En el marco del Tiempo de la Creación, en la Fundación Pablo VI hemos celebrado el VI Seminario de Ecología Integral, organizado junto al departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española y Enlázate por la Justicia. José Manuel Moreno, catedrático emérito de Ecología de la Universidad de Castilla La Mancha y exvicepresidente del Grupo II y miembro del Bureau del IPCC ha sido uno de los participantes, con la ponencia El cambio climático. Sequía y sostenimiento de los recursos medioambientales
P.- En España se ha hablado siempre de pertinaz sequía. ¿Hay alguna diferencia entre esta que vivimos actualmente y las anteriores?
La sequía en España no era pertinaz, era, y seguirá siendo, una característica del clima de la mayor parte de nuestro territorio. Aquí ocurre lo mismo que en otras zonas subtropicales de latitudes medias, que tenemos un clima mediterráneo que se caracteriza por tener pocas lluvias en el periodo estival. La variabilidad anual de la precipitación suele ser mayor cuanto menor es esta, de ahí que haya años con baja precipitación, esto es, sequía. El problema es que el clima que teníamos, con sus sequías, ya no será igual. Las proyecciones que se hacen indican que la precipitación disminuirá, el periodo estival se alargará y las sequías serán más frecuentes, intensas y duraderas. La magnitud del cambio dependerá del grado de calentamiento global, siendo mayor cuanto más nos calentemos. De ahí que tengamos todo el interés en que se reduzcan las emisiones el máximo posible y cuanto antes.
P.- ¿Es la sequía la principal causa de la aridificación de nuestro suelo o tiene más que ver con el mal uso que hacemos del agua? ¿Qué viene antes y qué después?
En términos generales, sí. La tendencia hacia la aridificación del nuevo clima es general y va más allá de un uso adecuado o no de los recursos. Un uso inadecuado puede conducir a pérdida de productividad y degradación de la tierra. Por ejemplo, el riego puede producir la salinización del suelo, y con ello su deterioro y pérdida de productividad. En las zonas semiáridas y secas, la degradación de la tierra, esto es, la pérdida de productividad y de biodiversidad asociada, se denomina desertificación. La aridificación supone inevitablemente una pérdida de productividad y de biodiversidad, por lo que aumentará la degradación de la tierra y consiguiente desertificación.
Imagen de uno de los puentes destruidos por la DANA del día 3 de septiembre en Aldea del Fresno (Madrid)
P.- ¿Qué diferencia hay entre las DANAS que vivimos ahora y la gota fría o las lluvias torrenciales que se han dado en otras épocas?
Es cierto que el fenómeno de DANA u otros extremos meteorológicos, como los ciclones mediterráneos, llamados medicanes [de Mediterráneo y huracán en inglés], viene ocurriendo secularmente. Sin embargo, lo que estamos viviendo últimamente excede lo conocido. En el Levante español llevamos viviendo repetidas DANA, que están dejando lluvias que superan los centenares de mm en 24 hs. El Medicane Daniel ha producido lluvias que han alcanzado los 740 mm en 24 hs en Zagora (Grecia), mientras que en Al-Bayda (Libia) se registraron 414 mm en 24 hs, cifra excepcional pues en la devastada Darna se registran 274 mm a año. Si una DANA u otros fenómenos meteorológicos extremos son producto o no del cambio climático es algo que hay que estudiar mediante las técnicas de atribución. Estas consisten en ver en qué medida el cambio climático ha contribuido al fenómeno observado, comparando su frecuencia, magnitud o intensidad con situaciones en las se excluye el cambio climático, esto es, con el clima antes de verse perturbado por la acción humana. Obviamente, esto solo se puede hacer con modelos. Los estudios realizados por el grupo World Weather Attribution calculan que el evento de Grecia se presentaría de 1 en 80 años a 1 en 250 años y el de Libia sería de 1 en 300 a 1 en 600 años. Esto es, estamos hablando de eventos que no se verían en el curso de varias generaciones. El episodio de Libia es tal que el cambio climático lo ha hecho un 50% más probable y un 50% más intenso, mientras que lo registrado en Grecia y regiones colindantes lo habría hecho 10% más probable y 40% más intenso. Estos hecho ponen de manifiesto que lo ocurrido está ya en parte causado por el cambio climático y que, obviamente, se precisan adaptar las infraestructuras a fenómenos meteorológicos que, muy probablemente, no fueron tenidos en cuenta cuando se planificaron.
