El Consejo de Ministros ha aprobado este mes una nueva estrategia estatal para los próximos 6 años que trata de cambiar el modelo de cuidados de las personas mayores y dependientes en nuestras sociedades. “Hacia un nuevo modelo de cuidados en la comunidad: un proceso de desinstitucionalización", que engloba el período 2024-2030 quiere priorizar los cuidados a domicilio buscando una alternativa de cuidados de proximidad, reforzando la asistencia en los hogares, la teleasistencia o los centros de día.
No sabemos si el Ministerio que preside Pablo Bustinduy se ha inspirado en la ley italiana aprobada en el año 2023 bajo el impulso de la Comisión para la Reforma de la Atención Sanitaria y Social de la Población de la Tercera Edad, presidida Mons. Vincenzo Paglia. Pero lo cierto es que el presidente de la Pontificia Academia para la Vida dio, en su último paso por la Fundación Pablo VI, una serie de claves para cambiar el paradigma de atención a este colectivo de población -cada vez más mayoritario en nuestras sociedades-, que debe ir acompañado de un “nuevo pensamiento económico, político, jurídico, espiritual y sanitario”. Porque, a pesar de que cada vez vivimos más y la calidad de vida es mejor, el contexto cultural lleva a un descarte de la dependencia y de la vulnerabilidad que echa a un lado a todo lo que no se considera útil o necesario. De lo que surge una pregunta y una reflexión, ¿qué derechos tienen y qué deberes la sociedad para con ellos?
P.- Hace justo 4 años, la pandemia de la COVID-19 puso en cuestión el modelo de atención a las personas vulnerables. La situación de España durante la pandemia fue muy parecida a la de Italia por las propias características de nuestra población. Hasta 35.000 mayores murieron en las residencias de ancianos en estos tres primeros años, lejos de sus familias y casi en situación de abandono por la falta de protocolos ni posibilidad de derivación a los hospitales. ¿Hemos aprendido algo para que esto no vuelva a suceder? ¿Es la pandemia un antes y un después en la necesidad de este cambio de paradigma que usted reclama?
R.- La pandemia lo que ha demostrado es la profunda contradicción que viven nuestras sociedades. Por un lado, el desarrollo tecnológico nos hace vivir 20 o 30 años más, pero no se sabe cómo mantener este sistema. Este escándalo es el que me empujó a proponer al ministro de Salud de Italia la posibilidad de crear una comisión para estudiar la reorganización de las personas mayores. Después de una larga discusión, el ministro se convenció de la necesidad de crear una Comisión, pero puso como condición que fuera yo quien la presidiera. Yo le dije: “pero soy sacerdote, también tengo un trabajo en el Vaticano”, a lo que añadió: “y yo soy de extrema izquierda, pero lo que quiero es una comisión que implemente lo que usted dijo, esa visión”. Y así fue como nos pusimos manos a la obra con la finalidad de crear una ley que, después de dos años y medio, -comenzó con el gobierno de Draghi y asumió después el gobierno de Meloni- se aprobó en el Parlamento por unanimidad en marzo del año pasado.
Lo que se propone es que sea toda la sociedad (gobierno, las instituciones, los voluntarios y toda la sociedad al completo) la que se encargue de cuidar a sus ancianos, estableciendo un cuidado integral y continuo que parta del lugar en el que residen, fomentando también el cohousing, creando centros de día multidimensionales e, incluso, residenciales que sean temporales y visitables, etc.
Esto es lo que aprobó la ley en Italia, ahora el desafío es aplicarla de esta manera en otros países como en España. Y, para ello, creo que es indispensable la confluencia de todas las instituciones para lograr el respeto a sus derechos, que puedan decidir qué hacer, cómo relacionarse, el derecho a elegir cómo ser curados... Por eso creo que la perspectiva de las residencias está obsoleta y también ellas también deben cambiar.
Mons. Vincenzo Paglia en la presentación en España de la Carta de Derechos de las Personas Mayores y Deberes de la Comunidad, con María Luisa Carcedo
P.- ¿No es complejo en nuestras sociedades priorizar esta asistencia en domicilios cuando las familias trabajan lejos, cuando las redes familiares de cuidado son cada menos extensas y no hay ni siquiera tiempo para cuidar de los niños?
R.- Necesitamos soñar, necesitamos una visión; y la visión es esta, que queremos que los mayores pasen este tiempo en su casa. Porque aquí está su vida, su historia, sus recuerdos y sus afectos. Lamentablemente no maduramos en esto, no lo pensamos. Y cuando surge un problema, el anciano es internado en la residencia, y acaba desarraigado. Se le acaban quitando las raíces de su vida. Por eso se necesita crear e inventar una forma de vivir mejor. ¿Cómo se puede ayudar también a las familias con la ayuda de nuevos profesionales sanitarios, para que nadie se quede solo y todos puedan vivir sus últimas décadas de vida en serenidad? Este es un gran desafío para nuestras sociedades, en particular las del Mediterráneo, pero no podemos dejar de afrontarlo.
