Un total de 279.260 personas saldrán de la consulta de su médico en este 2023 con un diagnóstico de cáncer. Son datos recogidos en el informe Las cifras del cáncer en España 2023, realizado por la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) y presentado este lunes con motivo del Día Mundial del Cáncer.
A pesar de que, afortunadamente, la esperanza de vida en las enfermedades oncológicas aumenta, queda mucho por hacer para mejorar en investigación y, sobre todo, para humanizar la atención a los pacientes de cáncer. La saturación que se vive en los hospitales y centros sanitarios afecta también a las áreas de Oncología. Lo repiten una y otra vez los facultativos que expresan en numerosas ocasiones la frustración por no poder trabajar la escucha tranquila, la narración clínica y biográfica o por no poder atender la parte más emocional del paciente. Porque, además, la telemedicina y la medicina presencial exprés ocupan cada vez un espacio mayor en la actividad clínico-asistencial.
Marcos Calvo, psicólogo de la Asociación Española contra el Cáncer, cuida, precisamente, esa parte emocional que se pierde en una atención hospitalaria cada vez más invadida por la técnica. Trabaja en el Servicio de Oncología Médica del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago y es profesor del IV Curso de Bioética y Oncología que se celebra en la Fundación Pablo VI.
P.- Su asignatura habla de una cuestión de moda en ámbitos empresariales y educativos, pero que muchos pacientes echan de menos en el día a día de su tratamiento: la inteligencia emocional. ¿Por qué es necesario hablar de esto en bioética?
R.- Por muchos motivos. Porque para tomar una decisión difícil desde varias perspectivas, como decidir qué tratamiento dar o cuando suspenderlo, cuál es la situación en general a la que se enfrenta el paciente, en qué circunstancias se encuentran los profesionales etc., es necesario tener la información más fiable posible. Y, para tener una información fiable, hay que ser conscientes de tener una comunicación efectiva que atienda también las emociones, los valores y la forma de ver la vida del paciente. Por poner un ejemplo concreto: puede darse el caso de que un tratamiento de quimioterapia provoque molestias en los dedos o dificultades para sentirlos. Es algo que puede parecer un síntoma menor, pero si resulta que el paciente que tratamos es, por ejemplo, pintor, para él perder sensibilidad en los dedos le afecta más a su calidad de vida que a otro y, por tanto, a su escala de valores.
Para poder tener toda esa información es fundamental llegar a las personas. Y trabajar la empatía y la comunicación emocional consiste en esto, en entender bien a todas las personas y sus circunstancias.
“Un primer paso es ser conscientes de cómo estamos, porque no somos solamente máquinas que tratamos con personas enfermas y que toman decisiones clínicas… Nosotros también somos personas, que tenemos emociones y nuestros propios condicionamientos”.
P.- Y, ¿cómo se trabaja esa inteligencia emocional, esa empatía y esa escucha en un momento de desbordamiento y falta de recursos como del que venimos?
R.- Bueno, para comunicarnos bien hemos de ser conscientes también de la situación en la que nos encontramos los propios médicos. Si yo tengo que hablar del fin de la vida de una persona y tratar su complejidad médica y estoy agotado al final de la mañana por haberla pasado de un sitio a otro, igual debo esperar y afrontar esta discusión más ardua a la mañana siguiente. Creo que un primer paso es ser conscientes de cómo estamos, porque no somos solamente máquinas que tratamos con personas enfermas y que toman decisiones clínicas… Nosotros también somos personas, que tenemos emociones y nuestros propios condicionamientos. Yo creo que esto hay que tenerlo en cuenta. Y luego hay un desgaste en los recursos sanitarios que nos tiene que hacer reflexionar sobre las prioridades de nuestro trabajo.
Es verdad que la pandemia que hemos vivido nos ha dado nuevas herramientas y posibilidades. Por poner un ejemplo, hay muchas personas que están en seguimiento ambulatorio a los que, quizá, hacer venir y desplazarse para una consulta no demasiado complicada, les supone 40 minutos de ida y 40 de vuelta. Antes ni te imaginabas que esto se pudiera resolver por videoconferencia. Ahora, les puedes organizar, verlos todos seguidos a primera hora, evitarles moverse… Es decir, que también, aunque la situación de desbordamiento por el COVID-19 nos ha traído la necesidad de reflexionar sobre nuestro trabajo, no todo es negativo. Hay un desgaste, pero también un aprendizaje.
P.- ¿Por qué la formación en Bioética y las llamadas habilidades blandas, no se introducen en los planes de estudio de las Facultades de Medicina y Enfermería, cuando son tan esenciales?
R.- La pregunta es muy pertinente, porque ya hay una afirmación que introduces y es que esto es algo que se aprende y requiere un entrenamiento. Los profesionales nos movemos en un entorno de gran responsabilidad en la toma de decisiones y de gran intensidad emocional; y las personas que atendemos también están en una situación de alta intensidad emocional, porque su vida se encuentra en peligro. Y, sin embargo, el espacio es a veces muy hostil: compañeros que nos interrumpen, cuestiones de gestión pesadas y absorbentes… Son múltiples los factores que interfieren en la comunicación humana en nuestro día a día, que hacen que la toma de decisiones sea más difícil.
