Pedro García Cuartango es un periodista de raza. De aquellos que siguen creyendo en el periodismo como esa “literatura de observación” “que cuenta lo que pasa en la calle, penetra en el alma de las gentes y es capaz de captar el trasfondo invisible de los acontecimientos”. En el diario ABC, este mirandés sencillo evoca en su prosa, desde la nostalgia del color ocre de los Campos de Castilla, hasta la historia de amor entre Heidegger y Hannah Arendt, pasando por la ejemplaridad en política, frente al dominio de la mentira. En medio de la guerra por la inmediatez, por el clic rápido y los excesos del periodismo, Cuartango reivindica el valor de la palabra y del rigor, impregnando su periodismo de humanismo y belleza.
Con él recuperamos tiempos y valores olvidados y viajamos a aquellos años del Concilio, cuando soplaban en Europa unos vientos de libertad que llegaban a una España en los últimos coletazos de la dictadura. Hablamos de periodismo, de cultura, de política y de la necesidad de recuperar un diálogo que dio grandes frutos dentro y fuera de la Iglesia. De este modo abrimos, dentro del Centro de Pensamiento Pablo VI, una serie de conversaciones con personalidades del mundo de la filosofía, la comunicación, la política, la cultura o la sociedad civil destinados a recordar la figura del Papa Montini.
P.- En 1963 es elegido al sucesor del Papa Juan XXIII y sentó como un jarro de agua fría al régimen de Franco. Era mariteniano en el más amplio sentido del término. Un Papa antifascista que había pedido, aun como arzobispo de Milán, clemencia a Franco por un joven libertario catalán y la respuesta del régimen fue el desprestigio de la Democracia Cristiana. ¿Qué recuerda de aquellos años en los que se llegaba a pedir por la conversión del Papa?
Recuerdo muy bien aquellos años. Murió Juan XXIII y es una fecha que a mí se me quedó grabada porque yo estaba en una escuela parroquial, era la fiesta de San Juan del Monte y se suspendió la fiesta. Recuerdo que el maestro nos llevó a ver la inauguración del Concilio Vaticano II que era televisada en directo. Recuerdo muy bien la muerte de Juan XXIII, de Angelo Roncalli, y de la designación de Giovanni Montini como nuevo Papa.
Las relaciones con Franco fueron muy malas desde el principio, porque Pablo VI era un hombre que tenía una fuerte convicción democrática y creía en los Derechos Humanos. Y eso le llevó a chocar con el Régimen, lo que quedó de manifiesto en las ejecuciones del proceso de Burgos, cuando Montini llamó a Francisco Franco la última noche para pedirle la condonación de la pena de cárcel a unos etarras que iban a fusilar. Franco no se puso al teléfono y desoyó las voces que también le venían desde la Iglesia española para que tuviera clemencia. Eso enfrió unas relaciones que ya, en esa última etapa, fueron muy malas.
P.- ¿España no quería a Montini?
El franquismo no quería a Montini. Un franquismo que había convertido el catolicismo en un arma política. Eso comenzó a cambiar con Juan XXIII y mucho más en la etapa de Pablo VI. Ocurrió que la Iglesia dejó de apoyar un régimen dictatorial y llegó un cambio político. Empezaron a surgir movimientos como la HOAC, muy perseguida por el franquismo, que trataban de defender los derechos de los trabajadores, y eso generó un gran rechazo en el régimen. La HOAC tuvo un papel muy subterráneo, pero muy importante en aquellos años y llegó a fundar una editorial donde se trataban temas que le molestaban mucho al franquismo.
Pablo VI con el Cardenal Tarancón
P. Muchos dicen que en España fue decisiva para la Transición democrática, una transición religiosa previa.
Estoy de acuerdo. El Concilio Vaticano II fue un cambio radical en fondo y en forma: las ceremonias, que se hacían en latín, pasaron a hacerse en castellano, por ejemplo. En España, este cambio progresivo no fue solo por el Concilio sino por la propia evolución de la sociedad española, y a lo que asistimos fue, a finales de los 60 y principios de los 70, a la emergencia de una Iglesia de base que no aceptaba la dictadura de Franco, que defendía una mayor justicia social, los derechos sindicales y muchas cosas que no estaban reconocidas por el régimen. La Iglesia empezó a chocar en esos años con el franquismo, y ese choque fue especialmente significativo en el famoso incidente del obispo Añoveros de Vizcaya, que estuvo a punto de ser deportado por su mensaje “El cristianismo, mensaje de salvación para los pueblos”. Franco dio marcha atrás, pero eso sacó una parte de las tensiones que había entre el franquismo y la Iglesia, (al menos una parte), que luego ya fueron obvias durante los años previos a la Transición, con Tarancón al frente de la CEE.
