del Corpus Christi y, en ella, el Día de la Caridad ya que el Cuerpo entregado y la Sangre derramada del Señor constituyen para nosotros a través de la historia, el mismo y único sacrificio redentor de Jesucristo, que es la manifestación mayor de su amor a los hombres.
En la Eucaristía «la unión con el Señor nos lleva al mismo tiempo a la unión con los demás a los que él se entrega»[1] y «nos hace testigos de la compasión de Dios» por cada hermano y hermana[2] que sufre. Por eso, al contemplar en esta festividad el misterio de la vida entregada por amor, que es la Eucaristía, nuestra mirada y nuestro corazón de pastores se dirigen a todos los hermanos que sufren cualquier necesidad en su cuerpo y en su alma. Para todos ellos tuvo Jesucristo gestos de atención y de ayuda. En estos años se hacen más perceptibles las carencias personales a causa de la crisis que estamos sufriendo. De una forma u otra todos tenemos presente el drama de la pobreza, el hambre y la exclusión social. A las víctimas de estas situaciones queremos ofrecer la entrega solidaria y el mensaje de esperanza que nacen del amor de Dios. Él es la fuente de la caridad fraterna. Queremos también manifestar nuestro agradecimiento sincero a todos los que ponen sus bienes, su tiempo y su esfuerzo al servicio de los pobres, de los marginados y de los más desposeídos. Agradecemos, también, las oraciones de quienes encomiendan a Dios los hermanos que sufren necesidad, para que les fortalezca en los trances difíciles.
Somos conscientes, además, de que el mandamiento del amor al prójimo no se reduce a la atención de los más pobres y desposeídos, sino que se refiere a todos los hombres y mujeres. Por ello, sentimos la responsabilidad de orar, también, por quienes causan estos desórdenes y por quienes los consienten con su actitud pasiva desde puestos de responsabilidad. Pedimos al Señor que les ayude a tomar conciencia de su error y les conceda luz y fuerza para superarlo.
La pobreza y la exclusión social crecen entre nosotros de manera alarmante
Los efectos de la crisis[3] están afectando de manera dramática a un número creciente de personas. Baste recordar algunos de los datos que nos ha dado Cáritas Española en el último informe sobre exclusión y desarrollo social en España durante los últimos cuatro años[4]. La tasa de desempleo en España durante el año 2011 fue la más alta de todos los países de la Unión Europea, alcanzando niveles insostenibles del 23% de la población activa, y situando al 49% de los jóvenes sin acceso al trabajo. Uno de cada cuatro españoles está en situación de riesgo de pobreza y exclusión social, consecuencia, en muchos casos, de la pérdida de la vivienda y del trabajo. El número de hogares con todos sus componentes activos en paro ha alcanzado la cifra de 1.425.000, y de ellos 580.000 tampoco reciben ingresos de prestaciones sociales. Por otra parte, la precariedad laboral está generando un sentimiento de temor a perder el trabajo. El Papa Benedicto XVI, reflexionando sobre este problema dice: “El estar sin trabajo mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual”.[5] Consiguientemente una pobreza de orden material genera otra de orden espiritual. La necesidad de las personas, entonces, es mayor; y su solución más compleja y urgente; “como consecuencia, se producen situaciones de deterioro humano y de desperdicio social”[6].
La pobreza en sus distintas formas se ha hecho más extensa, más intensa y más crónica. Mientras tanto, estamos dando paso a una sociedad más injusta en la que la brecha entre ricos y pobres se hace cada vez más profunda, y aumenta entre nosotros más que en el resto de Estados de la Unión Europea. Ello hace que, un tercio de la población declare tener dificultades para llegar a fin de mes, mientras que otros servicios de lujo han aumentado sus beneficios.
Por otra parte, abriendo la mirada a la realidad mundial, no podemos olvidar que una de cada seis personas no sabe si comerá hoy[7].
La Eucaristía nos hace ser pan partido y repartido
En este contexto, en que muchos cristianos, y hombres y mujeres de buena voluntad, se preguntan angustiados qué podemos hacer, nuestra mirada se dirige a Jesucristo presente en la Eucaristía. En este sacramento se manifiesta especialmente el amor de Dios que estimula en nosotros el ejercicio de la caridad en la forma y grado que a cada uno corresponde.
Ante las necesidades ajenas, Jesucristo se conmueve y muestra su rostro compasivo. Su ejemplo nos enseña que la verdadera compasión comienza por estar solícitamente atentos a las necesidades de los otros y hacer todo lo posible por remediarlas. Cuando Dios se conmueve ante el drama social, político y religioso de su pueblo, actúa también y mueve su brazo salvador por medio de Moisés[8]. Jesucristo, con palabras y gestos, lleva a cumplimiento y plenitud la compasión operante de Dios. Y, queriendo contar con los suyos, dirá a sus discípulos «dadles vosotros de comer»; aunque sabe que aquello con lo que cuentan resulta insuficiente para la gran masa hambrienta y necesitada.[9] Jesucristo, en este signo eucarístico nos muestra muy claramente que la primera obra de caridad es manifestar a las gentes la verdad de Dios, el rostro de Jesucristo[10]. De modo inseparable nos enseña a salir al paso de las necesidades materiales del prójimo. Pero, sobre todo, nos da a entender que “el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo…” (Jn 6, 33). Y cuando le pidieron de ese pan, Jesucristo contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6, 35).
