“La garantía de los derechos de la persona es condición necesaria para que los ciudadanos, como individuos o como miembros de asociaciones, puedan participar activamente en la vida y en el gobierno de la cosa pública. (…) Recuerden, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común”. (Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 73)
Promulgada por el Papa Pablo VI el 7 de diciembre de 1965, la Constitución Pastoral Gaudium et Spes habla claramente de la necesidad de que predomine un orden político-jurídico basado en las libertades democráticas y que proteja los derechos de la persona (el derecho de libre reunión, de libre asociación, de expresar las propias opiniones y de profesar privada y públicamente la religión)
La celebración del Concilio Vaticano II, plasmada en ese documento, abría tiempos nuevos para la Iglesia, que toma conciencia del deber de observar los signos de los tiempos y actuar ante ellos. Hoy, desde esa mirada de Pablo VI, reflexionamos sobre la política, la democracia en España, la Unión Europea y los retos de futuro. Lo hacemos con Leopoldo Calvo Sotelo Ibáñez Martín, jurista, profesor, experto en relaciones internacionales y Letrado del Consejo de Estado, que ha ocupado hasta ahora innumerables cargos, entre ellos el de juez del Tribunal General de la Unión Europea y subsecretario del Ministerio del Interior.
P.-. Aunque aún quedaban 10 años para el final de la dictadura, la publicación de esta Constitución Pastoral fue un revulsivo y se empezó a trabajar para abrir camino a la democracia en nuestro país. ¿Está suficientemente reconocido el empuje que le dio la Iglesia a la Transición en España?
R.- Yo creo que sí. Habría que distinguir dos aspectos. En primer lugar, citando a Herrero de Miñón, antes de que empezara la Transición política hubo en España una transición económica (una liberalización de la economía que dio paso a un desarrollo económico); una transición jurídica, con las grandes leyes de Derecho Administrativo de finales de los años cincuenta que introducen una estructura que permite el Estado de Derecho cuando llega la democracia; y una transición religiosa, que no es otra que el Concilio Vaticano II que pone a Iglesia Católica del lado de la democracia.
El segundo aspecto es el papel que tiene la Iglesia en la propia transición política, a partir del 75. Podíamos decir que la Iglesia respalda, acompaña y ve con simpatía la transición política en España y de ahí la importancia de Pablo VI, un Papa que conoce bien la situación política española y, por su formación y biografía, conoce también muy bien los riesgos que las posiciones autoritarias pueden tener para el catolicismo, (estoy hablando del Mit brennender Sorge de Pío XI y también de sus advertencias sobre los errores de la Acción Francesa). Todo eso formaba parte de la biografía de Pablo VI y cuando llega el momento para España, respalda plenamente la transición, sin dejar de mencionar la figura del Cardenal Tarancón. Por eso yo creo que para cualquiera que quiera estar bien informado, es claro, importante, positivo y favorable el papel de la Iglesia en la transición.
“No puede uno en política dedicarse a la desinhibición o al desahogo, porque eso lo que hace es exacerbar las divisiones y socavar la paz”
P. Si hay algo que caracterizó el período de la transición fue el diálogo y la capacidad de acuerdo entre posiciones que, hasta el momento, habían sido muy hostiles ¿Por qué hoy, 40 años después, se cuestiona ese período y se pone en duda esa generosidad que llevó a sus artífices a sentarse, incluso desde posiciones enfrentadas?
R.- Sí, la verdad es que ese es un error particularmente grave en la coyuntura política española, porque hay otras grandes democracias occidentales que están viviendo situaciones de crisis tan graves como la que estamos pasando aquí y, sin embargo, no cuestionan los momentos fundadores. Tenemos el caso de EE.UU, donde, tanto el partido demócrata como el republicano, atraviesan crisis por cuestiones distintas. Pero los padres fundadores de la nación americana no solo no son cuestionados, sino que ambos partidos los reclaman para sí. Tomemos el caso de Francia, que tampoco está en una situación fácil y, sin embargo, el legado del general De Gaulle se acepta desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha (Melenchon no impugna la figura de De Gaulle y el Frente Nacional tampoco tiene una posición que se desentienda de su figura). Por eso, creo que en España se comete un error al rechazar el legado de una Transición que trae la paz civil a España por primera vez en la historia contemporánea de nuestro país. Yo he escrito en algún lugar que Adolfo Suárez fue el primero en la paz civil entre nosotros, usando el símil con George Washington. Y, claro, desentenderse del momento en el que conseguimos la paz civil es un error grave. En Gaudium et Spes, por seguir con el ejemplo, en el capítulo dedicado a la paz, se dice: “el cuidado de la paz reclama para cada uno constante dominio de sí mismo”. A mí esta referencia al autocontrol me parece muy importante, no puede uno en política dedicarse a la desinhibición o al desahogo, porque eso lo que hace es exacerbar las divisiones y socavar la paz.
