Los días 1 y 2 de julio, la Fundación Pablo VI junto con la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la CEE y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UPSA han celebrado la XXX edición del curso de Doctrina Social de la Iglesia dedicada a la crisis de la vivienda
A lo largo de dos días se ha contado con numerosos expertos que han dado un enfoque interdisciplinar, desde el derecho, la política, la economía, la teología, la ética o la sociología. Se han conocido los datos del nuevo informe FOESSA, que será presentado en el mes de noviembre; así como experiencias de acompañamiento a personas sin hogar y en procesos de desahucio dentro y fuera de la Iglesia. Y se han presentado propuestas de soluciones desde el ámbito público y privado, puestos en diálogo en una de las sesiones.
La vivienda no es solo un techo o el lugar donde transcurre la vida. Es el lugar donde se desarrolla la persona y se forma el individuo, donde se forjan los vínculos familiares y relacionales; un espacio de creación, de aprendizaje y de convivencia; un reflejo de la identidad de la persona. La Constitución consagra este derecho en su artículo 47 cuando dice que “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada y que los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”.
Sin embargo, la realidad que se vive en este momento con la vivienda en España no parece garantizar este derecho. Pagarla se lleva más del 30 por ciento de la renta de los españoles, lo que implica menos recursos para la educación, el desarrollo como personas y como familia, el ocio o, incluso, el alimento. Y, en los casos más extremos, como adelanta el informe FOESSA, el pago de la vivienda y los suministros deja a las familias con todos los ingresos a cero el día 2 de cada mes. Una situación que ya se ha llegado calificar como “emergencia social”, y que se ha convertido en el principal problema de España, según los datos del CIS.
La Doctrina Social de la Iglesia como guía que ayuda a leer, juzgar y actuar tiene mucho que aportar ante esta crisis, que reclama soluciones de todos aquellos actores que, ante una realidad que genera injusticia social, exclusión y una brecha profunda entre ricos y pobres tienen en sus manos cambiar inercias y estructuras. Y son muchos los documentos magisteriales y los textos que ayudan al discernimiento en esta materia, como la Laudato Si, y que, incluso, aparece recogida en las Sagradas Escrituras.
De esto ha ido el XXX Curso de Doctrina Social de la Iglesia organizado por la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española, la Fundación Pablo VI y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UPSA. Un curso en el que se ha contado con numerosos expertos que han dado un enfoque interdisciplinar, desde el derecho, la política, la economía, la teología, la ética o la sociología. Se han conocido los datos del nuevo informe FOESSA, que será presentado en el mes de noviembre; así como experiencias de acompañamiento a personas sin hogar y en procesos de desahucio dentro y fuera de la Iglesia. Y se han presentado propuestas de soluciones desde el ámbito público y privado, puestos en diálogo en una de las sesiones.
Durante la presentación del curso, inaugurado por Jesús Avezuela, director general de la Fundación Pablo VI; José Ramón Amor Pan, Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Pontificia de Salamanca; y Fernando Fuentes, director de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la CEE, el propio responsable de la pastoral social subrayó el objetivo de estas jornadas que no es solo “conocer datos técnicos e instrumentos políticos, económicos y fiscales, sino también animar a un mayor compromiso con los más vulnerables y jóvenes”.
La vivienda, un reto ético, político y económico
La primera ponencia corrió a cargo de Helena Beúnza, ex secretaria de Estado de Vivienda y presidenta de ASVAL, la entidad que aglutina a los propietarios de la vivienda en alquiler. Su intervención partió de unas breves pero contundentes cifras que permiten dibujar un “problema estructural” que se arrastra desde hace décadas: familias que destinan casi el cien por cien de sus ingresos a los alquileres, viviendas sobreocupadas, pobreza energética -que sufren un 13% de los hogares-; un parque de viviendas muy deteriorado -hasta 9,5 millones necesitan rehabilitación-; o falta de condiciones dignas para el desarrollo educativo y vital de los menores -15,4% de niños viven en exclusión severa a la pobreza energética-.
Esto hace concluir que la vivienda, dijo, “es uno de los principales factores de desigualdad de nuestra sociedad”, que precisa de soluciones éticas, políticas y económicas: “la ética nos remite a la justicia, la dignidad y la equidad; la política nos obliga a reflexionar sobre la responsabilidad institucional y el marco regulador que tenemos; y la economía nos existe comprender la vivienda como un motor de desarrollo y no como un freno al crecimiento inclusivo”.