En la multiplicación de los panes y los peces y en las palabras que Jesucristo dirige a quienes, por ello, querían proclamarle rey, quedan establecidas las condiciones o intenciones fundamentales de la Caridad cristiana. La verdadera caridad mira también el alma; y, en la forma oportuna, incluye, por ello, también la intención evangelizadora. El testimonio de la entrega de sí mismo que hace Jesucristo abre el corazón a la esperanza en la vida eterna. Por eso puede decirnos: “el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo”.[11]“El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de caridad, justicia, paz y desarrollo, forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo que nos ama, le interesa todo el hombre”.[12]
No olvidemos que “para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona”.[13]
Jesús «bendice» y «parte», los alimentos, en clara referencia a la Eucaristía; y los discípulos fueron los encargados de repartirlos. Todos comieron y todavía sobró. La compasión de Jesús se ha traducido en partir y repartir el pan. Así, el signo de la multiplicación de los panes anticipa el verdadero milagro, el de la Eucaristía, en que Jesús se nos da a sí mismo como pan partido y repartido, como vida totalmente entregada para la vida del mundo. Lo poco, por la acción del Señor todopoderoso, ha sido más que suficiente para muchos. Y Jesús, al darnos su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, no sólo nos enseña a compartir el pan, sino a hacer de nuestras vidas una mediación de su amor a los más desposeídos. El Señor ha querido necesitarnos para llevar la luz y la vida a los que carecen de ella; luz que nos permite conocer la verdad, y vida que, como el agua prometida por Jesús a la Samaritana, salta hasta la vida eterna.[14] No podemos olvidar que la Eucaristía nos abre al conocimiento y a la experiencia de Dios que es nuestra mayor necesidad; por tanto, la más importante obra de caridad.
No busquemos nuestro propio interés, sino el bien de todos
En momentos difíciles tenemos la tentación de refugiarnos cada uno en nuestra seguridad y ceder al “sálvese quien pueda”, o caer en actitudes fatalistas[15]. No podemos quedarnos de brazos cruzados ante la situación de extrema necesidad que viven muchos hermanos nuestros, pensando que no podemos hacer nada con nuestras limitadas fuerzas.
«Que nadie busque su interés, sino el del prójimo»,[16] sabiendo que buscar el bien de todos por encima del propio implica hoy tres urgencias o llamadas que nos atrevemos a proponer. Tengamos en cuenta que el Señor, para llevar a término su plan de salvación ha querido necesitar nuestra colaboración libre y sincera.
A. Es hora de pasar de la compasión a la acción
No es posible vivir ajenos a los cinco millones y medio de hermanos nuestros que no tienen trabajo; a las miles de empresas abocadas a reducir plantillas o a cerrar las puertas; al millón y medio de familias con todos sus miembros en paro. Tampoco podemos ser insensibles ante algunas formas de actuar de personas e instituciones que, llamadas de un modo especial a orientar sus proyectos y acciones con justicia y transparencia no son ejemplares en el ejercicios de estos deberes. “Se requiere que las finanzas mismas, que han de renovar necesariamente sus estructuras y modos de funcionamiento tras su mala utilización, que ha dañado la economía real, vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo”[17]. Por la misma razón, “la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, porveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia”.[18] Sin pretender alusiones a personas o instituciones concretas deberemos tener muy en cuenta para la reflexión de todos los interesados que “el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común”.[19]
Es tiempo de convertirnos pasando de la compasión a la acción, y asumiendo un claro compromiso en favor de los más necesitados.[20] Nuestra preocupación por los pobres y los que sufren «debe traducirse, a todos los niveles, en acciones concretas hasta alcanzar decididamente algunas reformas necesarias».[21] Debemos vencer la tentación de crear necesidades para promover principalmente el desarrollo económico. Por el contrario, ha de procurarse satisfacer necesidades de las personas para promover su desarrollo integral. Es imprescindible mirar a la persona como sujeto de desarrollo, miembro de la comunidad humana, y no como simple consumidor. Hay que lograr que las relaciones de mercado estén sujetas a las exigencias morales de reciprocidad solidaria, como demanda una justa economía social de mercado.[22]
B. Cada uno debemos asumir sinceramente nuestra responsabilidad
“Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad”.[23] El Señor nos enseña y nos invita a hacernos cargo del otro. Hoy sigue Dios pidiéndonos que seamos responsables de nuestros hermanos.[24] Aquella pregunta con la que Dios pide cuentas a Caín sobre su hermano, es la pregunta que se nos hace a todos nosotros en este momento histórico: ¿Tú, financiero, empresario, funcionario, sindicalista, empleado..., qué has hecho de tu hermano? Y no vale responder como Caín: “¿Soy acaso guardián de mi hermano?”.[25] No vale decir: yo me ocupo de lo mío y nada tengo que ver con mi hermano, “Al conformarse con Cristo redentor (como se nos ofrece en la Eucaristía), el hombre se percibe como criatura querida por Dios y eternamente elegida por El, llamada a la gracia y a la gloria en toda la plenitud del misterio del que se ha vuelto partícipe en Jesucrito. La configuración con Cristo y la contemplación de su rostro infunden en el cristiano un insuperable anhelo por participar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándose en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía al Señor que llama a la puerta (Mt 25, 35-37)”.[26]
Todos estamos llamados a compartir haciendo verdad en nuestra vida el lema de Cáritas en este año para el Día de la Caridad: «Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir».