P.- Y, sin embargo, ahora, en una época de libertad consolidada, con una democracia madura, las posiciones parecen cada vez más irreconciliables, y es casi imposible tanto la centralidad, como llegar a pactos para cuestiones importantes… Está también en cuestión la Constitución y, en cada aniversario, se habla de su revisión, de que se ha quedado vieja. ¿Cree que necesita ser reformada?
R.- La antigüedad de una Constitución no puede ser argumento para la necesidad de su reforma. Creo que no se puede razonar con el calendario, porque hay cosas que son iguales en el siglo XXI que en el siglo I. Ese razonamiento con el calendario vale para las modas, pero no para cosas como esta. El problema que tiene la Constitución española hoy una deslealtad grave en algún territorio, principalmente en Cataluña. Pero, ¿qué sentido tiene hablar de reformar la Constitución con quienes lo que quieren es abolirla en su territorio y quedarse fuera de ella? En este sentido, el debate de reforma constitucional me parece un poco desenfocado. Antes hay que restablecer un clima constitucional y de libertades democráticas, fundamentalmente en ese territorio. Y, luego, restablecida esa convivencia, se puede hablar de reforma en algún punto, como, por ejemplo, el 93, que se refiere a la Unión Europea sin nombrarla. Debería ser sustituido por un texto más largo, más detallado y acorde con la situación actual de España como miembro de la UE.
P.- Durante su tiempo como consiliario de la FUCI, Montini pedía a los futuros participantes en la política y a los futuros líderes sociales el cultivo de la unidad interior a través del estudio y una formación sólida. ¿Cree que la política hoy adolece de pensamiento y de reflexión? ¿Está demasiado condicionada por las redes sociales?
R.- Es verdad que el tempo de la política se ha acelerado mucho y que las redes sociales contribuyen a que los regates tengan que ser cada vez más cortos. Antes se decía que los políticos estaban siempre buscando el titular del periódico del día siguiente. Pero es que ahora no buscamos el titular, sino un tuit para los próximos 15 minutos. Y, claro, eso hace que haya un poco de sensación de torbellino y que se pierdan de vista las reflexiones de teoría general política y constitucional que deben estar haciéndose todo el tiempo. Porque las tradiciones políticas están muy bien, pero hay que renovarlas todos los días. Ni los ingleses ni los norteamericanos se apoyan sin más en una tradición política centenaria. Todos los días la renuevan y precisamente, cuando dejan de hacerlo durante un año, se nota. Por lo tanto, yo creo que es verdad que hay una falta de reflexión sobre los fundamentos.
“Ya sea en el centroizquierda o el centroderecha, el que se aparte del centro comete un error electoral grave”
P.- Vivimos una política tan polarizada que ya no se habla de derechas contra izquierdas, sino de ‘ultraderecha’ contra ‘izquierda radical’. ¿Queda totalmente descartada la posibilidad de un centro político en España, no tanto como partido, sino como modo de hacer política?
R.- En realidad, el centro político constituye un objeto necesario siempre que haya elecciones, porque las elecciones se acaban disputando en torno al centro. El candidato de centroderecha o centroizquierda que se escora acaba perdiendo las elecciones. En Inglaterra tenemos dos ejemplos en Michael Foot hace ya 40 años y el último líder laborista, que se escoraron mucho a la izquierda y acabaron perdiendo escandalosamente. Y podríamos buscar otros ejemplos. Es decir, ya sea en el centroizquierda o el centroderecha, el que se aparte del centro comete un error electoral grave. Por lo tanto, aunque un partido no quiera arrogarse la etiqueta centrista porque no esté de moda, no puede dejar de pensar en el centro, porque otra cosa es suicida en términos electorales.
P.- Como Pablo VI, su padre era un ferviente europeísta, tal y como recoge el libro “Un europeísta en la Transición”. Estaba convencido de que España no es entendible sin Europa ni Europa sin España. ¿Qué ha fallado para que cada vez haya más partidos y discursos antieuropeos dentro y fuera de nuestro país?
