El debate entre espiritualidad y religión es eterno en nuestras sociedades. Las encuestas de los últimos años hablan de un ascenso de los ciudadanos que se sitúan fuera de cualquier adscripción religiosa; y, dentro de las propias confesiones, son cada vez más lo que viven la fe fuera de la oficialidad o que no participan en los sacramentos. En el ámbito de la religión católica, por ejemplo, el último estudio del CIS, habla de tan solo un 58% de la población que se confiesa católica y solo un 28% de jóvenes que se sienten dentro de la Iglesia. Mientras, prolifera el recurso a determinadas prácticas meditativas que muestran cómo, frente a esta esta aparente secularización, se esconde una sed espiritual. Ignacio Sotelo, uno de los sociólogos españoles más reconocido del último siglo, dejó escrito en uno de sus muchos artículos “que la secularización podría revelarse paradójicamente como la condición fundamental para el renacer de la experiencia religiosa”. Algo que pone de manifiesto también el sacerdote y escritor Pablo d’Ors, fundador de los Amigos del Desierto que, en “Los contemplativos”, habla de un despertar religioso que lo califica como mucho más auténtico que el de épocas pasadas.
Pablo d’Ors en el programa La Gran Pregunta
P.- Hace unos meses reflexionabas en un artículo en El País sobre la vivencia de la fe hoy y decías que España está dejando de ser católica para ser católica de verdad. ¿Qué quieres decir con eso?
R.- No sé si es un deseo o una profecía. Es verdad que los datos son incontestables y que está bajando cada vez más la asistencia a la práctica dominical, que es más o menos el criterio por el que se mide el sentido de pertenencia a la Iglesia. Sin embargo, desde mi perspectiva, yo veo que hay un hambre espiritual en nuestro tiempo extraordinario, y no solamente un hambre espiritual en genérico, sino también un deseo profundo de reencontrarse con Cristo como un faro, como un foco de luz para la humanidad entera. Creo que esto sí va a suponer una reconfiguración del planteamiento eclesial. Suelo decir que estamos muriendo a un mundo donde el paradigma fundamental era la razón, que lo sigue siendo, evidentemente, para nacer a un paradigma nuevo que es el de la interioridad y la conciencia. En ese sentido, creo que el catolicismo y el cristianismo en general, está llamado a reinventarse y a entrar en juego también con otras propuestas colaborando en ayudar a las personas a encontrar un sentido y a ser auténticamente universales.
Yo creo que hay un desprestigio de la religión y un prestigio creciente de la espiritualidad y eso es una permanente provocación, un estímulo y un desafío pastoral.
P.- Paralelamente se produce un vertiginoso avance de la secularización en todo Occidente que se está notando especialmente en España, un país con una tradición católica profunda. El CIS hablaba en su último barómetro de solo un 53,8 % de católicos, de los que solo un 20 % eran practicantes. ¿Es algo propio de nuestra religión católica o están las religiones en crisis?
R.- No tengo datos para contestar de manera totalmente fidedigna a esta cuestión. Yo creo que hay una crisis religiosa general, pero también creo que es particular en el cristianismo y todavía más particular en el catolicismo, lo que lo que no significa que las religiones globalmente vayan creciendo en el mundo. Pero especialmente en Occidente hay una bajada significativa.
P.- ¿Cuál crees que es la causa? Porque se está viviendo un descrédito de las instituciones y del concepto de jerarquía. ¿Crees que esta crisis puede estar relacionada con esa crisis de autoridad?
R.- En mi opinión, hay muchas causas, pero destacaría especialmente la ideología materialista, que es el gran cáncer que se ha infiltrado en nuestra sociedad. Pensar que existe la materia y que todo el fenómeno espiritual es producto de la materia. La mayoría de las personas creen que la conciencia es un producto del cerebro, que es exactamente lo contrario de lo que plantea la tradición judeo-cristiana. Creo que el materialismo es la causa fundamental de esta desespiritualización de la sociedad.
Y, con respecto a la crisis de autoridad, en efecto, la dialéctica maestro-discípulo, padre e hijo, que es tan fundamental en la transmisión espiritual, se ha perdido mucho. Se ha ganado, evidentemente, en democratización o fraternidad, pero se ha perdido esta dimensión más vertical, más trascendente, más mistérica. Y cuando no hay maestros no hay discípulos y, por lo tanto, no puede haber transmisión de la sabiduría.
Y luego hay una tercera razón, que creo que no es menor, y es que la Iglesia, es decir la autoridad religiosa fundamental en España, quizá no ha sabido o no hemos sabido transmitir este legado maravilloso de sentido y de belleza que es el cristianismo, con la suficiente adecuación y sensibilidad al lenguaje contemporáneo.
P.- En medio de la prisa que vivimos nos sorprendes una vez más con un libro “Los contemplativos”, en el que reivindicas el silencio y la meditación como una forma de encontrar a Dios ¿Cómo se puede encontrar la paz en medio de este ruido?
R.- Creo que hay algo más básico que pensar y actuar que es mirar, escuchar y contemplar. Y este libro es una apología. Son 7 personajes que de alguna manera se encuentran en situaciones en la que no les queda otra que mirar la vida y su propia historia. ¿Por qué se ha desestabilizado? ¿Qué horizonte o qué puerta les queda? Yo suelo decir que un contemplativo es uno que mira con amor.
P.- ¿Crees que, detrás de este desencanto social hay un vacío espiritual?
R.- Creo que sí hay un anhelo. Todos los días recibo los correos de cientos de personas que tienen sed de Dios y no lo formulan en esos términos. Yo siempre digo que tenemos instintos, tenemos deseos y luego tenemos el anhelo que se refiere al alma. Y no podemos vivir de espaldas a eso porque es lo que nos define en sustancia. La meditación, -que es de alguna forma a lo que me dedico-, meditar y escribir, silencio y palabra, no es otra cosa que una mirada amorosa sobre ti mismo; y si tú plantas semillas de amor, pues sencillamente cosechas amor. Esto es lo que cuento en la Biografía del silencio, en la Biografía de la Luz y otros tantos de mis libros y ensayos, de manera narrativa.
P.- ¿Dónde estaría la línea entre la contemplación de Dios y otras formas de meditación, como en mindfulness, que se han puesto de moda en tantos ambientes?
R.- En realidad no hay líneas. Es decir, Dios está en todas partes. O sea, en realidad él existe mucho más que nosotros. Podemos decirlo, nosotros somos la existencia de Dios y existe en nosotros. Otra cosa es que lo reconozcamos o no, eso ya es nuestro problema.
Por eso meditamos, para ser menos ciegos, para empezar a ver esa realidad con mayúsculas. Con la meditación alcanzamos una dimensión espiritual más rotunda, más contundente sobre la propia vida. Otra cosa es que luego uno lo apalabre, lo verbalice y lo formule de otra manera. Dependerá de la cosmovisión y de tantos factores culturales. Pero, de alguna manera, el gran descubrimiento de la práctica de silenciamiento es que el conocimiento de uno mismo es conocimiento de Dios, es decir, que, por decirlo en términos cristianos, si tú te descubres criatura, indirectamente estás apuntando al Creador. Hay un hermanamiento, una unión muy profunda entre lo humano y lo divino. Y a eso es a lo que nos conduce esa práctica meditativa.
P.- ¿Dónde queda la parte comunitaria de la religión? Porque el cristianismo, en concreto, es una religión que se vive en comunidad. La práctica de la fe no se entiende sin el encuentro con el otro. En la meditación y el autoconocimiento se vive la fe de una manera un poco más individual.
R.- Más que comunidad, a mí me gusta hablar de comunión. La comunidad parece que apunta simplemente a estar juntos, mientras que la comunión apunta a saberse unidos. Tú y yo podemos estar físicamente separados y sin embargo ser uno. Lo que hay que hacer es escapar de esta dialéctica entre comunidad e individuo o comunidad y persona, porque realmente comunión y soledad son las dos caras de la misma moneda. Es decir, que solamente la persona que sabe estar consigo misma sabrá estar de manera fecunda con los demás. Por tanto, el único fundamento sólido de la comunidad, es decir, del amor a los demás, es el “como a ti mismo”.
Por eso hablaba al principio del cambio de paradigma de lo exterior a lo interior. Nosotros hemos construido una cultura del amor a los demás, del altruismo, entre comillas, frenético, pero lo que se está produciendo ahora es un viaje de vuelta. El cristianismo no es solamente ética, sino también mística. Y el fundamento más sólido de la ética es la mística.
P.- En contraste con esta contemplación están las manifestaciones de fe que se viven en Semana Santa. Fe en la calle, vivida a través de las Cofradías y Hermandades. ¿Cómo las valoras? ¿Crees que son una muestra más de esa búsqueda del sentido religioso o tienen más que ver con las identidades culturales?
R.- Pues si lo veo casi con entusiasmo. Porque es un fenómeno social o sociológico, eso es evidente, pero en torno a la religión y, más en concreto, a la devoción. Y a mí esto es algo que me interesa mucho y que no desprecio para nada. Al contrario. Esta dimensión más emocional y sentimental que puede comportar el fenómeno religioso, me parece que hay que tenerla muy en consideración. De hecho, yo mismo voy cada vez apuntando más a la idea de cómo la vía contemplativa se hermana mucho más íntimamente de lo que uno pensaría con la vía devocional. Y luego también está este aspecto de configuración social y laical, que no está regentado por la Iglesia oficial y que tiene una organización bastante sólida y por eso funciona tan bien.
P.- La religión como elemento identitario en la derecha y en la izquierda es un debate antiguo. Sin embargo, hoy parece imponerse con fuerza. En una parte, se reivindican algunos códigos culturales o tradicionales, en otra la parte más social. ¿Cómo ves estos debates?
R.- A mí cuando me preguntan, “¿pero tú eres de derechas o de izquierdas?” mucha gente se queda perpleja cuando respondo que yo soy de Cristo. A mí esta diferenciación me parece bastante caduca y realmente no responde a la realidad. Creo que es mantener un esquema trasnochado. Yo creo que lo importante es generar vínculos desde lo profundo, no desde lo superficial. Y lo ideológico, por muy prestigiado que esté, no deja de ser superficial. En la experiencia de los Amigos del Desierto donde, durante un fin de semana entero (unas 40 horas), no se habla, vemos cómo en el silencio se genera una profunda comunión espiritual. La palabra genera afinidad intelectual o no, pero el silencio genera algo más profundo. Creo, por tanto, que es bueno hacerse cargo del discurso ideológico, pero no hay que dejarse arrastrar por él, para ir hacia donde realmente importa, que es el amor y la verdad. Si no perdiésemos el horizonte de cuáles son los propósitos esenciales de la vida, seguramente en la configuración práctica nos iría bastante mejor.
P.- Hay quien dice que la fe se vive ahora de una forma más auténtica. ¿Estás de acuerdo?
R.- Yo creo que sí. Que, sin querer ser críticos con las generaciones que nos han precedido, antes vivíamos un cristianismo mucho más difuso, pero seguramente menos profundo. Y hoy realmente los que van o los que estamos en ello, precisamente por ser minoría, estamos más reforzados personalmente.
Claro que estamos en un contexto muy relativista en el que ser cristiano o tener una vida interior o espiritual no deja de ser una propuesta realmente contracultural, porque realmente de lo que se trata es de estar en el mundo sin ser del mundo. Por eso hay que entrar en el propio pozo, y saber que el secreto está ahí dentro.