C. Debemos dar cabida a la gratuidad
Esto requiere gran dosis de generosidad; por eso hacemos una última llamada a la gratuidad. Trabajemos por la justicia para que todos vean respetados sus derechos. Pero, si de verdad queremos y buscamos el bien de todos, especialmente de los más pobres, habrá que sobrepasar, muchas veces, la justicia legal con la gratuidad propia de la caridad cristiana. La debilidad de unos, la torpeza de otros y las limitaciones de todos, pronostican la presencia de los pobres a través de los tiempos haciendo necesario el ejercicio de la caridad en aras de la justicia social y del bien común. Jesucristo ya nos advirtió que los pobres los tendríamos siempre entre nosotros. (cf. Mt 26, 11).
Nuestras decisiones y opciones en el campo económico, social y políticono se deben sustentar sólo «en relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, en relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión»[27]. “Es importante urgir una reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten en algo arbitrario”.[28] Ello supone que esta reflexión debe hacerse teniendo en cuenta la opción cristiana por los pobres y la realidad de los más débiles y desposeídos.[29]
Conclusión
Que Jesús Eucaristía, vida gratuitamente entregada para que todos vivamos, nos ayude a hacer de nuestras vidas una entrega generosa y gratuita, como don de nosotros mismos. De este modo lucharemos contra la crisis; no nos cerraremos cada uno en nuestro propio interés, sino que buscaremos juntos lo que es mejor para todos en coherencia con la lógica del bien común y de la comunicación cristiana de bienes.
Y a cuantos sufrís de manera más viva e intensa los efectos de la crisis, queremos manifestaros nuestra cercanía y afecto; al mismo tiempo nos ponemos a vuestra disposición para apoyaros en vuestros legítimos derechos. Deseamos ayudaros en la medida de nuestras posibilidades, y animaros a mantener la esperanza en la divina Providencia. Por ello imploramos la ayuda del Señor, que es el único capaz de alentar esa esperanza frente a toda desesperanza.
Manifestamos, también, nuestra valoración de cuanto se hace por los pobres desde las instituciones caritativas y desde la realidad familiar, parroquial y apostólica. Animados por ello pedimos al Señor que estimule y bendiga la generosidad sincera y gratuita.
Comisión Episcopal de Pastoral Social
[1] BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 14.
[2] BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, n. 88.
[3] Sobre ella y las múltiples dimensiones que encierra reflexionábamos ya en nuestro Mensaje del Corpus Christi del año 2009.
[4] Cfr Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España. Análisis y Perspectivas, 22 de Febrero de 2012.
[5] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas y Veritate, n. 25.
[6] Id.
[7] Cfr Informe de la FAO 2010.
[8] Cfr Ex 3, 7-10.
[9] La mayoría de los relatos hablan de «cinco panes y dos peces» o «siete panes y unos peces» en los otros. En cualquier caso, una cantidad insuficiente para la gran masa hambrienta y necesitada: «cinco mil hombres sin contar mujeres y niños» «cuatro mil hombres», «una multitud».
[10] Cf. JUAN PABLO II Novo Millennio Ineunte, n. 16
[11] Cf. Jn 6, 51
[12] BENEDICTO XVI,Encíclica Caritas in veritate, n. 15
[13] BENEDICTO XVI,Encíclica Deus caritas est, n. 34
[14] Cf. Jn 4, 14
[15] Cfr BENEDICTO XVI,Encíclica Caritas in veritate, n. 42.
[16] 1Cor 10,24.
[17] BENEDICTO XVI,Encíclica Caritas in veritate, n. 65
[18] BENEDICTO XVI,Encíclica Caritas in veritate, n. 40
[19] BENEDICTO XVI,Encíclica Caritas in veritate, n. 71
[20] Cfr. JUAN PABLO II, Encíclica Sollicitudo rei socialis, nn.38 y 39.
[21] Ibid n. 43.
[22] Cfr. Declaración de los obispos de la COMECE, El objetivo de una economía de mercado competitiva y solidaria, 27 de octubre de 2011.
[23] BENEDICTO XVI,Encíclica Caritas in veritate, n. 1
[24] Cfr BENEDICTO XVI, Mensaje de Cuaresma 2012, «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24).
[25] Gn 4, 9.
[26] Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n. 58
[27] Ibid n. 5.
[28] BENEDICTO XVI,Encíclica Caritas in veritate, n. 43
[29] Cfr JUAN PABLO II, Encíclica Sollicitudo rei socialis, n. 42.