Permítanme iniciar esta tribuna con la recomendación del último libro de Michael Sandel, La tiranía del mérito, ¿qué ha sido del bien común?, obra que publicó a finales del pasado año 2020. Se trata de una recomendación que no formulo porque comparta toda su tesis (ni siquiera concibo el mérito como una tiranía), sino porque contiene diversas reflexiones que merecen, cuando menos, un pensamiento profundo de la situación.
En concreto, el filósofo norteamericano cuestiona dos premisas íntimamente conectadas: por un lado, que nuestra posición social o económica se debe solamente a nuestros méritos y que esos méritos son productos únicamente personales.
Más allá, insisto, del cuestionamiento que hace Sandel de la teoría del mérito, crítica que a mi entender resulta un tanto contorsionada no poniendo en suficiente valor la capacidad de esfuerzo de las personas, lo verdaderamente interesante de su tesis es que, a su entender, el mérito no es un producto personal sin más, sino que está condicionado por un conjunto de circunstancias en las que pueden haber tenido más o menos influencia la ayuda de tu familia, de tus amigos, de Dios, de la fortuna o de quien quiera que sea. Dicho en otros términos, lo valioso de su idea es que nos recuerda lo importante que es el agradecimiento en aquellas personas que han conseguido una posición exitosa, aunque haya sido por sus propios méritos.
Sandel concluye su obra señalando que la convicción meritocrática de que las personas se merecen la riqueza -cualquiera que sea- con la que el mercado premia sus talentos hace de la solidaridad un proyecto casi imposible. Aun cuando se esté en la idea de haber conseguido el éxito por méritos propios, ello no debiera legitimar para actuar despóticamente. Por eso el autor, y esta idea merece subrayarse, ensalza el valor de la humildad: “Ser muy consciente del carácter contingente de la vida que nos ha tocado en suerte puede inspirar en nosotros cierta humildad … Esa humildad es el punto de partida del camino de vuelta desde la dura ética del éxito que hoy nos separa. Es una humildad que nos encamina, más allá de la tiranía del mérito, hacia una vida pública con menos rencores y más generosidad”.
Por eso, a juicio de Sandel, -y esta reflexión sí que la comparto sin matices- el buen líder es aquel que no sólo ha obtenido el éxito por sus propios méritos, sino que, desde la humildad, pone al servicio de los demás y del bien común los talentos que en su momento le permitieron alcanzar su particular gloria.
Jesús Avezuela
Director General de la Fundación Pablo VI