Días después del intento de magnicidio a la Vicepresidenta de la Nación Argentina reflexionamos sobre la situación política y el contexto democrático en el país.
Por Giselle Baiguera[1] y Florencia Grassetti[2]
La disputa por la construcción de sentidos sobre la realidad sociopolítica de la Argentina se tensiona en una escalada de violencia que creíamos, más o menos, superada en el país –y la región– desde hace algunos años, con el retorno de la democracia.
Recientemente, el 1 de septiembre, fuimos testigos del intento de magnicidio de quien fuera dos veces Presidenta electa y actual Vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. Pero lo cierto es que el clima de tensión, angustia y violencia en la sociedad argentina se viene gestando desde hace un tiempo prolongado, maximizado por discursos radicalizados, por la difusión de fake news y por la reproducción de mensajes e imágenes cargados de violencia simbólica desde diversos sectores sociales, partidos políticos y medios de comunicación masivos.
El hecho sucedido el primer día de este mes reprodujo este clima social en la reacción de los diferentes sectores de la sociedad. Conmovió a muchas personas y a otras las exacerbó en sus ideas sectarias. Hubo quienes lo tomaron como un nuevo argumento para alejarse aún más de la participación ciudadana y, otros a quienes les generó más rabia hacia la ‘casta política’ por el descreimiento total de su conducta.
De qué escenario partimos
Esta situación nos convoca a la reflexión en torno a dos aspectos claves que, a nuestro entender, forman parte de la construcción de este escenario donde la dirigencia es el actor principal:
En primer lugar, la ausencia del reconocimiento político de la otredad para debatir. Si bien la Argentina, en los últimos 39 años, hizo bandera de su lucha por la defensa de los derechos humanos con el afán de subsanar los vestigios violentos de la última dictadura cívico-militar y comenzar una nueva etapa democrática, con el pasar de los años y una crisis capitalista indiscutible a nivel global, el clima político y social vuelve a estar enrarecido. Se descalifica a los representantes elegidos, considerándolos de “derecha” o “populistas”, con el peligro de subestimar la legitimidad del voto popular y, consecuentemente, desestimar las gestiones de gobierno según la conveniencia. Entre tanto, el fuego cruzado llega a niveles difíciles de revertir y repercute en una espiral de violencia que promueve el tipo de actos como el atentado a la Vicepresidenta y que no exenta a otros líderes también de sufrir este tipo de ataques.
En términos mediáticos, el conflicto por sí sólo “pega” más que la paz, bordeando el hastío social. Pero, a su vez, cuando el conflicto no emerge lo que imperan son dos polos que se van retroalimentando. Por un lado, el statu quo donde imperan las injusticias y los problemas que afectan a la sociedad no parecen revertirse, y, por otro, el surgimiento de emergentes radicalizados que no tienen una canalización democrática. Es por esto que comprendemos importante canalizar el conflicto, sentando las bases institucionales para que el mismo se desarrolle en términos constructivos y no se banalice en una guerra de “amigo - enemigo” que proponga la eliminación de aquello que se presenta como una “amenaza” latente; como si de la diferencia política no emergiera toda construcción social. Hablamos de dar los debates, hacer visible la complejidad de la construcción política a partir del desarrollo de espacios y mecanismos que faciliten el ejercicio democrático deliberativo de las relaciones sociales, donde se puedan organizar las discusiones de ideas con altura, profesionalismo y sensibilidad, sobre la base de la tolerancia institucional que amerita. Es decir, sobre las bases del reconocimiento de que todo aquello contemplado en la Constitución y demás instituciones, debe tener un espacio, evitando anular o suprimir debates democráticos. Por eso la importancia de generar ámbitos de encuentro entre las distintas fuerzas, que permita llegar a una base de consensos mínimos sobre la democracia que queremos construir y dejar las mezquindades de lado. La tolerancia y el diálogo son esenciales.
Allí donde las personas no puedan desarrollarse equitativamente, no habrá más ni mejor democracia; así como ninguna persona se puede desarrollar si no es en un entorno libre, justo y soberano.