P.- ¿Será habitual a partir de ahora esta forma de llover? ¿Qué consecuencias tiene?
Sí, las proyecciones que se hacen es que, al estar la atmósfera más cálida retiene más agua y, por tanto, los eventos de lluvia serán más intensos. Eso está ocurriendo ya: menos eventos de lluvia, pero mayor cantidad de agua caída en cada uno de ellos. Lluvias más intensas siempre implican una mayor probabilidad de desastre. Esto se ve reforzado por nuestras acciones urbanísticas, ya que hemos impermeabilizado los pueblos y ciudades. Por ello, el agua no se infiltra en los suelos y termina en los cauces que luego se desbordan. Más aún, hemos transformado los cauces, rigidizándolos, en vez de dejarlos abiertos para facilitar que el agua pueda expandirse en caso de lluvias fuertes. Con ello se limita la flexibilidad del sistema y cuando el caudal excede ciertos niveles se produce la inundación y el desastre porque, probablemente, habremos puesto infraestructuras en zonas que eran inundables. El desastre es fruto de la naturaleza, sí, pero también de nuestras acciones. Lo primero no lo podemos cambiar, lo segundo sí.
P.- El 33% del país está en una situación de una sequía prolongada. Hay zonas en riesgo de desertificación y la situación de los humedales es dramática. ¿Acabarán siendo zonas de España más parecidas a un desierto? ¿Cuáles son los lugares más críticos?
R.- En España las zonas más áridas están en el sureste, donde, en algunos sitios, tenemos precipitaciones por debajo de unos 350 mm/a. Esta es una cifra importante, pues, en estas latitudes, la vegetación que puede sostenerse con esa lluvia ya no es arbórea (e.g., encinares), sino arbustiva (e.g., coscojares). En la medida en que se proyecta una disminución de las precipitaciones, tanto mayor cuanto más altas sean las emisiones de gases de efecto invernadero, mayores serán las zonas que no lleguen a esa cifra. Menores precipitaciones y mayores temperaturas, con el consiguiente aumento de la evapotranspiración, significan menor agua disponible. Esto implica disminución de la productividad potencial de los sistemas agrícolas y naturales, degradándose así los ecosistemas frente a su situación antes del cambio climático.
Además de los sistemas semiáridos, los humedales se encuentran entre los ecosistemas más amenazados. Cuanto menos llueva y más agua se evapotranspire menor es la probabilidad de que estos se formen y persistan. Los humedales más grandes y persistentes pueden volverse temporales y los efímeros no llegar a formarse, y todos son importantes. ¿Alguien se imagina las dehesas sin sus charcas temporales primaverales? Ya hemos visto este año que los humedales grandes de Doñana se han secado por segundo año consecutivo. Por otro lado, los humedales son zonas muy tensionadas por el agua que contienen. De nuevo, lo que está ocurriendo en Doñana puede ser paradigmático de lo que nos espera. Menos lluvias y una explotación creciente del agua acaban con los humedales persistentes, convirtiéndolos en temporales, amenazando así a tantos organismos que dependen de aguas permanentes. Bajo las nuevas condiciones climáticas, la protección de estos hábitats ricos en biodiversidad se convierte en un objetivo prioritario. Como la lluvia no la podemos cambiar, lo único que podemos hacer es dejar de presionar aquellos ecosistemas a los que el cambio climático va a estresar, y dejar de extraer agua.
“Se precisa un cambio en nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. Hasta ahora, el desarrollo se ha basado en usar tantos recursos naturales como se podía, hasta agotarlos o contaminarlos en el proceso de su uso abusivo”
P.- Coinciden los informes científicos en que entramos en un terreno desconocido en lo que se refiere al clima, que tendremos menos disponibilidad de agua en ciudades y para la agricultura; y se llama cada vez más a la adaptabilidad. ¿Cómo nos adaptaremos? ¿En qué afectará esto a nuestro modo de vida?