“Si yo me enfrento a las lágrimas sin saber exactamente qué puedo hacer, cómo consolar o cómo ayudar a que lo lleve mejor, sufriré yo también. Y eso es muy duro”.
En mi opinión, ser conscientes de que los temas más humanos se pueden abordar con una buena ‘técnica blanda’, va a ayudar a que ahorremos tiempo, evitará que generemos mucho más sufrimiento a la gente y que suframos menos nosotros también. Por ejemplo, cuando un enfermero sabe que un paciente sufre con el mero pinchazo de una aguja, puede tratar de actuar de tal manera que no le acentúe el dolor o el sufrimiento. En el caso de las emociones, pasa exactamente igual. Si sé que una persona está angustiada, triste o está llorando después de una noticia dura, sé manejar esa situación porque he aprendido y soy capaz de adaptarme para que me entienda mejor y le haga menos daño. Si yo me enfrento a las lágrimas sin saber exactamente qué puedo hacer, cómo consolar o cómo ayudar a que lo lleve mejor, sufriré yo también. Y eso es muy duro.
P.- Las consecuencias indirectas de la pandemia han sido, por ejemplo, el aumento de los diagnósticos tardíos de cáncer y muertes que podrían haberse evitado. ¿Ética y logísticamente se ha aprendido de esto? ¿Estamos en una situación de alarma por los casos de cáncer de tardío diagnóstico?
R.- Yo no hablaría de alarma por no generar más conflicto en los hospitales, pero es evidente que ha habido un retraso en los diagnósticos y eso está medido y estudiado. De hecho, hay un estudio sobre esto de la AECC que cuantifica el retraso en los diagnósticos y qué repercusión puede tener también desde el punto de vista médico. Los motivos por lo que esto se ha producido son diversos: por la superación de la atención primaria en distintos momentos de la pandemia; por la dificultad de acceder a ella por parte de las personas enfermas puesto que, ante unos síntomas leves, no acudes tanto al médico por la complejidad que hay; por el miedo al contagio, etc. Y esto ha repercutido en los diagnósticos oncológicos y en otra serie de enfermedades. El caso de la Oncología, que es lo que conozco, está perfectamente cuantificado, pero hablar de alarmas creo que es mejor que no porque todavía crispa más en este momento.
“Es evidente que ha habido un retraso en los diagnósticos de cáncer y eso está medido y estudiado. De hecho, hay un estudio sobre esto de la AECC que cuantifica el retraso en los diagnósticos y qué repercusión puede tener también desde el punto de vista médico”
De lo que estoy seguro es que de esto habremos aprendido para futuro. Esta circunstancia ha supuesto un desafío social a todos los niveles y, desde el punto de vista mental, que es a lo que yo me dedico, tanto el confinamiento y cómo hemos funcionado las personas ante él, como la forma en la que estamos funcionando después, ha sido como una “lluvia gallega”. Esto es, que va poco a poco y parece que no tiene importancia y al final nos empapa a todos. El año 2021 ha sido el año más intenso que yo he vivido desde que llevo trabajando en un entorno hospitalario (y ya son 20 años), con muchísimas personas sufriendo de ansiedad, con tasas de suicidio mayores que muchísimos años atrás, etc. La pandemia en sí no lo ha provocado, pero si alguien estaba sufriendo ya estos problemas, los ha complicado a todos los niveles.
Es un reto, pero hemos aprendido también la importancia de tener una red social, de cuidar nuestras relaciones más allá de nuestros problemas, de estar en espacios abiertos y disfrutar de la naturaleza, ser conscientes de que tenemos que cuidar nuestra cabeza…
“Si sabes lo que es correcto, aunque a veces no sea la mejor solución, lo haces porque has hecho toda una reflexión antes de tomar una decisión. Y esto siempre te reconforta y te protege”
P.- Tras los aplausos de la pandemia vinieron las protestas. Muchos sanitarios han estado sufriendo agresiones, incomprensión por parte de los pacientes y olvido por parte del sistema. ¿Cómo mantener esa “inteligencia emocional” que abordas en tus sesiones en una situación como ésta? ¿Crees que una formación en Bioética puede ayudar a superar este tipo de situaciones?
No tengo duda. Primero porque, si sabes lo que es correcto, aunque a veces no sea la mejor solución, lo haces porque has hecho toda una reflexión antes de tomar una decisión. Y esto siempre te reconforta y te protege. Y luego, en un momento donde todo en tu entorno se mueve, al final donde te agarras es a tus raíces, a tus valores y a esa parte espiritual que cada uno pueda tener. Y eso va más allá de las creencias de cada uno. Es algo espiritual en el sentido más existencial, que te fija a la Tierra y te hacer ver qué cosas son más importantes.
Yo creo que todo este trabajo de reflexión que lleva la Bioética es fundamental para ver qué es lo más idóneo y para hacer un estudio más sosegado de las decisiones difíciles. Un proceso que te ayuda como ser humano dentro y fuera de la Medicina.
Sandra Várez
Directora de Comunicación de la Fundación Pablo VI