El 6 de diciembre de este año celebramos el 45º aniversario de la Constitución, tras su aprobación el 31 de octubre de 1978 y ratificación en referéndum constitucional un mes y seis días después. Es la segunda Carta Magna más longeva de la historia de España, después de la Constitución de 1876 que quedó suspendida en 1923 -hace 100 años- con la dictadura de Primo de Rivera.
Este nuevo cumpleaños “redondo” de nuestra vigente Constitución de 1978, nos permite, por un lado, recordar los ideales, principios y valores que llevaron a los españoles a sellar un pacto de transición, reconciliación y entendimiento, base de la nueva sociedad democrática que se fundaba. Y, por otro lado, reivindicar con firmeza su plena vigencia en cuanto pilar esencial de nuestra convivencia en unos momentos de especial convulsión como los que estamos viviendo.
Hace cinco años, siendo presidenta del Congreso de los Diputados Ana Pastor, al abrir el acto institucional del entonces 40º aniversario, se dirigió a los diputados y senadores reivindicando el "compromiso de entendimiento, concordia y reconciliación" del que hicieron gala los protagonistas de la Transición "para que nadie quedase excluido". Y manifestó que la Constitución que resultó de aquel consenso ha permitido "tomar importantes decisiones sobre nuestra organización política, social y económica, y desarrollar nuestro Estado del bienestar".
Aunque cada año en esta efeméride se reactiva el debate sobre su pertinencia o su reforma, sobre todo en lo que tiene que ver con la Corona -acabar con la preferencia del varón en la línea sucesoria-, el papel del Senado o las identidades nacionales, sigue siendo, para muchas voces autorizadas “el amparo” en tiempos de crisis, un texto que garantiza el “pleno respeto a los derechos fundamentales y libertades públicas”, y “el mejor marco de convivencia”. Su pervivencia y mejora, añaden, dependerá del cultivo de la “conciencia política” por parte de la sociedad española “desde el respeto radical a la dignidad humana y la búsqueda compartida del bien común en el mundo global”. Recogemos a continuación algunas de estas reflexiones:
La Constitución de 1978 es con mucho el documento más importante de la historia moderna y contemporánea de España. Un síntoma de madurez de la democracia española es que, en tiempos de crisis, busquemos amparo en la Constitución. Pero no hay que olvidar que los valores constitucionales -moderación, consenso, europeísmo- tienen que ser practicados y defendidos todos los días.
Leopoldo Calvo Sotelo,
jurista
Fueron rasgos esenciales de la Constitución la opción por una reforma política sustantiva, evitando tanto el continuismo del franquismo como su ruptura abrupta y sobre todo lograrlo por consenso entre las fuerzas política mediante compromisos, transacciones y cesiones recíprocas. El objetivo fue una democracia pluralista de corte occidental y europeo, que permitiese la alternancia en el poder de partidos diversos a través del diálogo y elecciones libres sucesivas. Dos consultas populares legitimaron el proceso. De él surgió nuestro actual sistema democrático de monarquía parlamentaria con Estado de Derecho descentralizado o autonómico y pleno respeto a los derechos fundamentales y libertades públicas.
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona,
ex consejero de Estado y exministro de UCD
A pesar de los cambios generacionales producidos en España desde 1978, la Constitución sigue siendo nuestro mejor marco de convivencia y sus consensos siguen siendo imprescindibles. Una actualización a Europa, al Estado de bienestar y a los valores morales de la sociedad española de hoy, sería aconsejable. En cuanto recuperemos aquel espíritu de pacto y de construir juntos el futuro, deberíamos hacerla.
Ramón Jáuregui,
presidente de la Fundación Euroamérica y exministro de Presidencia
Una sociedad se desarrolla como comunidad política si el Estado de Derecho está protegido –derechos humanos, separación de poderes, principio de legalidad– y el acceso al poder y su control están garantizados. Nuestra Constitución de 1978 ha demostrado ser un buen instrumento para asegurar ambos objetivos, pero solo podrá pervivir y ser mejorada si la sociedad española cultiva su conciencia política desde el respeto radical a la dignidad humana y la búsqueda compartida del bien común en el mundo global.
Mons. Luis Argüello,
arzobispo de Valladolid