R.- Adaptarse al nuevo clima significa cambiar nuestro modelo de vida y de uso de la naturaleza y sus recursos. Para empezar, hay que revisar los supuestos sobre los que se hicieron ciertas infraestructuras que nos protegían de los desastres meteorológicos o climáticos, revisarlos y tomar las medidas pertinentes. Esto se llama adaptación al cambio climático y hay que hacerlo ya, sin demora. Por otro lado, se precisa un cambio en nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. Hasta ahora, el desarrollo se ha basado en usar tantos recursos naturales como se podía, hasta agotarlos o contaminarlos en el proceso de su uso abusivo. Sabemos que un uso irracional de los recursos nos empobrece. Por ejemplo, si disminuyes las poblaciones de peces más allá de un determinado valor corres el peligro de extinguirlas. Mantener una pesquería activa requiere una gestión científica, para asegurar una cantidad de capturas anuales. Por tanto, mantener nuestra calidad de vida requiere mantener la naturaleza de la que dependemos en un buen estado, que asegure los recursos y servicios ecosistémicos que nos presta. El caso de la nueva ley europea sobre la restauración de los ecosistemas es paradigmático de lo que digo. La ley deja claro que hay que restaurar y proteger los ecosistemas europeos ante las amenazas del cambio climático y nuestro abuso porque es la única manera de que podamos seguir obteniendo los servicios ecosistémicos que estos nos han venido prestando hasta ahora. Si no lo hacemos, los perderemos y nos empobreceremos. Por tanto, conservar y restaurar no es un cuestión de estética o ética ambiental, que también. Es, sobre todo, una cuestión de interés por mantener los servicios ecosistémicos que la naturaleza nos ha prestado hasta ahora. Por tanto, se precisa un cambio radical de mentalidad. Una naturaleza bien protegida y conservada es nuestra mejor aliada para poder tener calidad de vida. Adaptase requiere modificar la actitud que hemos tenido hasta ahora con la naturaleza que nos rodea. Esta ya no está en condiciones de seguir haciéndolo y menos con las amenazas que tiene. Por tanto, hay que conservar y respetar nuestro entorno.
P.- ¿Por qué se sigue negando el cambio climático? Muchos de estos discursos negacionistas vienen desde la política. ¿Hay política negacionista o es el miedo a perder votos por tomar determinadas medidas impopulares lo que hace negar la existencia de una crisis climática?
R.- Supongo que hay múltiples razones para negarse a las evidencias científicas. Una obvia es el interés, como lo acredita la investigación sobre la petrolera ExxonMobil. Esta compañía desarrolló por sus propios científicos modelos de cambio climático que mostraban que el uso de combustibles fósiles terminaría calentando el planeta de manera peligrosa. Sus modelos eran igual de buenos que los del resto de científicos del mundo. Sin embargo, sus directivos mantuvieron durante años que no se sabía lo suficiente como para dejar de vender sus productos. Más aún, invirtieron ingentes cantidades de dinero en financiar a negacionistas. La narrativa producida por sus agentes a sueldo fue utilizada (y lo sigue siendo) por numerosos grupos de presión y se basó en cuestionar la evidencia científica (no sabemos suficiente, no está claro, etc..) fueron sus manidos argumentos, al tiempo que, directa o indirectamente, promovían presiones sobre algunos científicos destacados por defender honestamente sus descubrimientos. Un auténtico acoso gansteril.
Pero no todo el que niega el cambio climático vive de vender petróleo, por lo que produce gran desconsuelo ver a grupos sociales, partidos políticos o dignos representantes públicos negar algo que no se sabe qué beneficios reporta al común de la ciudadanía, cuando hay otras alternativas cuyos beneficios son obvios. Promover las energías renovables empodera a quien las tiene, pues lo independiza de los vaivenes de los precios del crudo. Persistir en la negación del cambio climático es una causa perdida pues, con el tiempo, este se ha vuelto obvio. Aun así, vemos con qué fanatismo se desmantelan carriles bici en nuestras ciudades, promoviendo el uso del coche de combustión cuyos contaminantes sabemos que producen miles de muertes cada año por un aire irrespirable. Quienes niegan el cambio climático no dicen en qué informes científicos se basan. No lo dicen porque no existen. No hay ni un solo documento científico mínimamente creíble que cuestione que el calentamiento está ocurriendo y que es causado por el hombre. Aun así, sin rubor alguno, se inventan la realidad y niegan la ciencia, y toman decisiones sin importarles las negativas consecuencias que tendrán para nuestras vidas. Algunos piensan que ellos no se verán afectados, pero no es así. Ciertamente, el cambio climático afecta de manera desigual a los distintos grupos sociales y en todas las sociedades hay grupos de vulnerables que no tienen oportunidades ni opciones para evitar los impactos del nuevo clima, por lo que sufrirán más las consecuencias de un calentamiento desenfrenado como el que estamos sufriendo. Pero, en mayor o menor medida, todos sufriremos las consecuencias de un clima impredecible y tórrido, y de unas ciudades con aire contaminado. Incluso quienes puedan evadirse de lo peor porque son privilegiados, sufrirán.
