JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2012
Queridos hermanos y hermanas:
La acogida a los emigrantes y refugiados no es solo cuestión de solidaridad y de compartir, es «una oportunidad providencial para renovar el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo». Lo escribe el Papa en el mensaje para la Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebrará el próximo 15 de enero de 2012, sobre el tema «Migraciones y nueva evangelización».
1. La Nueva Evangelización, respuesta pastoral al desafío de las migraciones
La tarea y la misión evangelizadora se hacen cada vez más urgentes, debido a los cambios amplios y profundos de la sociedad actual (cf. EN 14). Han sido estos cambios y esta urgencia los que han dado lugar a que, primero el beato Juan Pablo II y, luego, Benedicto XVI, hayan impulsado con tanto empeño la Nueva Evangelización.
Entre esos cambios, uno de los más significativos es, en efecto, el originado por el fenómeno migratorio. La desaparición de fronteras y los procesos de globalización en que nuestro mundo está inmerso, y en el que tanto tienen que ver el desarrollo de los medios de comunicación y las facilidades para los desplazamientos, están dando lugar al encuentro entre personas y pueblos diferentes. Sociedades que eran, hasta hace poco, homogéneas, se están convirtiendo, por obra de los flujos migratorios, en sociedades pluriculturales y plurirreligiosas. En España lo estamos experimentando con singular fuerza y rapidez. En unos pocos años ha cambiado sensiblemente la fisonomía de los habitantes de nuestro país.
Detrás de esos desplazamientos en busca de mejores condiciones de vida hay, casi siempre, causas que no debemos ignorar. El Papa enumera algunas: la amenaza de persecuciones, las guerras, la violencia, el hambre y las catástrofes naturales. Todo ello origina problemas nuevos «no solo desde el punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual».
El paso de estas personas de una sociedad muchas veces rural y de fuertes carencias materiales, pero de relaciones muy personalizadas, a una sociedad altamente desarrollada y consumista, en que se valora por encima de todo la libertad individual, la independencia personal y la racionalidad científico-técnica, está suponiendo para muchos inmigrantes un choque cultural traumático. La instalación en contextos urbanos anónimos, con un proceso de secularización agresivo, acaba frecuentemente repercutiendo también de manera negativa en su fe o en su vivencia religiosa.
No pocos de los inmigrantes que llegan a nuestro país proceden de pueblos marcados por la fe cristiana. Muchos llegan con una fe fresca y viva, capaz de enriquecer nuestras comunidades; otros, tal vez con la fe adormecida, ¿encontrarán en nosotros «comunidades acogedoras que les ayuden a despertar o a mantener firme su fe, promoviendo incluso estrategias pastorales, métodos y lenguajes para una acogida siempre viva de la Palabra de Dios», como nos dice el Papa? ¿Qué sería de su fe si solo encontraran un cristianismo que por falta de convicciones personales y de confesión comunitaria hubiera quedado reducido a un mero hecho cultural? Es este uno de los grandes desafíos que Benedicto XVI nos marca en su mensaje.
También llegan hasta nosotros «hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen solamente de modo parcial». Es una «oportunidad providencial» para realizar la misión ad gentes sin tener que salir a regiones lejanas.
El diálogo respetuoso, el testimonio de la solidaridad, además de abrir horizontes de paz, han de contribuir al conocimiento mutuo, a mostrar que el Dios en quien creemos es el Dios del amor, de la justicia, de la ternura y de la misericordia. El documento–marco de la Conferencia Episcopal Española «La Iglesia y los inmigrantes», de noviembre de 2007, señalaba que la presencia migratoria podía considerarse como «una oportunidad y una gracia», entre otros aspectos, para vivir la catolicidad, para el fortalecimiento de nuestras comunidades, para la acción caritativa y social de la Iglesia.
2. Con el silencio y con la palabra
«La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio» (EN 21). Todos los cristianos están llamados a este testimonio, también los inmigrantes católicos, que han de ser los primeros evangelizadores de sus hermanos. Pero «el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado –lo que Pedro llamaba dar «razón de vuestra esperanza»–, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús» (EN 22).
Lo anterior no está reñido con lo que nos decía Benedicto XVI en su primera carta apostólica: «La caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable solo el amor» (CIV 31c).
El testimonio silencioso, coherente, y el anuncio explícito de Jesucristo, lejos de ser excluyentes se exigen mutuamente. El primer modo manifiesta, desde la humildad, la bondad y el amor, la fuerza vivificadora del Evangelio, le hace amable por la calidad de la vida del testigo, por la seriedad del compromiso. La amabilidad se traduce en acogida y hospitalidad. El segundo modo responde de manera directa al encargo de Cristo: «Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Este modo conlleva la invitación a formar parte de la comunión eclesial. Esto, traducido a la acción pastoral con los inmigrantes, en muchos casos persona alejadas de la fe, supone un trabajo que tiene como horizontes tanto la integración social como la comunión eclesial.