El segundo punto en cuestión que consideramos resaltar es el alejamiento de esa dirigencia con la sociedad, que no encuentra respuesta a los problemas que afectan a la calidad de vida. Sabemos que, cuanto más se aleja la dirigencia de los problemas de la sociedad, más difícil es para la política democrática canalizar el deseo de los votantes. En la actualidad, esta situación se refleja con total naturalidad a nivel global. Los grandes niveles de desigualdad representan la deuda más profunda de nuestra democracia, aunque eso no repercute en los medios. No obstante, no sucede lo mismo cuando se reconoce contundente, sobre todo en la región y en Argentina, el problema de la corrupción. En este caso, sí se comunica, pero con una gran intencionalidad de utilización partidaria. En este sentido, además de condenar y exigir un mayor compromiso en la dirigencia para que no se cometan estos delitos que alejan a la sociedad y dañan profundamente la confianza ciudadana, sería importante dar un salto de maduración como sociedad, y generar los debates necesarios para blanquear el necesario financiamiento de la política, ya que esto es justamente también lo que hace al sostenimiento de un sistema democrático.
Conservar un cargo o conseguir un puesto en una lista electoral sin transformar la realidad no puede convertirse en el fin supremo de la actividad política.
Insistimos: el poder pierde sentido si no está al servicio de la construcción de horizontes y alternativas transformadoras. Conservar un cargo o conseguir un puesto en una lista electoral sin transformar la realidad no puede convertirse en el fin supremo de la actividad política. La voluntad política de nuestros representantes debe servir a la democracia a través de la satisfacción de las necesidades sociales y la resolución de los problemas que obstaculizan el alcance del anhelado bien común. Allí donde las personas no puedan desarrollarse equitativamente, no habrá más ni mejor democracia; así como ninguna persona se puede desarrollar si no es en un entorno libre, justo y soberano.
En un contexto sociopolítico global donde no son menores las manifestaciones de desafección y desconfianza hacia las instituciones democráticas, resulta necesario revalorizarlas, avanzando en propuestas de participación efectiva que acerquen la ciudadanía a las instituciones políticas, poniendo el foco en cómo mejorar su incidencia en el debate público de los temas y problemas que les afectan, además de garantizar la equidad en el acceso al sufragio y las condiciones de competencia política tradicionales.
La desesperada esperanza
En un mundo desanimado, colmado de conspiraciones y complots, probablemente lo que más resuena en nuestro presente es la sensación de una historia que se repite cíclicamente. Un inconsciente colectivo que nos lleva a pensarnos enredados permanentemente en las mismas dificultades por décadas.
Pasan las épocas, las distintas gestiones, y constantemente nos preguntamos sobre lo mismo: ¿Dónde está la “verdad”? ¿Dónde está la Argentina? ¿Dónde está la democracia? ¿Es que vale todo? ¿La ética, acaso, pasó de moda?
En Argentina, la sensación que nos invade es que no hay otra salida frente a la crisis. La realidad pesimista se nos presenta como inevitable.
Ante esta situación, en la sociedad y especialmente en la dirigencia debemos recordar que sin optimismo no hay política transformadora que se presente como posibilidad. Para la fe cristiana, Jesús lo representó muy bien: fue portador de una nueva luz y esperanza, invitando a dejar el temor y volver a soñar con un reino que nos incluya, como humanidad, lejos de la violencia y la intolerancia. Se trata, entonces, de animarnos a sacudir los condicionamientos y reunir al prójimo en la búsqueda de una sociedad nueva, a través de la construcción de nuevos sentidos de posibilidad y de un horizonte de socialización respetuoso de las diferencias. Reafirmarnos en la idea de que es el debate y la respuesta a los problemas reales y no meramente el voto, lo que legitima nuestro ejercicio democrático. Es tiempo de aferrarnos a nuestras convicciones, y de insistir en que una sociedad mejor es posible, para hacer realidad ese anhelo que tan bien representan las palabras, siempre vigentes, de Eduardo Galeano:
Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza.
Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.
Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibamos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.
Ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.
Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.
Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.
Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo.
Eduardo Galeano (Palabras de agradecimiento de Eduardo Galeano al recibir el premio Stig Dagerman, en Suecia, el 12 de septiembre de 2010).
[1] Giselle Baiguera, licenciada en Ciencias Políticas (Universidad Católica Argentina). Coordinadora del Programa de Reciclaje Inclusivo en Argentina en Fundación Avina. Becaria del IV Programa de Liderazgo Iberoamericano (Fundación Pablo VI).
[2] Florencia Grassetti, licenciada en Ciencia Política (Universidad Nacional de Villa María, Argentina). Coordinadora de Proyectos de la Fundación para la Investigación Científica y los Estudios Sociales (ICES). Becaria del IV Programa de Liderazgo Iberoamericano (Fundación Pablo VI).