“Reducir el conocimiento necesario para adoptar decisiones al propio de una charla de café o al de los mensajes en una red social es un empobrecimiento insoportable en una sociedad educada y bien formada y que tiene a su disposición todos los medios para informarse adecuadamente”
P.- En cada campaña electoral se repite como un mantra la idea de llegar a un Pacto Nacional del Agua. Pero, vista la diferencia de criterio entre los partidos en este sentido, ¿sería posible? ¿Es la solución para abordar la crisis hídrica?
R.- La nueva situación climática y sus derivadas, como la menor disponibilidad de agua, requieren medidas estratégicas y a largo plazo. Este tipo de acciones necesarias para encarar algo tan complejo y que afecta a nuestra forma de vida no son fáciles de adoptar en un sistema de gobernanza determinado por la siguiente elección, por tanto, con horizontes temporales que no superan los cuatro años. Si el atrincheramiento en la política nacional es general, en los temas ambientales adquiere tintes dramáticos. Y a estas posiciones de trinchera se une la moda entre ciertos grupos sociales de negar la ciencia, porque, según ellos, coarta nuestra libertad. Lo hemos visto con la COVID-19, donde algunos grupos se oponían a las medidas de contención de la enfermedad que la ciencia epidemiológica sugería. Peor aún, cuando la ciencia consiguió en un tiempo récord elaborar una vacuna, lo que ha salvado innumerables vidas, se ha generado un movimiento antivacunas como no habíamos visto antes. Es verdad que algunos de los dirigentes de este desnortado movimiento han pagado con su vida, pero no parece que sus seguidores hayan aprendido la lección. Hay un auténtico proceso de populismo social en marcha que hace bandera de negar la ciencia. En paralelo, vemos expandirse todo tipo de prácticas esotéricas, abundando los chamanes, videntes, echadores de cartas y una amplia tribu de avezados extorsionadores. Esto está arraigando en nuestra sociedad de manera alarmante. Como ciudadano y científico alzo mi voz para oponerme a esta tendencia, por irracional y peligrosa para nuestro bienestar. Saber no está al alcance de cualquiera, y reducir el conocimiento necesario para adoptar decisiones al propio de una charla de café o al de los mensajes en una red social es un empobrecimiento insoportable en una sociedad educada y bien formada y que tiene a su disposición todos los medios para informarse adecuadamente.
En este contexto, intentar consensuar acciones a largo plazo parece una quimera, pero no queda más remedio que insistir en su necesidad. No hacerlo tiene como consecuencia el desastre. Los ejemplos abundan. El Mar Menor me sirve para escenificar lo que podemos terminar haciendo a nivel local y el clima tórrido y desenfrenado que ya tenemos escenifica lo que somos capaces de hacer a nivel global. Es triste ver cómo, cuando las decisiones políticas no están avaladas por el conocimiento científico, simplemente se silencia a quienes pueden transmitir el mensaje. A pesar de ello, se está poniendo de moda pedir menos regulación ambiental y más libertad para usar los recursos naturales. Pero eso no nos hará vivir mejor, sino peor. Con motivo de la discusión de la ley europea de restauración de los ecosistemas en el Parlamento Europeo, un grupo de colegas escribieron una carta, que luego suscribimos otros muchos, en la que apoyaba esta legislación haciendo pedagogía y demostrando con datos científicos que la conservación y restauración de los ecosistemas es absolutamente necesaria para poder vivir mejor. Esto es, la falta de regulación y protección ambiental es mala, y evita mejorar nuestras condiciones de vida y progresar. Es paradójico que sabiendo como nunca cómo gestionar bien la naturaleza algunos se empeñen en ir contra el conocimiento que tanto ha costado conseguir. Hay que exigir que cualquier decisión con repercusión ambiental tenga que basarse en informes científicos transparentes.
“Es paradójico que sabiendo como nunca cómo gestionar bien la naturaleza, algunos se empeñen en ir contra el conocimiento que tanto ha costado conseguir. Hay que exigir que cualquier decisión con repercusión ambiental tenga que basarse en informes científicos transparentes”
P.- En la COP 27, celebrada en Egipto, se alertó de que el agua sería el principal motivo de conflicto en el mundo. ¿Lo cree así?
