Año tras año vamos recorriendo etapas que nos descubren de forma poliédrica la vida y el pensamiento del pontífice que da nombre a la Fundación Pablo VI. Su vida y pensamiento se ha acelerado en la memoria de la Iglesia con su proclamación como Santo en 2018 y cumplimos 10 años de su beatificación.
Para todos nosotros, los que trabajamos en esta Fundación que lleva su nombre, su pensamiento es un referente privilegiado, y su modo de valorar los desafíos que tiene nuestra sociedad y nuestra propia conciencia de cristianos es un oportunidad histórica. Sólo un detalle de la actualidad de su pensamiento: en 1971 escribió la carta “Octogésima adveniens”. En dicha carta citaba cuales eran los nuevos problemas sociales (capítulo I) para aquel tiempo: la urbanización, los jóvenes, el puesto de la mujer, los trabajadores, las víctimas de los cambios, las discriminaciones, el derecho a la emigración, la creación de puestos de trabajo, los medios de comunicación social y el medio ambiente. Verdad que después de 53 años sería un buen programa para nuestra política y para nuestra Fundación?
En la personalidad de Pablo VI hay aspectos que tienen una relevancia especial en este momento histórico. El Presidente de la Fundación Pablo VI, Mons. Ginés García Beltrán, decía que Pablo VI es el Papa del diálogo ( prólogo al libro “Pablo VI y la renovación conciliar en España” (BAC,2018), y que “cuando llegó a ser nombrado arzobispo de Milán tuvo una relación fluida con trabajadores, sindicalistas, políticos, artistas, intelectuales. Toda su vida fue un verdadero abrazo a la humanidad, una continua simpatía por este mundo «tremendo y magnífico»” (diría yo frente a un sentimiento pesimista existencial que nos invade). Mas aún, Pablo VI tiene el audaz empeño de presentar a Jesucristo al hombre de hoy con la verdad y la profundidad de siempre y el lenguaje de hoy.
En un mundo de tanta confrontación, tanto “fango” como se dice ahora, necesitamos modelos de figuras públicas, de instituciones que promuevan el diálogo. Por eso es relevante esta línea dialogante y “gen” institucional en la Fundación. El diálogo no es señal de debilidad como puede parecer a algunos que utilizan la fuerza de la confrontación como instrumento de relevancia política y social. Ni tampoco es relativismo como si no tuviéramos las ideas claras. Es una actitud personal y un talante de cercanía y capacidad de integración. Significa un modo de estar en la vida pública y personal. Significa un reconocimiento y una visión clara de que no poseemos la totalidad de la verdad.
No sólo es el dialogo un presupuesto de valor en la relación personal y social; Pablo VI educaba y formaba en la fe a través del diálogo. Formaba la conciencia de los universitarios tal como manifiestan sus palabras:” Los jóvenes me ocupan mucho, pero me dan el consuelo de trabajar directamente sobre sus conciencias” (Juan María Laboa,“Pablo VI y la renovación conciliar, 108). Por ello, seamos trabajadores (todos los somos), directivos, tutores, limpiadoras, lo que seamos en la Fundación, debemos cultivar esa relación personal y amistosa con todos y debemos provocar que esa propensión al diálogo sea la clave de nuestra relación con los demás. Que la búsqueda de la excelencia académica y profesional no vaya descompensada con los valores personales, la estima por el otro, por su dignidad, la defensa de la libertad de los otros aunque a nosotros nos parezca que se equivocan. Este fue el modo de llevar adelante Pablo VI las relaciones personales y eclesiales con las instituciones y con los universitarios de su tiempo. Incluso destacó el respeto por el pluralismo de las ideologías, en un contexto donde se mezclaba religión y política. Trabajó por abrir vías de comunicación con todas las opciones pues tuvo relación con líderes de todos los ámbitos intelectuales, políticos y sociales de su tiempo.
Y, finalmente, otra cuestión que marcó el pensamiento y la vida de Pablo VI es la preocupación por la paz. La sociedad en la que se movió el papa Pablo VI pasaba por ser un periodo de turbulencias en el mundo. Y tal era su compromiso que instauró la Jornada Mundial por la paz cada 1 de enero.
Todos somos conscientes del contexto en el que vivimos en la actualidad. Algunos hablan de que se ha iniciado una tercera guerra mundial. Hemos descubierto que la paz no empieza en las mesas de negociación, ni con las pancartas (es de alabar los dinamismos de paz que se están produciendo en nuestra sociedad). Pero la paz nace siempre en el corazón humano. La paz de cada uno se irradia por si sola: a la familia, al círculo de amigos, a nuestra forma de hablar y vivir. Decía Pablo VI que “la paz no se reduce a la ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día en la instauración de un orden querido por Dios” (Populorum progressio,76). “Jamás la guerra” repitió muchas veces esta expresión que había pronunciado en el discurso a la ONU en 1965. Sobre todo, para Pablo VI la paz estaba correlacionada con el desarrollo de los pueblos y de las personas. Citaba que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz (PP,76).
Trabajamos por la paz si logramos que las personas que conviven con nosotros, trabajando para ellos, perciben que nuestro interés es por su desarrollo. Y no hay verdadero desarrollo si no es integral (llega a todos los ámbitos de nuestro ser). Hay que crear ambientes educativos que favorezcan ese desarrollo integral. Celebremos esta fiesta siendo instrumentos de paz para rendir homenaje a San Pablo VI.