Lluis Montoliu: “Hay códigos morales que determinan no solo lo que podemos y no podemos hacer, sino también lo que debemos y no debemos hacer”
Lydia Feito: “Las personas son mucho más que su genética y pensar en un sueño ideal de que pudiéramos conseguir un ser humano clonado o repetido, está fuera de toda consideración”
José Ramón Amor: “no hay que olvidar los valores y el sentido moral del individuo. Somos mucho más que genes y cerebro”
La investigación científica y médica han mejorado de forma notable la vida de millones de seres humanos a lo largo de la historia. Al tiempo que se han erradicado múltiples enfermedades que tienen carácter exógeno, los avances en el conocimiento de los códigos genéticos han permitido eliminar o modificar muchas alteraciones de carácter endógeno. Pero, mientras el conocimiento es inacabable y continuo, la ciencia está sometida a una serie de límites, para evitar, precisamente, esa tentación del ser humano, quizá a la larga destructiva, de jugar a ser dioses, superando incluso las barreras de la ética y los códigos morales.
En esta línea se sitúa el transhumanismo, un movimiento cultural e intelectual que apuesta por la posibilidad de mejora del género humano a través de la tecnología, buscando la superación y total eliminación de todos aquellos aspectos negativos inherentes al envejecimiento para potenciar sus capacidades cognitivas, físicas y psicológicas.
Sobre este asunto pivotó el encuentro celebrado en la Fundación Pablo VI el pasado 11 de marzo y emitido por TRECE el 19 de marzo. Un encuentro interdisciplinar, desde la ciencia, la filosofía y la teología, sobre los límites de la investigación científica y sobre los intentos, muchas veces basados en falacias o en la falta de rigor científico, de convertir la ciencia en una suerte de guion de película de ciencia ficción.
Claro que la ciencia tiene sus límites, arrancó Lluis Montoliu, genetista y presidente del Comité de Ética del CSIC. “Hay códigos morales que determinan no solo lo que podemos y no podemos hacer, sino también lo que debemos y no debemos hacer”. Y en ellos están, ante todo, el “respeto a otros seres humanos, a los animales, a las plantas, al medio ambiente…”
Unos códigos, continuó Lydia Feito, que la propia comunidad científica se pone y que no deberían estar condicionados por otro tipo de intereses, como los económicos o industriales “que nada tienen que ver con el progreso de la humanidad”. Y, aunque no hay una ética universal, pues todos los sistemas de regulación científica van a estar condicionados por la tradición filosófica, cultural, religiosa en la que nos estemos moviendo, “es importante articular entre todos los puntos de encuentro y los mínimos que no deberíamos traspasar”, apuntó José Ramón Amor Pan, teólogo y coordinador del Observatorio de Bioética y Ciencia de la Fundación Pablo VI. Este ha sido el objetivo de la bioética desde su mismo nacimiento, hace precisamente ahora 50 años: “darnos cuenta de que la investigación biomédica no tiene unas consecuencias locales, sino que las consecuencias positivas o negativas son globales”.
Lydia Feito, filósofa y profesora de Bioética en la Facultad de Medicina de la UCM
¿Por qué entonces se habla de la posibilidad futura de crear incluso “seres humanos a la carta?”, les preguntó el director general de la Fundación Pablo VI, Jesús Avezuela. ¿No sería la manipulación genética embrionaria, casi como una forma de “fabricar” seres humanos perfectos donde la discapacidad o la enfermedad no existiera? ¿Podría seleccionarse en un futuro el sexo, el color de los ojos y del pelo, e, incluso, la inteligencia de los bebés?
Pues, a pesar de toda la literatura al respecto, el genetista Lluis Montoliu, lo considera en estos momentos “absolutamente imposible”. “La modificación genética nos permite avanzar en el tratamiento de enfermedades congénitas que hasta ahora tenían poco o ningún tratamiento y esto es positivo, pero llegar a determinar características físicas y hasta comportamientos es mucho más complejo, incluso en algo aparentemente tan sencillo como elegir el color de los ojos”. Nuestro cuerpo tiene unos 20 mil genes y cada uno de ellos hace muchísimas funciones. Modificarlas, probablemente afectaría a las funciones de todos las demás. Por lo tanto, explicó, “aunque el papel lo aguanta todo, estamos muy lejos de todo esto”.
