La situación de los pacientes con cáncer ha empeorado con la Covid-19. La AECC lanzó este mes de septiembre la alerta de que se están produciendo diagnósticos tardíos desde el inicio de la pandemia. Muchos enfermos de cáncer son, además, inmunodeprimidos, por lo que cada vez tienen mayor resistencia a acudir a los controles en los centros de salud y los centros sanitarios por miedo al COVID. Una situación que agrava aún más la situación física, psicológica y social de los pacientes y sus familias.
Para ayudar a oncólogos, voluntarios y familiares a acompañar, desde la ética, la empatía y la justicia, a los enfermos de cáncer y su entorno, este jueves ha empezado en la Fundación Pablo VI una nueva edición del programa de Bioética y Oncología que se realiza con el patrocinio de la Sociedad Oncológica de Galicia. Nuria Piera, oncóloga en el Hospital Arnau de Vilanova, en Valencia, es alumna de la segunda edición de este curso y miembro del Grupo de Bioética de la SEOM.
P.- ¿Tiene usted la impresión de que hay una excesiva “covidificación” de la salud? Aún hoy, con las cifras de contagios y de muertes muy a la baja, sigue priorizándose la atención telefónica, y los tiempos para recibir la atención especializada se dilatan. ¿Está justificado en este momento ese procedimiento?
R.- Cuando irrumpió la pandemia por la COVID-19 la atención telefónica permitió evitar contactos y desplazamientos que podían suponer un riesgo para los pacientes con cáncer y se continuó de forma presencial con tratamientos que se consideraban no demorables. Preocupaba, como bien alertó la SEOM en notas de prensa, el retraso diagnóstico de pacientes nuevos al destinarse la mayor parte de los recursos asistenciales a la atención COVID. En la actualidad, en Oncología Médica, pienso que se ha recuperado la actividad asistencial habitual. En mi experiencia hemos incorporado la consulta telefónica dentro de un modelo mixto, donde se combina la presencialidad con la atención telemática. La telemedicina aporta ventajas en el seguimiento de pacientes en determinados escenarios clínicos, pero es necesario que mantenga la calidad asistencial, así como los principios deontológicos de la profesión.
P.- Aun así, parece que telemedicina se impone como la solución para aliviar la presión hospitalaria. ¿Cómo se concilia eso con una atención integral, cercana y de calidad si desaparece el contacto directo entre médico y paciente? ¿Cómo valorar el estado de ánimo, el aspecto, por ejemplo, fundamental en el proceso de una enfermedad?
R.- Como comentaba, la pandemia por COVID impulsó la telemedicina en un momento de crisis sanitaria, con el objetivo de minimizar las exposiciones al virus. En mi opinión, para que sea una atención integral es necesario conocer al paciente. Para ello, la primera visita necesariamente debe ser presencial. Con ello se identifica al paciente, su entorno, y algo primordial es que pueda utilizar las nuevas tecnologías, o tenga alguna persona cercana que pueda ayudarle en ese aspecto y lo documentemos en la historia clínica para garantizar la confidencialidad si no la telemedicina con esa persona queda descartada. En los canales de comunicación telemáticos la comunicación no verbal está limitada por lo que el aspecto emocional es más difícil de valorar. Hay que asegurar que nos ha entendido, dar tiempo para resolver dudas, respetar los silencios que puedan surgir. A pesar de esto, una vez conocido el paciente y su contexto, la telemedicina es una herramienta complementaria que puede contribuir a mejorar la calidad de vida del paciente y su entorno disminuyendo la estancia en el hospital, los desplazamientos y aportando una conexión sencilla y directa con los profesionales sanitarios.
“Se necesita mirar al paciente que tenemos delante como la persona que es. Esto requiere además del aprendizaje en el tiempo que vamos adquiriendo en los años de profesión la formación en competencias transversales como la Bioética”
P.- La cercanía con el paciente, el modo en el que se transmite la noticia de la enfermedad a él y a sus familias, las decisiones compartidas, la limitación de los tratamientos, el respeto a su voluntad… ¿Cómo se abordan todas esas múltiples cuestiones que exceden lo estrictamente sanitario? ¿Hay una suficiente preparación para responder a los dilemas éticos de la atención a los pacientes con cáncer?
R.- Cuestiones como las que plantea son parte del día a día en la atención del paciente con cáncer. Escuchar al paciente, respetar su autonomía, conocer sus valores, transmitir que cualquiera que sea la evolución de la enfermedad lo acompañaremos es tan importante como conocer el mejor tratamiento oncoespecífico para esa persona. Para ello, se necesita mirar al paciente que tenemos delante como la persona que es. Esto requiere además del aprendizaje en el tiempo que vamos adquiriendo en los años de profesión la formación en competencias transversales como la Bioética.
P.- Usted fue alumna de una de las ediciones del curso de Bioética y Oncología de la Fundación Pablo VI. ¿Cómo fue la experiencia? ¿En qué le ha ayudado en su día a día profesional?
R.- La edición en la que participé se desarrolló durante la pandemia con las clases virtuales. Las sesiones por parte de los profesores fueron dinámicas y se logró crear, a pesar de la pantalla, cercanía. El hecho de que los alumnos fuéramos de diferentes ámbitos como la oncología, medicina de familia, psicología, trabajo social, enfermería, facilitó que las aportaciones fueran como las de un equipo multidisciplinar donde la visión de cada uno enriquecía el debate en los diversos aspectos que se nos plantearon a lo largo del curso. A nivel profesional, el curso me ha ayudado a mejorar habilidades en el análisis de problemas éticos que son propios de la medicina y de la oncología médica en mi caso: Autonomía del paciente, adecuación de esfuerzo terapéutico, planificación de cuidados, equidad…
“Para mejorar la calidad de vida son necesarios recursos. Por una parte, potenciar los cuidados continuos y paliativos tanto a nivel hospitalario como comunitario, y que esto no dependiese del lugar de residencia”
P.- La palabra cáncer no va necesariamente asociada a muerte. ¿Hasta qué punto ha mejorado la esperanza de vida? ¿Cómo conseguir una mejor calidad de vida mejor para los pacientes?
R.- En los últimos años, la supervivencia del cáncer ha mejorado por varios factores. Entre ellos, encontramos programas de detección precoz como en el caso del cáncer colorrectal, el mejor conocimiento molecular de los tumores, la investigación que nos aporta nuevas posibilidades de tratamiento y la mejora de los tratamientos de soporte. La calidad de vida tiene relación con el bienestar físico y emocional, social y espiritual. Existen diferentes escalas validadas que la analizan en el paciente con cáncer. Para mejorar la calidad de vida son necesarios recursos. Por una parte, potenciar los cuidados continuos y paliativos tanto a nivel hospitalario como comunitario, y que esto no dependiese del lugar de residencia. Por otra parte, considero que la formación de equipos o unidades multidisciplinares sería de gran ayuda donde trabajadores sociales, psicólogos, nutricionistas, personal de enfermería, entre otros profesionales, pudiesen aportar una asistencia integral al paciente y su entorno. En una especialidad como la oncología necesitamos que ciencia y humanidad vayan de la mano para tratar y cuidar a los pacientes con cáncer con rigor científico y moral.
Sandra Várez González
Departamento de Comunicación