R.- Efectivamente, mi padre consagró gran parte de su carrera política al europeísmo; y también fuera de ella, puesto que tuvo una larga carrera empresarial que estuvo muy apoyada en Europa. Tuvo amigos franceses, belgas, holandeses… y, cuando llegó 1975 era un europeísta convencido. La figura de Pablo VI en ese sentido es capital también porque, así como la Iglesia Católica recibió con frialdad la constitución de la comunidad internacional tras la paz de Westfalia, en 1648, y el derecho internacional en los siglos XVII, XVIII y XIX, debe subrayarse, por el contrario, que Pablo VI y sus antecesores reciben con los brazos abiertos la idea de la Comunidad Europea en aquella época. Detalles de todos conocidos son que las 12 estrellas de la bandera de la UE son las 12 estrellas del Apocalipsis.
Hecha esta introducción creo que, así como en España sí hay un cuestionamiento de la Transición y de muchos aspectos de la Constitución de 1978, el antieuropeísmo, afortunadamente, es minoritario. Sin embargo, hace 10 años era inexistente. Por lo tanto, pasar de inexistente a minoritario ya es un motivo de preocupación. Quizá esto se deba a que en Europa ya desde hace tiempo falta un liderazgo que inspire y no es la primera vez que ocurre. Pongámonos en 1957, en el Tratado de Roma. Ahí hay 15 años de entusiasmo fundacional que perdura hasta la Crisis del Petróleo, cuando se empieza a producir, no un antieuropeísmo pero sí un momento de desencanto, que se prolonga hasta la llegada de Jacques Delors a la presidencia de la Comisión Europea. Yo recuerdo que, en el año 1977, cuando se cumplen los 20 años del Tratado de Roma y, por lo tanto, de la fundación de la CEE, alguien describió a Europa como un viejo de 20 años. Llega Jacques Delors, se produce el mercado único, el Acta Única Europea, el Tratado de Maastricht, en 1992, y vuelve a haber, por lo menos, una década de renovación y de entusiasmo. Después de Delors y terminada la ampliación, llevamos años de inercia y de falta de un liderazgo que verdaderamente inspire.
Yo confío en que ese liderazgo vuelva, porque quien ha vivido las instituciones europeas desde dentro, como he tenido la fortuna de poder hacer en el Tribunal de Justicia de la UE, sabe qué depósito de vitalidad hay ahí. Es cuestión de tiempo que vuelvan a surgir iniciativas que nos inspiren.
P.- Pero el liderazgo de Merkel en Europa ha sido casi incuestionable. ¿Qué va a ser de la Europa después de la canciller?
R.- Yo tengo una visión muy positiva de la canciller Merkel y de su papel en Europa, pero también hay que tener en cuenta que ha sido más un ancla que una hélice. Alemania siempre ha tenido una cierta timidez a la hora de presentar un liderazgo fuerte en el seno de la UE. Cuando Franz Josef Strauss, el líder socialcristiano de Baviera, se presentó como candidato a canciller en la Alemania federal, llevaba este lema: “Alemania tiene que volver a ser el primer violín”. No ganó Josef Strauss con aquel lema que, probablemente, les pareció demasiado audaz a los alemanes…
En este sentido, aunque Angela Merkel ha sido más ancla de estabilidad que motor de progreso, me conformo con que su sucesor siga siendo ancla también, porque el eje francoalemán, como decía Michel Barnier, es hoy más necesario que nunca y más insuficiente que nunca.
“El éxito de Europa depende de que los nacionalismos no vuelvan nunca a crecer”
P.- Como en la transición Española, Europa nace de la solidaridad. En 1948, en el Congreso de Europa, en el histórico Salón de los Caballeros se proclamó esa invitación a que los Estados renunciaran a alguno de sus derechos soberanos en aras de un bien mayor. Populorum Progressio de Pablo VI dice que los pueblos hambrientos interpelan a los pueblos opulentos. Sin embargo, parece que hoy cada uno va por su lado. ¿No cree que en el descrédito de la UE está también esa sensación de una falta de solidaridad con los pueblos del sur y con los que vienen a Europa en busca de ayuda?
R.- Creo que la UE hace una labor importante en materia de ayuda al desarrollo a través de una pluralidad de acciones. Pero, sí, probablemente se pueda hacer más. Sin embargo, creo que su revitalización tiene que empezar dentro de la propia Europa. Y ahí se me ocurre un lema del poeta belga Emile Verhaeren publicado en el prólogo de uno de sus libros: “¡Europeos, admiraos los unos a los otros!”. Creo que ese mandamiento, que está calcado del mandamiento nuevo de Cristo, está muy bien dicho, porque el éxito de Europa depende en gran medida de que los nacionalismos no vuelvan nunca a crecer, ya que lo que hacen es promover la desconfianza en el vecino europeo. Y, para ello, hay que enseñar a los jóvenes europeos, (y en eso Erasmus cumple un papel fundamental) a admirarse los unos a los otros y que cada país europeo admire lo que tienen los demás, que es mucho.