En la cultura del producir y de la apariencia, los ancianos son descartados. Pero, al descartar a los ancianos perdemos un enorme recurso para el desarrollo del país
P.- En España, un 6% de la población es octogenaria y hay cada vez más personas centenarias. La población de mayores de 65 se impone frente a la de menores de 20. ¿Cómo hacerlo sostenible?
R.- El futuro no es ancianos o jóvenes, sino una alianza entre ellos. Y esta alianza es la mejor riqueza que tenemos. Por eso necesitamos un diálogo intergeneracional urgente y necesario. Y de esta manera yo creo que podemos ganar a una cultura virtual que empuja a estar solos; a una cultura del yo, nunca nosotros. Yo creo que esta intergeneracionalidad nos ayuda a organizar una sociedad que sea verdaderamente humana y que tenga como base cultural el cuidado de unos a los otros. Este es nuestro futuro y por eso tenemos trabajar en todas las instituciones, en todas, sin exclusión.
Los cálculos de la Comisión que presido muestran que tener a los ancianos en casa cuesta mucho menos que tenerlos en residencias o en hospitales. En este sentido es muy sabio implementar esta perspectiva. Están mejor y cuesta menos. ¿Por qué no hacerlo? Lo que ocurre desafortunadamente en nuestras culturas es que hay pereza política y una cultura negativa y egocéntrica. Y en la cultura del producir y de la apariencia, los ancianos son descartados. Pero, al descartar a los ancianos perdemos un enorme recurso para el desarrollo del país.
Mons. Vincenzo Paglia durante la entrevista en la Fundación Pablo VI
La eutanasia para mí es una contradicción porque se vende como una salida al sufrimiento, buscando a alguien que haga el trabajo sucio de la muerte
P.- Pero ¿cómo se compadece este valor de la ancianidad con ese deseo de ser siempre jóvenes? El deterioro físico es visto como un símbolo de debilidad, fragilidad y como algo negativo... Hay toda una industria de la imagen, para eliminar toda huella de la edad, de la vejez...
R.- A esto te contesto con una pregunta. ¿Por qué en Italia, por ejemplo, el número de suicidios es mayor en los jóvenes que en los ancianos? No solo lo mayores son frágiles. También lo son los niños y los adultos. Todos somos frágiles. Y esa es la principal lección que tienen que darnos los mayores, que todos lo somos. Este magisterio que a veces es silencioso, el de la fragilidad del cuerpo, es importante verlo y aprenderlo. Por eso los ancianos tienen una doble vocación, que es enseñar la sabiduría, la belleza de trabajar por los otros; y, al mismo tiempo, enseñar que la fragilidad es una realidad de todos. Este círculo virtuoso es para mí una utopía que tenemos que realizar hoy. Y que no es solo cristiana, sino también laica, que debe ser asumida por los creyentes y los no creyentes; por todos los partidos; por los ancianos y los jóvenes, etc... Es un nuevo humanismo indispensable.
Si la Iglesia quiere ser un verdadero hospital, la fraternidad es la medicina que tiene que utilizar, promover y donar.
P.- El Papa habla de una cultura del descarte, de un paradigma tecnocrático que lleva a priorizar lo que produce. ¿Es esta la razón por la que cada vez más sociedades legalizan la eutanasia?
P.- Más que en una tecnocracia, creo que vivimos en una algocracia. El poder lo tienen la técnica y el algoritmo. Se trata de una economía hipercapitalista, mercantilista y egocéntrica que lo que acaba produciendo al final son esclavos. Yo estoy muy preocupado por este aspecto, que cada vez se impone más en algunos países. En Japón, por ejemplo, donde los ancianos son millones, hace poco se estrenaba una película, -Plan 75- que habla de un mundo hipotético en el que, si yo quiero abandonar la vida, puedo irme con todas las facilidades económicas. La eutanasia para mí es una contradicción porque se vende como una salida al sufrimiento, buscando a alguien que haga el trabajo sucio de la muerte. Lo que yo quiero es hacer el trabajo bello de la vida. Por eso, en la Pontificia Academia de la Vida estamos promoviendo de una manera muy intensa los cuidados paliativos, el acompañamiento en la soledad, etc.
Y ¿cuál sería la medicina para regular la soledad? Sería el amor, la cercanía, la amistad, la fraternidad. Eso es lo que debe ser la Iglesia, motor de proximidad con todos, los ancianos, los jóvenes, los niños, los creyentes y no creyentes... Si la Iglesia quiere ser un verdadero hospital, la fraternidad es la medicina que tiene que utilizar, promover y donar.