Pablo VI es un Papa atrapado, si se me permite la expresión, entre los mediáticos Juan XXIII y Juan Pablo II (el breve pontificado de Juan Pablo I le hace pasar desapercibido) y parecía destinado a ocupar ese discreto puesto en la historia contemporánea de la Iglesia. No obstante, el legado de quien rigió los destinos de la Iglesia durante quince años (1963-1978), durante los cuales se concluyó el Concilio Vaticano II, es importantísimo y así lo atestigua el actual Papa Francisco que ha hecho de Pablo VI su pontífice de referencia.
Como siempre que se trata de un tema ya adentrado en la historia y cincuenta y cinco años ya lo son, el ecumenismo vivido y potenciado por Pablo VI puede parecernos un poco lejano sobre todo por el lenguaje que se utilizaba entonces en la Iglesia y porque la doctrina inflexible era sello de la época. Sin embargo, Pablo VI fue un hombre más de gestos que de palabras, aunque hay que reconocer que la expresión Iglesias hermanas (Anno ineunte, 1965) es de lo más afortunado. Caritas y Veritas, Amor y Verdad, fueron las palabras en las que se asentó el camino ecuménico abierto por Pablo VI. Los gestos son muy evidentes. Por condicionamiento de espacio me ciño a tres por orden cronológico.
El encuentro con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla (1964), con la renuncia a todos los honores y privilegios (por ambas partes) y la devolución de reliquias, dio paso a un abrazo verdaderamente fraterno que dejó abiertas las puertas para ulteriores encuentros entre representantes de ambas Iglesias. Fruto de este encuentro se levantaron mutuamente las excomuniones que, también mutuamente, se habían lanzado en 1054 y que fueron el detonante del Cisma de Oriente, mejor dicho, del Cisma entre Oriente y Occidente.
El encuentro con el Arzobispo de Canterbury (1966) vino marcado por el gesto de Pablo VI de entregarle y colocarle en el dedo su anillo pastoral y bendecir conjuntamente a la gente que presenció el acto. Puede parecer un simple gesto, pero no olvidemos el simbolismo que para el mundo católico tiene el anillo pastoral y más el de un Papa.
El tercer gesto, su visita al Consejo Mundial de Iglesias (1969), abrió las puertas a las visitas, años más tarde, de Juan Pablo II y, este mismo año de Francisco. Evidenció que su ecumenismo iba mucho más allá del ecumenismo espiritual. Un ejemplo: “De común acuerdo con nuestro Secretariado para la Unidad, algunas personalidades católicas han sido invitadas a participar en vuestras variadas actividades. La reflexión teológica sobre la unidad de la Iglesia […] la profunda formación del laicado, la toma de conciencia de nuestra común responsabilidad y la coordinación de esfuerzos para el desarrollo social y económico y para la paz entre las naciones, estos son algunos ejemplos de áreas donde esta colaboración ha empezado a tomar cuerpo”. Recuperar la figura de Pablo VI en todos los campos de su pontificado es de justicia.
Cristina Inogés Sanz
Teóloga. Relaciones Institucionales y Protocolo.
@Crisinogessanz
http://blogs.21rs.es/todoirabien/