José Luis Martínez – Almeida
Alcalde de Madrid
No es tarea sencilla ofrecer una semblanza breve de Benedicto XVI, protagonista trascendental en la historia espiritual de Europa y del mundo de los últimos cincuenta años. Esto es así no sólo por la asombrosa amplitud de materias y disciplinas en las que desarrolló su fecundo talento como profesor de Teología y escritor espiritual, sino sobre todo por el también extensísimo periodo -36 años en total- durante el que sirvió a la Iglesia, primero como Arzobispo de Munich y Frisinga, posteriormente como Prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe y, finalmente, como sucesor de San Pedro.
De estas casi cuatro décadas de servicio me gustaría subrayar tres rasgos distintivos de su magisterio y de su personalidad.
En primer lugar, destacaría la lucidez que demostró a la hora de llamar la atención -sobre todo a los que le escuchaban desde la democrática Europa- sobre un tipo de tiranía disimulada y, precisamente por ello, doblemente peligrosa. Me refiero a su constante alerta sobre lo que él llamaba la “dictadura del relativismo”. Sus palabras en la homilía de la misa previa al conclave que le elegiría Papa en 2005 aún resuenan en los oídos de muchas personas sensatas, católicas o no, en este conteniente: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias”. Han pasado ya 18 años desde que las pronunciara, pero su reflexión acerca de que la libertad es la primera víctima del relativismo que niega la existencia de la verdad sigue siendo tan pertinente entonces como lo es ahora. Puede que incluso más.
En segundo lugar, quiero recordar su valentía. A lo largo de su vida, y especialmente en los últimos años de su pontificado, su figura, como la de Jesús, fue piedra de escándalo y signo de contradicción. Todos recordamos los ataques que recibió durante sus años como papa, embates de una virulencia a veces sorprendente hasta caer en la calumnia pura y dura. Pues bien, Benedicto XVI no se arredró ante las críticas y siguió sirviendo con su vida al Evangelio y con su intelecto a la Verdad con la misma imperturbabilidad de siempre. Sin levantar la voz. Pero tampoco sin bajarla.
En tercer lugar, me gustaría resaltar su humildad. Durante 24 años fue la discreta mano derecha de San Juan Pablo II al frente de uno de los “ministerios” más controvertidos de la Curia, el encargado de velar por la pureza de la Fe. De manera discreta e infatigable tuvo que enfrentarse a problemas difíciles y sacar adelante misiones poco menos que imposibles trabajando a la sombra de una figura como el papa Wojtyła. No quiero ni pensar la de preocupaciones y momentos penosos y llenos de ansiedad que tuvo que soportar. Y nunca se le escuchó una queja. Tras su muerte, no me cabe duda de que sus obras y su trabajo heroico y callado han recibido recompensa. Y él, el descanso eterno.
Sirva este somero bosquejo como muestra de reconocimiento a su ejemplo y de gratitud por sus desvelos por la Iglesia. De ahora en adelante, su lucidez, valentía y humildad seguirán siendo un ejemplo para todos los que tuvimos la suerte de vivir el pontificado de Benedicto XVI y para todos los que, en generaciones futuras, se acerquen a la luz de su magisterio.