“La realidad es que entre el 90% y el 95% de los fetos diagnosticados es abortado, de un modo totalmente admitido por los ciudadanos”
¿Eliminar la discapacidad?
Lo que sí es evidente es la tendencia que existe en la sociedad a través de otras vías de erradicar la discapacidad. El farmacólogo Jesús Flórez, doctor en Medicina y Cirugía y director de Down 21, lamentó en su intervención el “contrasentido” que existe entre lo que son teóricamente los derechos humanos, tal y como establece la ONU en la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, y lo que hace la sociedad, tratando de suprimir a los fetos con síndrome de Down. Porque “la realidad es que entre el 90% y el 95% de los fetos diagnosticados es abortado, de un modo totalmente admitido por los ciudadanos”. Y esto no es, sino, “una forma de discriminación y criminalización del síndrome de Down”, sin parar a pensar en las capacidades que puede llegar a tener.
Jesús Flórez, doctor en Medicina y Cirugía. Director de Down 21
Más que eliminar la discapacidad, el doctor Flórez cree que hay que cambiar el modo en el que la sociedad lo ve. Y no solo los médicos, sino también las propias familias, “que lo primero que preguntan ante un embarazo es si se han hecho la prueba”.
En la misma línea se manifestó José Ramón Amor Pan. Las cifras de abortos en fetos Down muestran claramente que son vistos “por la sociedad como una carga”; es más, “hay, incluso, algunos profesionales sanitarios que hacen un consejo o un asesoramiento directivo para el aborto y autores en bioética que lo justifican”.
¿Seres humanos clonados?
Del mismo modo que ocurre con la fabulación sobre la creación de bebés a la carta, las hipótesis sobre la clonación de seres vivos son, en este momento, un tanto peregrinas. “Para llegar a la oveja Dolly se necesitó un experimento de años”, explicó Montoliu. Se ha ido avanzando a lo largo de este tiempo, llegando a clonar, 21 años después de Dolly, a un macaco, otro ser vivo muy parecido a nosotros. “Yo que trabajo con ratones como mi modelo experimental, puedo asumir y gestionar que uno de ellos se acerque a mi hipótesis de trabajo, seleccionando uno y descartando el siguiente. Pero ¿esto cómo lo hago yo con seres humanos? No es éticamente aceptable, además de ser científicamente muy complicado”.
Y es que, como dice la filósofa Lydia Feito, el individuo no se puede reducir a la genética. “Me preocupa esa suerte de reduccionismo genético, que no tiene en cuenta los factores ambientales ni lo que tiene que ver con la educación, la cultura o el entorno, etc. Las personas son mucho más que su genética y pensar en un sueño ideal de que pudiéramos conseguir un ser humano clonado o repetido, está fuera de toda consideración, además de ser radicalmente inaceptable”. Tampoco hay que olvidar “los valores y el sentido moral”. Somos más que genética y “somos también mucho más que nuestro cerebro”, añadió Amor Pan.
En cualquier caso, más allá del debate sobre la clonación reproductiva, los hallazgos que de ella se derivan en la clonación terapéutica, están abriendo grandes avances en la medicina regenerativa, que supondrían, incluso la posibilidad de desarrollar órganos que puedan suplir otros dañados, explicó Montoliu.
Lluis Montoliu, genetista, presidente del Comité de Ética del CSIC
Transhumanismo y mejora del ser humano
El sueño del ser humano ha sido siempre ser mejor, aumentar sus capacidades físicas, cognitivas y, incluso, psicológicas. Pero, por mucho que se empeñe la ciencia ficción, la mejora moral del ser humano “debe venir inducida por el cultivo de determinadas virtudes que son buenas para el individuo y el grupo social al que pertenece”, aclaró José Ramón Amor Pan. Y eso requiere esfuerzo y un largo camino que también es importante.
El reto intelectual es por qué estaría mal querer mejorar, superarse y qué significa aumentar las capacidades, reflexionó Lydia Feito. Querer hacerlo por medios químicos o quirúrgicos, en vez de por medio de la educación, o el cultivo de la intelectualidad, “forma parte de esta cultura de la rapidez en la que vivimos, que es lograr unos efectos muy rápido”.
