Uno de los elementos vertebradores de los Estados democráticos desarrollados son sus instituciones. Decía John Dewey, desde su perspectiva de filósofo y pedagogo, que el valor final de todas las instituciones es su influencia educativa. O en palabras de Geoffrey Hodgson, las instituciones son las reglas del juego en sociedad ideadas por los hombres para modelar la interacción humana, que terminan transformándose en la estructura básica de convivencia.
Lamentablemente, nos encontramos en un momento histórico donde las instituciones de muy distinta índole –no sólo gubernativas- están dejando de ser un referente y, consecuentemente, ya no se configuran como el fundamento último de las sociedades.
Ciñendo la cuestión al ámbito político, las grandes categorías han sucumbido a lo efímero, a lo fútil y a cuestiones de corto calado, de modo que los gobiernos o dirigentes de los partidos viven en un estado de permanente ansiedad, al imperio de lo efímero –en términos de Finkielkraut- sometidos estrictamente a la popularidad de sus decisiones, que a su vez se retroalimenta con una demanda popular de cuestiones de fácil inteligibilidad que no suponga un especial esfuerzo intelectual. El resultado de todo ello es la falta de liderazgo y, desgraciadamente, la entrega de las instituciones a una efervescente y progresivamente agitada voluntad popular.
Los ciudadanos debemos ser exigentes con nuestros gobernantes. Si bien la mercantilización de las sociedades ha podido mermar o dejar desprovisto el escenario de político, de personas cualificadas para enfrentarse a los grandes problemas de nuestro tiempo, es, cuando menos, legítimo aspirar a que sean personas altamente cualificadas, formadas y preparadas las que lideren el momento de transformación que estamos viviendo. Como ha señalado el filósofo francés, Gilles Lipovetsky, los problemas actuales no se resuelven únicamente a base de voluntarismo o de parámetros emocionales, sino que es preciso instar una gestión y una política inteligente y humanista.
Respeto a las instituciones
La Fundación Pablo VI, con el deseo de fomentar los valores que inspiran la democracia y el trabajo por el diálogo, el encuentro, la justicia social, el desarrollo y la cooperación global, viene trabajando en la constitución de redes, plataformas y espacios para reflexionar sobre cómo recuperar el respeto a estas estructuras básicas de convivencia.
En este sentido, una de las iniciativas que se ha desarrollado en este primer trimestre de 2019 en la Fundación Pablo VI ha sido el Programa de Liderazgo Iberoamericano del que nace la Red de Liderazgo Iberoamericano para el Desarrollo. En él han colaborado las más reconocidas entidades del sector público y privado de nuestro país, así como las embajadas de los países intervinientes. Durante más de 20 días, 15 hombres y mujeres procedentes de 6 países de América Latina (México, Ecuador, Chile, Argentina, Colombia y Perú) han participado en este proyecto, diseñado y becado en su integridad por la Fundación Pablo VI con el patrocinio de Santander Universidades, que ha incluido formación teórica y práctica, visitas a instituciones públicas y privadas y entrevistas con destacadas personalidades del mundo de la empresa, de la política y de la administración. Este Programa, que tiene una vocación de permanencia en el tiempo, ha sido una oportunidad de intercambiar experiencias, visiones y estrategias sobre lo que es y debe ser el liderazgo en el mundo de hoy, con un valor añadido: el que ofrece el encuentro entre diferentes países, perfiles profesionales y disciplinas académicas. Han participado políticos, empresarios o ingenieros; trabajadores en la administración pública, en el ámbito privado, en el mundo de la cultura o el tercer sector; profesionales con diferentes preocupaciones e inquietudes, pero con el mismo interés por ampliar sus conocimientos y capacidades.
De todos ellos brotaba un deseo común, trabajar en la construcción de una buena sociedad, tal y como la define Adela Cortina: “Una buena sociedad, aquella en la que las gentes persiguen sus planes vitales desde el mutuo respeto, compartiendo unos mínimos de justicia en cuya defensa se comprometen, necesita de personas responsables en el ejercicio de sus tareas, conscientes de que su trabajo es importante para el éxito común y dispuestas a llevarlo adelante con seriedad y sentido de la justicia; dispuestas a apostar por la excelencia y a infundir confianza, que son los dos pilares de la buena sociedad”.
Jesús Avezuela Cárcel
Director General de la Fundación Pablo VI