P.- ¿Qué echa de menos de aquellos años? ¿Cree que la Iglesia española está a la altura o debe tener un papel similar en este momento especialmente complejo que vivimos?
La situación es muy complicada. En aquellos momentos vivíamos una situación excepcional. El declive del franquismo, su muerte y luego la Transición. En esa etapa histórica que va desde finales de los 70 la Iglesia jugó un papel esencial, indispensable. Allanó el camino a la Democracia y se implicó claramente en el cambio político. Ahora la situación es diferente. España es una democracia, existe libertad, existen partidos, existen sindicatos. Por lo tanto, yo no creo que la Iglesia tenga que jugar ningún papel político en este momento, tiene que limitarse a su acción pastoral. Y yo creo que la Iglesia sí que está a la altura de las circunstancias, sí que está cumpliendo, pero considero que no tiene que implicarse en la lucha política: una lucha muy viciada, en un ambiente muy deteriorado por la crispación, el cainismo y la polarización política que vivimos…. Hace 40 años se vio obligada a jugar ese papel activo en la política, pero ahora la situación es muy distinta y no veo una clara exigencia de que tenga que implicarse en las polémicas del momento.
“Creo que tendríamos que recuperar ese espíritu de aquellos años del Concilio Vaticano II, donde la Iglesia protagonizó un diálogo y una apertura a la sociedad”
P.- ¿Qué podemos hacer para recuperar ese espíritu de diálogo que vivía y pedía Montini, en un momento de gran polarización y grandes bloques?
Pues es una enorme paradoja. Cada vez hay menos diálogo, cada vez hay más bloques, cada vez hay más polarización, cada vez es más difícil la interlocución política y cada vez están más deteriorados los debates intelectuales. Yo creo que Pablo VI fue un gran Papa. Él había sido arzobispo de Milán y ahí había abierto un gran diálogo con los partidos y, sobre todo, con los sindicatos. Yo creo que tenía un sentido del momento, no sólo pastoral, que le llevó a abrirse a la sociedad milanesa. Llegó a un diálogo con la política y creía que la Iglesia no tenía que implicarse con un solo partido político. Se abrió mucho, además, a las otras religiones cristianas como, por ejemplo, a los ortodoxos, y al mundo musulmán. Fue un Papa que abrió la Iglesia al mundo, que continuó el legado que había dejado Juan XXIII (terminó el Concilio Vaticano II) y fue una etapa de una tremenda esperanza porque se abrió un diálogo que hasta el momento no había existido y se generaron grandes debates intelectuales. Hoy, toda esa viveza de aquella época de finales de los 60 principios de los 70, se ha perdido. Vivimos en un mundo más sectario e ideologizado; vivimos también en la época de la posverdad y cada vez es más difícil distinguir lo verdadero de lo falso. Creo que tendríamos que recuperar ese espíritu de aquellos años, donde la Iglesia protagonizó un diálogo y una apertura a la sociedad, que, desde mi punto de vista, es ahora mucho más difícil porque la sociedad es más cerrada y existe más sectarismo. Pero no sé cómo se podría retomar esto.
P.- ¿Sería posible un partido democratacristiano en España como en Alemania?
Fue Ruiz Jiménez el que fundó el partido democristiano y fue un fracaso. Todo intento en España de crear un partido vinculado al cristianismo o a la Iglesia siempre ha sido un fracaso y no veo que esa sea la solución. Lo que sí veo es la profunda crisis ideológica de los partidos: una izquierda cada más sectaria, que cada vez se arroga más la posesión de la verdad y con muy poca capacidad de diálogo; y una derecha que tiene también muchas cosas que cambiar. Hay mucha política a corto plazo, y el centro derecha tendría que acometer una profunda revisión de sus ideas, porque falta reflexión intelectual y sobra tacticismo, oportunismo…
Por lo tanto, no creo que la solución sea crear nuevos partidos y mucho menos una reedición de lo que fue la democracia cristiana, que nunca funcionó en este país, sino que hay que revisar un gran proyecto de centro derecha vinculado a principios y valores éticos, que es lo que yo no veo en estos momentos.
“La prensa en España en estos momentos es lo suficientemente fuerte y plural para resistir a las presiones. No creo que la libertad de prensa se vea amenazada en este momento”
P.- Vayamos a la prensa. Con la historia no tan lejana que en España tenemos, da la sensación de que olvidamos pronto. Especialmente en estos últimos tiempos, estamos viviendo ataques a la prensa de forma deliberada. Usted hablaba en nuestro último foro de que los medios se autorregulan, pero estamos observando últimamente, sobre todo por parte de partidos más extremos, una llamada al boicot a algunos medios, como el propio ABC donde usted escribe. No es una censura, pero sí un intento de atacar el periodismo libre.