En cualquier caso, ¿a qué llamamos mejora?, se preguntó Lluis Montoliu. “Porque el ideal de belleza y mejora es relativo dependiendo de las zonas, o las culturas, del mismo modo que tenemos códigos morales diferentes”. Más preocupante es, para el genetista, todos los temas relacionados con las inteligencias múltiples y que pueden pasar pensamientos que se parecen al del ser humano del cual los has obtenido con el riesgo que representan los sesgos.
“Una cosa son las investigaciones orientadas a mejorar la salud para que suframos menos enfermedades relacionadas con el envejecimiento, y otra considerar el envejecimiento como enfermedad en sí misma”
Mara Dierssen, directora de investigación del Centro de Regulación Genómica de Barcelona
¿Es posible el dopaje intelectual?
Frente a esta cuestión, Mara Dierssen, neurobióloga y directora de investigación en el Centro de Regulación Genómica de Barcelona se mostró rotunda. “Siento decir que esto de la pastilla no funciona, porque nuestro cerebro, para poder consolidar los aprendizajes necesita tiempo y esfuerzo, y todo lo que no cuesta esfuerzo no deja huella en el cerebro”. Por lo tanto, “no solamente no es cierto que la psicofarmacología pueda hacernos más inteligentes, sino que para que la plasticidad surta efecto, la persona tiene que poner un esfuerzo en aprender algo”.
¿Y qué hay de las tesis que sitúan el 2050 como el final de la mortalidad en el ser humano? ¿O de aquellas que hablan de acabar con el envejecimiento? Pues, tendríamos un serio problema, ironizó la neurocientífica. “Si todos somos inmortales, deberíamos dejar de tener hijos”. Y, además, “una cosa son las investigaciones orientadas a mejorar la salud para que suframos menos enfermedades relacionadas con el envejecimiento, y otra considerar el envejecimiento como enfermedad en sí misma”. En todo esto, al final, hay mucha falta de rigor y sensacionalismo y eso, sí que “es lamentable”, criticó Dierssen. “Que la voz de personas que lanzan estas ideas basadas en nada y que no son científicos, se escuche más que la de los propios científicos”.
A pesar de los múltiples avances para analizar e interpretar la actividad cerebral y recrear lo que mi cerebro recoge a través de la vista, no “podemos leer el cerebro o la mente de las personas”. Otra cosa es que se puedan modificar voluntades a través de estrategias, como el neuromarketing o la neuropolítica, utilizados para conocer la relación emocional entre la conducta del consumidor y su mente, o del votante y su mente.
Tampoco hay que irse a algo muy profundo, explicó Mara Dierssen, para conocer el impacto que tienen las redes o las estrategias que siguen los políticos para influir en el votante: “hablar mal del otro, la teoría del desastre mundial si se vota al contrario, etc”. Y esto, que supone influenciar tanto en la toma de decisiones, en su opinión, “sí que debería abrir un debate ético”, y, sobre todo, “estar mejor regulado”.
José Ramón Amor Pan, teólogo y coordinador del Observatorio de Bioética y Ciencia
de la Fundación Pablo VI
Igualdad en el acceso a los recursos sanitarios y los avances científicos
Todos estos debates éticos sobre los límites investigación científica, no deberían hacernos perder de vista otros problemas de mayor trascendencia global como son la igualdad de acceso a los recursos sanitarios. “Lo estamos viendo con el acceso a las vacunas del SARS COV-2”, explicó Montoliu. Los países más pobres no tienen acceso a ella. Y, en esto, “o curamos esta pandemia en todo el mundo o no la curamos en ningún sitio”. Y, ¿qué ocurre con las otras enfermedades que matan más que el COVID-19?, se preguntó José Ramón. “A los investigadores que se dedican a ellas casi que se les mira por encima del hombro”.
En todas estas cuestiones, ¿dónde queda la religión? ¿está la fe reñida con la ciencia? Al contrario, respondió el coordinador del Observatorio de Bioética y Ciencia. “La religión cristiana nunca ha tenido miedo de la investigación”, aunque a veces no haya sabido dar bien el mensaje, “presentándonos desde la propia Iglesia ante la opinión pública a cara de perro”, reconoció. “La Iglesia se ha mostrado siempre a favor del cultivo del ser humano y ese talante de diálogo es el que debemos recuperar”.