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El ethos de EE. UU.

Guste o no, Estados Unidos sigue siendo la primera potencia; y por tanto, el país que más pasiones desata, lo que facilita el arraigo de prejuicios, confusiones y fake news. Para conjurar estos riesgos, Jesús Avezuela ha publicado El experimento americano: un sueño y una identidad (Ed. Tirant Humanidades), en el que aprovecha un breve a la par que riguroso repaso por los casi 250 años de historia de EE. UU. para aclarar conceptos y desentrañar la evolución de la identidad del país desde la llegada de los primeros colonos.

Basándose tanto en las conclusiones del viajero de entonces J. Hector Saint-John de Crèvecoeur –«el americano es un nuevo hombre que actúa con nuevos principios»– como en las de ensayista contemporáneo Michael McGiffert –«peculiar people specially favored by God»–, Avezuela penetra en el corazón del ethos estadounidense, no sin recalcar las contradicciones que hubieron de afrontar los primeros colonos, una de ellas la dificultad de poner en práctica sus ansias democráticas en pleno siglo XVII.

La realidad también les persuadió de matizar la rigidez moral de los inicios para dar paso a la tolerancia religiosa, uno de los pilares más sólidos de la mentalidad estadounidense que ha permitido, entre otras cosas, que en un país protestante, el catolicismo se haya convertido, con el tiempo, en la primera confesión por número de miembros, si bien este sigue siendo inferior al de la suma de las confesiones reformadas. En todo caso, Dios –y el autor lo recuerda– ocupa una centralidad en la sociedad estadounidense que ya quisiéramos en Europa.

Otra diferencia respecto al Viejo Continente ha sido el establecimiento de una filosofía política propia que ha revolucionado el pensamiento occidental, dando pie a un sistema fuertemente contractualista cuyos pilares siguen fieles a lo ideado por los padres fundadores. Avezuela se detiene, con acierto, en el papel decisivo jugado por la Corte Suprema en la consolidación de la estabilidad del sistema –muy útil es el rescate de la figura del juez John Marshall, poco conocida de este lado del Atlántico–, si bien pasa de forma algo rápida sobre la original forma que ha tenido EE. UU. de ejercer su condición de gran potencia. Sin embargo, la potencia no son solo los tanques, sino también el compromiso cívico, lo que en EE. UU. se plasma en una excepcional generosidad: tres de cada cuatro ciudadanos contribuyen a obras benéficas con más de 1.000 dólares al año. A eso se le llama cristianismo práctico.

José María Ballester Esquivias




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