La ex secretaria de Estado de Vivienda repasó, en primer lugar, los textos del magisterio de la Iglesia que hacen referencia a la vivienda como derecho y condición para el desarrollo humano integral. En la Rerum novarum, por ejemplo, “se fijan las bases doctrinales sobre la propiedad, la dignidad del trabajo y el deber del Estado de proteger a los más vulnerables”; y en la Laudato Si’ se conecta el derecho a una vivienda digna con la ecología humana: “la posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las personas y con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la ecología humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y expulsar” (LS 152). Partiendo de estos textos y del citado derecho constitucional a la vivienda que consagra nuestra Carta Magna, Beúnza criticó con dureza la inacción de la política de vivienda en España a la que le ha faltado visión estructural y liderazgo, con unas decisiones tomadas a corto plazo que han generado una inseguridad jurídica al que alquila, desincentivando la oferta de viviendas en alquiler y agravando aún más el problema. “La Administración, dijo, no puede seguir evadiendo sus responsabilidades ni trasladando el peso del problema al sector privado. Garantizar el derecho a la vivienda exige una implicación decidida de los poderes públicos tanto en la planificación como en la financiación”. También en la gestión de los parques de vivienda pública, cuyo desgobierno, dice, ha sido una de las principales causas del aumento de la ocupación.
Helena Beúnza: “no puede ser que una persona tarde 18 meses en recuperar la vivienda”
La presidenta de ASVAL dio, además, unas cifras para la reflexión. En España solo se dedica un 0,1 % del PIB al gasto público en vivienda, y hay un déficit de recursos técnicos y económicos para rehabilitar las que están más deterioradas. Ahí es donde cree fundamental la colaboración público-privada, con un marco regulador coherente que facilite la cooperación y la sostenibilidad. “No podemos esperar que el Estado lo resuelva todo, sino que debe haber una responsabilidad compartida”, también de inquilinos y propietarios. “Esto se resolverá cuando pongamos el foco en las personas, cuando comprendamos que garantizar el acceso a una vivienda digna no es una opción ideológica, sino un deber moral, institucional y económico”, que tiene mucho que ver también con la “justicia intergeneracional”. (…) Procurando este derecho, añadió “garantizamos la cohesión social, la salud, el arraigo, la igualdad de oportunidades y la paz social”.
La vivienda, un bien sagrado
No solo la legislación y el magisterio de la Doctrina Social de la Iglesia consagra en sus textos este derecho. También en la Biblia, desde los primeros libros del Antiguo Testamento, hasta las lecturas del Evangelio, se habla de la casa y el hogar como un bien sagrado. La vivienda es el lugar donde se desarrolla la vida familiar y relacional, es lugar de descanso y refugio y morada de Dios. En el libro de Eclesiástico se dice que lo primero para vivir es el agua, el pan, vestido y la casa para abrigarse. En Proverbios 27 se habla de la tremenda nostalgia que supondría no tenerla. Y nada de construirlas para que otros las habitaran o para especular con ellas, como dice Isaías, 65: “Construirán casas y vivirán en ellas. Cultivarán viñedos y disfrutarán lo que produzcan. No construirán casas para que otros vivan en ellas. No cultivarán viñedos para que otros los disfruten”.
Los hogares eran los lugares para encontrar el amor, como narra el Cantar de los Cantares; la morada sagrada que no podía ser violada, como dice el Deuteronomio. Por eso, la pérdida de la vivienda es una de las tremendas desgracias que caían sobre el pueblo cuando la guerra devastaba sus campos y ciudades. Habitar en la propia morada, con la propia familia, era signo de felicidad y de paz; y la tradición bíblica nos muestra, además, cómo Dios mismo ha querido que se le edificara una morada para habitar entre nosotros. De este modo, se ve con claridad cómo nuestra tradición religiosa cristiana atribuye a la “vivienda” un valor fundamental, que tiene mucho más sentido que el valor material.
De esto trató la segunda ponencia del curso con María Elisa Estévez, doctora en Teología por la Universidad de Deusto (Bilbao) y hasta ahora profesora del Departamento de Sagrada Escritura e Historia de la Iglesia, de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).
En una extensa y pedagógica conferencia, cargada de detalles y simbolismos, repasó los textos de la Historia Sagrada para recordar la importancia del respeto y el cuidado a la casa, el hogar y la Tierra, lo que lleva a hablar también la Casa Común. “No hay hogar sin Tierra. El Planeta es la casa común de la humanidad y es la familia que habita en ella la que tiene que custodiar todos esos bienes. Administrar no es dominar. No es posible una relación con el cosmos marcada por el dominio y la explotación”, dice el Génesis.
El relato de la Biblia habla también de las consecuencias del abuso, maltrato o instrumentalización de la Casa. “La ruptura con el Dios creador significa querer administrar por cuenta propia la casa común y el modo de estar en el mundo”; se refiere también al sufrimiento que genera su pérdida y la necesidad de protegerla; las leyes que la protegen y los límites a la propiedad privada; los abusos contra los colectivos; los males de la codicia y el lucro; y el deber de hospitalidad, “una de las grandes aportaciones del cristianismo primitivo”.