R.- Los conflictos por el agua siempre han estado presentes, particularmente en aquellas zonas donde ésta es escasa. Vamos hacia un mundo con menos recursos hídricos en las zonas ya pobres en ellos. Además, la demanda para usos diversos sigue en aumento, aunque muchos de ellos son francamente cuestionables. Por ello, el conflicto está asegurado. Hay quien quiere usar hasta la última gota de agua disponible, y toda agua que va al mar que no esté contaminada se ve como un derroche inadmisible. Mientras, las playas desaparecen por falta de materiales retenidos en nuestras presas, al tiempo que se producen zonas de hipoxia y muerte masiva de peces y otros organismos en el mar, por el exceso de nutrientes que llevan los ríos a lo que se suma el calentamiento de las aguas superficiales. Algo insólito y desconocido hasta ahora. Como se ve, el abuso en el uso del agua tierra adentro luego llega al mar. Las visiones sobre cómo usar el agua están muy alejadas y la tensión crecerá conforme las disponibilidades hídricas disminuyan. Urge pensar en un futuro con menos agua disponible, en el que, además, tenemos que mejorar las condiciones de nuestros ecosistemas acuáticos por el enorme impacto que van a sufrir por el cambio climático. Cuanto antes nos pongamos a actuar, mejor.
“Que un líder religioso de la relevancia del Papa indique con claridad los peligros que conlleva el cambio climático, sobre todo para los más vulnerables, es, sin duda alguna, una buena noticia, porque deja claro que esto es un asunto que trasciende la religión o las ideologías, que es un asunto de pura humanidad”
P.- Para la ciencia, ¿cuál ha sido la contribución de la Laudato Si'?
R.- Los posicionamientos de los líderes religiosos o sociales no creo que afecten a la ciencia como tal. Su efecto es social, pero no conozco ningún estudio sociológico que se haya hecho acerca de la repercusión de tan importante posicionamiento. No cabe duda de que, para muchas personas, especialmente los católicos, la trascendencia de este documento ha sido enorme. Para mí, como científico, el cambio climático ha sido un tema científico más, sin ninguna connotación ideológica o de otro tipo. Las instituciones internacionales en las que he participado, en particular el IPCC, siempre han abordado este asunto desde una perspectiva neutral para las políticas, para evitar su politización, y centrado única y exclusivamente en la evidencia científica y no en ningún otro tipo de “saber”. Esto es, se hacía y hace el diagnóstico científico, pero no se prescribe la solución, pues esta compete a los gobernantes. Quiero recordar que los informes del IPCC han sido aprobados por todos los países que participan en ese organismo, que son la mayoría del mundo. De ahí la importancia de sus informes. Sé, no obstante, que desde otras instancias se ha hecho bandería del tema. Ya he mencionado el caso de las petroleras. No cabe duda de que es un tema enormemente complejo y que para resolverlo no hay que caer en maniqueísmos. Quien viva de los combustibles fósiles seguro que le parecerá bien seguir usándolos y justificará cualquier mal colateral que pueda producirse con tal de no perder su fuente de ingresos. Por otro lado, la percepción del riesgo que conlleva el cambio climático no es igual para todos. Por ello, la solución tiene que ser justa, e implicar a todos en un proceso en el que no haya perdedores. Por ejemplo, los mineros del carbón no tienen que pagar las consecuencias de cerrar las minas, pues ellos no son responsables de nada. Si se cierran las minas hay que abrir otras oportunidades de empleo para que no sufran las consecuencias de una acción que beneficiará a la mayoría. Si no queremos que se talen los bosques primigenios, porque tienen unos depósitos de carbono que no queremos que vayan a la atmósfera, habrá que compensarlos. Consiguientemente, cuanto menos ideología pongamos en el tema y más racionalidad apliquemos en buscar las soluciones, mejor será para todos. Por ello, que un líder religioso de la relevancia del Papa indique con claridad los peligros que conlleva el cambio climático, sobre todo para los más vulnerables, es, sin duda alguna, una buena noticia, porque deja claro que esto es un asunto que trasciende la religión o las ideologías, que es un asunto de pura humanidad. Consiguientemente, no tengo duda de que ayudará a muchos a posicionarse e involucrarse en la lucha contra el calentamiento global que hemos causado nosotros, y que solo nosotros podemos y debemos resolver.
Sandra Várez
Directora de Comunicación de la Fundación Pablo VI