Ser mujer e indígena es toda una carrera de obstáculos durante toda la vida en muchos lugares del mundo. Los datos no dejan lugar a dudas. A nivel mundial, cerca de un 53,5 por ciento de las mujeres indígenas empleadas no tienen educación y, según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) la tasa de analfabetismo entre las jóvenes indígenas (de 15 a 24 años) es extremadamente alta, tanto en las zonas urbanas como en las rurales de América Latina. Si a esto se suman las dificultades en el acceso a la gestión de las tierras, a los servicios de salud, la falta de autonomía económica y la violencia, los obstáculos en la carrera vital de estas mujeres acaban siendo muros imposibles de saltar, derribar o atravesar.
Erlinda Janeth Bonilla (Cotacachi, Ecuador) ha conseguido derribar muchos de estos muros. A sus 27 años muestra en su currículum vital unos hitos tan extraordinarios como difíciles para las mujeres de una comunidad kichwa como la suya: es ingeniera agropecuaria, trabaja en el asesoramiento técnico en el campo agrícola y sector pecuario y, sobre todo, en su gran empeño vital: el de empoderar a las niñas y mujeres indígenas para superar las barreras que les impiden un igual acceso a la educación, el trabajo, la investigación o la formación superior en disciplinas científicas, técnicas o matemáticas. Para ello, ha puesto en marcha, junto con otros jóvenes de esta comunidad, el Kichwa Institute of Science, Technology, que tiene, entre sus proyectos más punteros, el Runa Space para ayudar a implementar, a través de la investigación espacial, la agricultura de precisión en los pequeños y medianos productores.
Janeth ha sido una de las participantes en el IV programa de Liderazgo Iberoamericano de la Fundación Pablo VI, que del 14 de marzo al 1 de abril ha reunido a jóvenes de 7 países de América Latina en un programa de formación en liderazgo humanista e interdisciplinar.
P.- Janeth, ¿por qué postulaste a este programa?
R.- Vine para demostrar y aprender que una persona que ha estudiado un área técnica como es la ingeniería, también necesita tener las habilidades blandas para poder liderar a su equipo y lograr ese objetivo en común.
P.- Eres el ejemplo claro de una líder que supera límites: mujer indígena, ingeniera y te tienes que mover en un mundo tradicionalmente dominado por los hombres. ¿Cómo vives esta situación? y ¿Cómo ha cambiado para ti la visión del liderazgo después del programa?
R.- Mi motivación es la de llevar a cabo proyectos de emprendimiento que ayuden e incentiven a los demás. En este sentido, mi visión del liderazgo ha cambiado bastante porque quizá yo hasta ahora me estaba basando en el prototipo de un líder lineal, que dirige y acompaña a otros en un proceso. Tras esta experiencia de formación, he aprendido que el liderazgo va más allá y que puede ayudar a hacer brillar a otros y animarles en la consecución de sus propios objetivos, como es, en mi caso, que la mujer kichwa sea una mujer libre, que pueda superarse y llegar muy lejos, incluso a trabajar en la NASA. En este programa he sido una esponja porque se han tratado temas que en mi formación como ingeniera nunca me dieron, como es la ética cosmopolita, los liderazgos sistémicos o la inteligencia emocional que veo que son factores sumamente importantes a la hora de llevar a cabo un proyecto de liderazgo.
Janeth Bonilla recoge el diploma del IV Programa de Liderazgo Iberoamericano
P: Procedes de una comunidad indígena y tratas, con tu forma de expresarte y actuar, de mantener los valores y la identidad de tu pueblo. Sin embargo, has tenido que trabajar y sigues haciéndolo por romper con una serie de barreras que viven las mujeres en tu propia comunidad. ¿Cómo has conseguido superarlas en tu vida?
R: Hablar de eso es un poco difícil porque me trae recuerdos de la niñez, cuando incluso mi propia madre creía que estudiar no servía de mucho. Me cuesta decirlo, pero fue mi primera limitante ya que quería que una vez que finalizara el colegio me pusiera a trabajar. Por eso, estudié primero Corte y Confección, que era a lo que me debía dedicar por ser chica. Pero, gracias al empeño de mi padre que quiso trabajar hasta los domingos para que sus hijas pudieran estudiar, logré romper esa barrera.
Las siguientes barreras que tuve que superar las encontré en la universidad, porque procedía de un colegio de sociales y yo quería estudiar ingeniería. Cuando conseguí entrar por fin, recuerdo un episodio que nunca olvidaré, que fue cuando un profesor me pidió escribir la fórmula del agua y yo no supe hacerlo. Entonces, me dijo: “tú qué haces aquí perdiendo el tiempo, vete a una carrera de derecho porque no vas a poder progresar en la ingeniería”. Esto fue un limitante bastante fuerte para mí y tuve que esforzarme el doble o triple que mis compañeros. Sin embargo, después de años puedo decir y podría decir al profesor que no creyó en mí que incluso gané a los demás obteniendo la mayor puntuación dentro de mi promoción.
Lo más difícil vino después en el campo laboral. En el momento en el que quise buscar trabajo, por ser kichwa, mujer y haber estudiado esta carrera de Ingeniería Agrónoma sufrí bastante discriminación. En algunos casos, me decían que debía dedicarme a labores de secretaría; y, en otras ocasiones, en las entrevistas, me llamaban para intentar acosarme. Cuando finalmente conseguí que una persona me aceptara para trabajar, vino la siguiente parte, que fue el acoso laboral por parte de algunos agricultores que no aceptaban a una mujer en su entorno y se limitaban a decirme: “Tu cómo eres mujer tendrías que estar en tu casa limpiando y haciendo otras cosas” o “yo tengo 3 o 4 hectáreas de terreno; si estuvieras conmigo no tendrías que trabajar”. Es verdad que también hay gente buena con sus valores, pero este tipo de cosas afectaron bastante a mi salud mental. Por eso, desde las iniciativas como la de Warmi STEM, que es la obra de la que más orgullosa me siento, estoy trabajando para lograr que ninguna chica indígena se quede callada o relegada a puestos en los que puedan ser acosadas, siendo nosotras un ejemplo e inspiración para que otras vean que la mujer kichwa también puede ser una profesional y destacar. Si a esto le sumamos el beneficio social y la ayuda a nuestras comunidades, entonces ahora somos el inicio del cambio.