Estamos asistiendo con una cierta preocupación a estas presiones e intentos de intromisión del poder político. Y también es verdad que la prensa está viviendo un proceso de concentración económica. Los grandes grupos mediáticos están ligados a los intereses financieros y, por lo tanto, hay una pérdida de libertad. Yo estoy preocupado por esas declaraciones que hemos escuchado a Pablo Iglesias o esos dirigentes de VOX contra la prensa. Pero creo que la prensa en España en estos momentos es lo suficientemente fuerte y plural para resistir a esas presiones. No creo que la libertad de prensa se vea amenazada en este momento. Hay muchos grupos mediáticos, una gran cantidad de oferta informativa y creo que los peligros para la prensa no vienen tanto del poder político o de las injerencias de los partidos populistas o nacionalistas, sino más bien de los gigantes tecnológicos. Hay que abrir una reflexión de todo esto, pero a mí, insisto, me preocupa mucho más la tendencia al monopolio de los grandes grupos tecnológicos, como google, que estas presiones de los dirigentes políticos, que son más momentáneas y producto de un enfado o de una incapacidad de comprender lo que es la libertad de prensa, que de una tentativa seria de acabar con la libertad en los medios.
“La única forma de salir de este deterioro de la política y las instituciones es acometer una profunda regeneración ética”
P.- ¿Qué le falta a la política actual?
Ha habido un gran deterioro del liderazgo en España. Cuando murió Franco en el año 75 comenzó un período de ilusión que duró unos 10 años hasta que España entró en la Unión Europea en el 86, pero a partir de ese momento se fue deteriorando todo: las instituciones fueron perdiendo calidad, se perdió ese espíritu de diálogo frente a la lucha por el poder, las puertas giratorias, el nepotismo... Empezó una crisis que derivó en un descrédito de las instituciones. Creo que la única forma de salir de esto es acometer una profunda regeneración ética. Hay que reinventar la democracia y ligarla a valores éticos. La política no puede ser una lucha por el poder. La política no puede ser un instrumento para colocar a los amigos o para perpetuarse. La política es un instrumento para cambiar la realidad y ese cambio tiene que venir de las ideas, de un proyecto intelectual y, sobre todo, de los valores.
“Habría que volver al mundo de las ideas, al mundo de los debates sobre las cosas, sobre las grandes cuestiones que nos afectan a todos los seres humanos”
Pedro García Cuartango durante el encuentro "Pensar el mundo de hoy" en la Fundación Pablo VI
P.- ¿Cómo acometer esta reforma desde la educación? Porque es, precisamente, en la educación donde pueden estar muchas de las claves de esto que estamos hablando…
Desgraciadamente la sociedad en la que vivimos es cada vez más frívola y se da mucha importancia a los saberes prácticos y muy poca a la reflexión, a la mirada, a la actitud sobre las cosas. Creo que tenemos que cambiar nuestras conductas y nuestra forma de ver el mundo. Tenemos que reinventar la política, la dimensión espiritual del hombre, tenemos que enseñar sobre todo a la gente joven a leer, a entender las cosas, a escuchar a los demás. Y esto se ha perdido. Vivimos en una sociedad de la imagen en la que lo que importa es la representación, el espectáculo y eso está afectando mucho a la forma de hacer política. Habría que volver al mundo de las ideas, al mundo de los debates sobre las cosas, sobre las grandes cuestiones que nos afectan a todos los seres humanos... Estamos viviendo en una etapa en la que hay un predominio del espectáculo y creo que, para recuperar esa mirada y esa autonomía del pensamiento, tenemos que hacer profundos cambios esenciales, empezando por reformar la educación.
P.- ¿Cómo atacamos este intento de competir con las redes sociales desde la prensa o desde el ámbito del trabajo?
Como sucede en la política. Los partidos funcionan por mecanismos de acción adversa, promocionan a los más fieles y a los más obedientes a la cúpula, y en la sociedad hay una clara supremacía del espectáculo de las redes sociales, de las fake news. Yo creo que eso es una tendencia que se va a desarrollar en el futuro, sobre todo porque cada vez somos más dependientes de la tecnología, de los teléfonos móviles, de los ordenadores ¿Cómo se puede combatir este fenómeno del hombre atrapado con la técnica, del que ya hablaba Heidegger? Pues no lo sé. Es muy importante la educación. Hay que volver a la cultura del esfuerzo, que cada vez es más escasa. Es difícil, tenemos que cambiar cada uno y hacer lo que podamos en la medida de nuestras posibilidades para que el mundo sea más justo, ser capaces de hablar de las cosas importantes y no dejarnos arrastrar por fenómenos culturales que nos hacen más infelices y dependientes de los valores materiales.
Sandra Várez González
Directora de Comunicación
Fundación Pablo VI