Congreso de la Haya (1948)
P.- A principios de diciembre escuchábamos que la Comisión Europea había puesto en marcha una guía interna para sus trabajadores pidiéndoles que felicitaran las fiestas en vez de la Navidad, para evitar ofender a aquellos que no tienen sentimientos religiosos. Finalmente, ese documento se retiró. Pero ¿es esto una muestra más de que Europa está empezando a olvidar los valores del humanismo cristiano sobre los que fue fundada? ¿Puede debilitarnos en la guerra de bloques en la que estamos inmersos frente a China y EE.UU?
R.- Sí, qué duda cabe que la pérdida de las raíces cristianas sería un error. Primero, por supuesto, para los que somos creyentes, sería un error espiritual. Pero, desde un punto de vista político y social, la pérdida de las raíces cristianas supondría también una pérdida del propio ser. Es muy importante mantener las tradiciones cristianas populares y, en ese sentido, creo que en España somos unos privilegiados. Mantenemos una gran cantidad de actividades de sociedad civil que giran en torno al calendario religioso. De todos es conocida la gran actividad que se desarrolla en muchos lugares de España en la Semana Santa. Pero hay muchas más tradiciones locales españolas por tierra y por mar, como, por ejemplo, la celebración de la Virgen del Carmen en el litoral español.
Esto no es un fenómeno únicamente español. En Alemania, por ejemplo, hay una cultura popular navideña muy fuerte que se manifiesta en los llamados mercados de Navidad. Cualquiera que busque, ve que la información sobre estos mercados, los concursos para elegir cuál es el mejor o los diez mejores en los últimos años… Hay mucha información y mucha actividad popular en Alemania en torno a estos mercados y da gusto pasearse por ellos. En ese sentido, creo que es muy importante el mantenimiento de las tradiciones cristianas populares, que forman parte de la sociedad civil y que nos acompañan en el calendario todo el año, según dice la expresión de Pascuas a Ramos.
“Desde un punto de vista político y social, la pérdida de las raíces cristianas en Europa supondría también una pérdida del propio ser”
P.- Volviendo a Gaudium et Spes, este documento señala que la Iglesia tiene el deber de observar los signos de los tiempos y actuar ante ellos. Los signos de los tiempos apuntan hoy a una increencia cada vez mayor, a un cuestionamiento de los valores europeos, a un relativismo... ¿Ha perdido la Iglesia la capacidad de responder a los signos de los tiempos y ante los nuevos desafíos que plantea la humanidad? ¿Qué cree usted que debería hacer y qué deberíamos hacer los católicos?
R.- La pregunta es compleja. La Iglesia Católica tiene que estar atenta a los signos de los tiempos, ciertamente. Pero es también verdad que tiene que guardar un equilibrio porque lleva un depósito de verdades que son permanentes e intemporales. En ese sentido, Chesterton decía que la Iglesia Católica libera a los fieles de la esclavitud de las modas. Otro gran pensador católico, Étienne Gilson, que era tomista, cuando le cuestionaban sobre el hecho de que la Iglesia estuviera anclada en el tomismo y no abrazara el kantismo, él respondía: “Bueno, y después de Kant, ¿qué? ¿tiene que estar la Iglesia actualizándose cada siglo?”
Todo esto es para decir que sí, que hay que estar con los signos de los tiempos, pero no hay que perder de vista las verdades fundamentales. Por ejemplo, así como en el siglo XIX, durante el Pontificado de Pío IX la Iglesia se desconecta y tiene que venir León XIII a hacer una actualización importante, creo que el impulso del Concilio Vaticano II sigue vivo y que puede durar todavía muchos años. Juan XXIII tuvo una gran inspiración y le dio un gran empujón a la Iglesia, que continuó Pablo VI, pero no veo en estos momentos necesidades de cambios tan importantes como fue el Concilio Vaticano II.
Hace poco leía en un documento del Cardenal Fernando Sebastián en la propia página de la Fundación Pablo VI que decía que Pablo VI era el primer Papa moderno. Me gustó mucho leer eso y se me ocurría, salvando las distancias, la comparación con Kennedy, del que se puede decir que fue el primer presidente norteamericano moderno. En mi biografía personal, en la que uno guarda también muchas frases que oye en Misa, tengo como primer recuerdo del momento en el que se pide por nuestro Santo Padre al Papa Pablo VI, del mismo modo que, en mi diócesis de Madrid, el primer recuerdo es el del que fue nuestro obispo, Casimiro Morcillo. Para mí, biográficamente, Pablo VI supone también algo especialmente importante.
Sandra Várez,
Directora de Comunicación de la Fundación Pablo VI