Recientemente, el historiador francés Serge Gruzinski publicó su obra L’histoire, pour quoi faire? en la que ponía en valor la necesidad de conocer el pasado para poder atender con mayor solvencia a los retos y desafíos del futuro. Ahora, debemos hacer también balance de un año que ya es historia, 2019, y prepararnos para esos desafiantes retos que nos depara este flamante 2020.
Muchos de los interrogantes con los que abríamos el pasado año no se han cerrado todavía. En España, el año 2019 no ha sido especialmente fructuoso en el ámbito político, por haber tenido que repetir por segunda vez en nuestra democracia las elecciones y obtener unos resultados que tampoco permiten atisbar una sólida estabilidad política, en vista del mínimo apoyo alcanzado en la investidura del pasado 7 de enero. Y, en el ámbito internacional, siguen los nubarrones con los que comenzó el año 2019 en el plano político, comercial o económico.
Pero, lejos de detenernos en los aspectos negativos de este año que ya es historia, es preciso hacer una evaluación más global del 2019 (que ha contado también con múltiples progresos en materia científica, tecnológica y médica), para encarar el 2020 que acaba de comenzar con esa perspectiva de la que habla el citado autor Gruzinski, como un diálogo entre pasado y presente para alumbrar con más tino el futuro.
La Fundación Pablo VI ha trabajado a lo largo del año en sus principales líneas estratégicas (el diálogo con la política, la economía y la sociedad; la ecología, la ciencia y la tecnología; y en el liderazgo), tratando de poner en valor la pluralidad y el encuentro entre distintas posiciones y pensamientos. Unos aspectos en los que quiere seguir profundizando más a lo largo del año, contribuyendo a combatir uno de los retos más importantes a los que nos enfrentamos en esta nueva década: la “vulgarización” de la sociedad y el “discurso del odio”.
La vulgarización de la sociedad
En efecto, nuestras sociedades se vienen adentrando en los últimos tiempos en un proceso de vulgarización que se ve reflejado en muy diversos aspectos, como la política o los medios de comunicación. Una cosa es que la información deba ser accesible y que todos tengamos el derecho a estar debidamente informados de los asuntos que nos incumben, y otra bien distinta es la ausencia de calidad, de rigor o de sentido del gusto, con titulares no contrastados o sin contenido que se alimentan de likes, y el sacrificio del tratamiento en profundidad de otras informaciones relativas a asuntos públicos. Uno de los perversos efectos que esto genera es la falta de respeto por el discurso técnico o por la opinión del experto: todo se acaba refutando aún proviniendo de una autoridad científica, jurídica o académica.
Por otro lado, este fenómeno de vulgarización ha fomentado lo que se conoce como discurso del odio –en su traducción del término anglosajón, hate speech- más allá de cómo ha sido enunciado por nuestro Tribunal Europeo de Derechos Humanos en aplicación de los artículos 10 y 17 del Convenio. Es cierto que los terremotos políticos que vivimos parecen los más convulsos de la historia y nos olvidamos con facilidad de todos los anteriores. Ya Vicente Roig Ibáñez, en El porvenir político de España, concluía que la forma de entender la política y los políticos hasta el momento se habían acabado. Un libro que, aunque está escrito en 1927, puede ser traído plenamente al momento en que vivimos, especialmente con la situación que se ha vivido durante la investidura de Pedro Sánchez hace unos días.
Sin embargo, al margen de las formas diferentes de hacer y entender la política, lo que sí es cierto es que estamos instalados, quizás por los nuevos formatos y modos de información y por la propia vulgarización del mensaje, en un escenario de intransigencia, donde la dialéctica constructiva se ha perdido frente al insulto, el desprecio o la animadversión hacia quien opina de modo diferente. Todo ello amparado en una exaltación constante de la libertad de expresión, como fórmula para justificar cualquier exabrupto.
En este contexto y, por este motivo, la Fundación Pablo VI quiere, en este año 2020, impulsar más si cabe su compromiso de colaborar con diversas acciones en la defensa de los valores básicos, con el convencimiento de que la democracia no puede basarse en vulgarización de la política. Siguiendo el razonamiento aristotélico, las cosas podrían ser de otra manera pero son como son. Por ello, es necesario seguir trabajando, y ese será uno de los propósitos del 2020, para evitar que se renuncie al pensamiento, a la reflexión y a la planificación de estrategias a largo plazo. Huir del reproche y la confrontación y apostar por el diálogo, el respeto y la colaboración entre diferentes es fundamental para moldear un futuro positivo y avanzar con responsabilidad en la búsqueda del bien común.
Jesús Avezuela Cárcel
Director General de la Fundación Pablo VI