3. Salgamos al encuentro, abramos puertas
Los Lineamenta (las líneas generales) para la próxima Asamblea general del Sínodo de los Obispos señalan una serie de escenarios en los que ha de confrontarse y jugarse la Nueva Evangelización. Entre ellos, como venimos diciendo, se apunta el de las migraciones. Ello nos demanda no permanecer cerrados en los recintos de nuestras comunidades, atrevernos a transitar por nuevos caminos abriendo puertas y suscitando encuentros, leyendo en el rostro de los inmigrantes sus dolores y esperanzas, traduciendo la esperanza del Evangelio en respuestas prácticas para adultos, jóvenes y niños. En la evangelización –como en la relación migratoria– no hay uno que da y otro que recibe. Los dos dan y reciben.
En medio de la crisis económica, social, cultural, política y religiosa, se nos pide una nueva imaginación pastoral, para ser testigos y servidores «del Evangelio de la esperanza y de la solidaridad». Estamos llamados a emprender un itinerario de comunión que tiene que llevar a la aceptación de la diversidad desde el encuentro y desde la apertura de corazones. «El diálogo fraterno y el respeto recíproco son la primera e indispensable forma de evangelización».
La Comisión Episcopal de Migraciones viene ofreciendo propuestas operativas para ir pasando de la acogida a la comunión, que es el nombre cristiano de la integración; para que nuestras Iglesias se renueven, a fin de responder al inmenso desafío que tanto para la Iglesia como para la sociedad supone el fenómeno migratorio. Salir al encuentro y abrir las puertas en nuestras Iglesias supone:
- Seguir insistiendo en crear espacios y comunidades promotoras de solidaridad, acogida, diálogo y comunión fraterna trabajando en una pastoral específica –¡aun cuando los inmigrantes hablen español!–, unida a la pastoral general para lograr la mejor armonía.
- Fortalecer el acompañamiento de personas y grupos. La acción pastoral debe acompañar a la persona en su totalidad. Es importante fomentar el valor de la familia como elemento imprescindible de cohesión social. Las intervenciones en el campo de las migraciones han tenido casi como única mirada al individuo y su integración socio-laboral. Sin embargo, trabajar con las familias, y especialmente en el ámbito educativo, tiene efectos multiplicadores en lo referente a la integración, como se ha confirmado en la labor realizada en nuestras Misiones en Europa, por medio de sus capellanes y de las asociaciones promovidas al respecto.
- Dentro de los grupos que hay que acompañar no podemos dejar de seguir teniendo en cuenta el número notable de los españoles que, actualmente en razón de la situación por la que atraviesa nuestro país actualmente, están saliendo fuera por razones de trabajo, intercambio o estudio. Ellos pueden descubrir las puertas abiertas de nuestras Misiones católicas de habla hispana, que precisan de más sacerdotes y agentes de pastoral.
- Colaboración por parte de todos para el establecimiento de unas leyes y una opinión pública favorable a los inmigrantes desde una antropología basada en el respeto a la dignidad de la persona humana. Trabajar por unas leyes justas en el país de acogida ha de ir unido al empeño de que se promuevan políticas de desarrollo en los países de origen. El compromiso por la verdad exige también desenmascarar las mafias que abusan de los trabajadores inmigrantes (transportes hacia España, contratos abusivos, trata y explotación de personas con fines de explotación sexual, etc.). La denuncia ha de extenderse también a todos aquellos que pretenden sacar rentabilidad social y política del sufrimiento de los inmigrantes.
- El Papa nos invita a que «las comunidades cristianas presten una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través del acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana; la valoración de lo que enriquece recíprocamente, así como la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales, que favorezcan el respeto de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la asistencia».[1] Inspirados por el mensaje del Papa, deseamos que los marcos normativos para las regulación de las migraciones sean fruto de un consenso lo más amplio posible; recordamos y pedimos, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, de la tradición y la práctica pastoral de esta en su labor de acompañamiento a los grupos más débiles de nuestra sociedad, que se garantice la atención religiosa adecuada, fluida, regularizada y permanente en los centros de internamiento de emigrantes y refugiados, en donde no pocos ven una excepcionalidad jurídica. Pero, mientras existan, confiamos en que sean utilizados de modo excepcional, y que en todo caso se vele por las condiciones de vida de los internos y reciban la asistencia y el apoyo previstos en la ley.
- Potenciar la pastoral juvenil con los inmigrantes, recogiendo el encargo del Santo Padre en la JMJ, en cuya Eucaristía final recibimos el encargo de «comunicar a los demás la alegría de nuestra fe». En el mundo de las migraciones existen admirables experiencias de trabajo pastoral con jóvenes. La JMJ ha de suponer un renovado impulso para acercarnos, más si cabe, al millón y medio de jóvenes emigrantes (entre 15 y 29 años) que representan casi el treinta por ciento de la población migratoria.
Conclusión
Encomendando los frutos de la próxima Jornada mundial de las Migraciones a nuestra Madre, santa María, Estrella y Camino, alentamos e invitamos cordialmente a nuestros hermanos emigrantes a que compartan la hermosa tarea de la nueva evangelización con todos, tarea en la que, según el mismo Benedicto XVI, «los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los laicos y, sobre todo, los hombres y las mujeres jóvenes han de ser sensibles para ofrecer apoyo a tantas hermanas y hermanos que deben afrontar nuevos estilos de vida y dificultades de integración. El anuncio de la salvación en Jesucristo será fuente de alivio, de esperanza y de “alegría plena”» (cf. Jn 15, 11).[2]
Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones