La lectura de Fratelli Tutti, tercera Encíclica del Papa Francisco, quizás por mi deformación profesional, me sitúa ante un código universal de principios y normas en clave de fraternidad que permite “reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite”.
Resulta, asimismo, innegable que la Encíclica está muy condicionada por el momento actual que estamos viviendo a nivel mundial a causa del coronavirus. El propio Francisco lo reconoce cuando, en el mismo preámbulo de la Encíclica, dice que “cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente”. Y en esta línea, no es baladí que los primeros capítulos (principalmente, los cuatro primeros) hagan especial hincapié a cuestiones globales de orden humanista como “las sombras de un mundo cerrado” (y los sueños que se rompen en pedazos); la idea del extraño, el prójimo o el forastero; o la necesidad de pensar y gestar unas sociedades que integren a todos con un corazón abierto al mundo entero (“Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie”).
Jesús Avezuela Cárcel
Director General de la Fundación Pablo VI