La Laudato Si’ ha supuesto una auténtica revolución en el compromiso de los cristianos de trabajar contra el cambio climático, pero cuidar la Tierra como la casa de todos es, en sí mismo, un mandato evangélico. Ya en 1971, Pablo VI en su carta apostólica Octogesima adveniens denunciaba que la degradación ecológica era consecuencia de la actividad descontrolada del ser humano; Juan Pablo II, que abordó desde el comienzo de su Pontificado las cuestiones relativas a la ecología y al medio ambiente, declaró a San Francisco de Asís en 1979 como “patrono celestial de la ecología”; y Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate exponía la necesidad de que la Iglesia y toda la sociedad caminasen hacia una “ecología humana”.
Pero los signos de alerta cada vez más dramáticos, una opinión pública especialmente sensible a este asunto y la unanimidad de la comunidad científica han llevado a la Iglesia a dar un paso al frente y movilizarse también de forma muy directa, con numerosas acciones contra el cambio climático, que afecta muy especialmente a las personas más empobrecidas. Porque “escuchar el grito de la Tierra es escuchar el grito de los pobres”, dice el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’.
Por eso, en el marco de la COP25, la Cumbre Mundial por el Clima que se celebra del 2 al 13 de diciembre en Madrid, las instituciones que trabajan en el ámbito del desarrollo, la justicia social, la educación y la promoción humana, se han unido para realizar actividades conjuntas y para tener voz propia en la que está considerada como la cumbre decisiva.
Foro sobre la COP25 y el cuidado de la Casa Común
El día 5 de diciembre, el Auditorio de la Fundación Pablo VI, fue el escenario de una “minicumbre” en la que numerosos expertos en el ámbito de la filosofía, la ciencia, la educación o la economía abordaron tres cuestiones fundamentales: la ecología integral desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia; Inversiones éticas y Cambio Climático y la Educación como motor del cambio social.
Para este foro, organizado por la Fundación Pablo VI junto al Movimiento Católico Mundial por el Clima, se unieron los esfuerzos de numerosas instituciones, como Enlázate por la Justicia (Cáritas, Manos Unidas, CONFER, Justicia y Paz, Redes y CEDIS), la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la CEE, Escuelas Católicas, la Comisión Diocesana de Ecología Integral de la Archidiócesis de Madrid, Entreculturas, CIDSE, el Movimiento Scout Católico y Comisión Interfranciscana de Justicia y Paz.
Cerca de 400 personas asistieron a esta jornada que comenzó con las palabras del Secretario General de la CEE, Mons. Luis Argüello. Su propuesta, en la línea de la Laudato Si’ es la de “unir el clamor de la Tierra con el clamor de los pobres” para trabajar una propuesta económica y un estilo de vida nuevos, que se traduzcan en un cambio de los hábitos de consumo y de las relaciones económicas. Una acción integral, apuntó, que implica un gran trabajo “en el ámbito de la educación” para evitar caer en determinadas corrientes que “proponen la reducción de seres humanos” como medida para combatir el cambio climático o que transforman el sistema actual en una suerte de “capitalismo verde que se convierta en el sistema dominador”.
Tras el discurso inaugural del Secretario General, se contó con las aportaciones de Cáritas Internacional y CIDSE (entidad de cooperación internacional para el Desarrollo y la Solidaridad) para situar, desde su experiencia de trabajo y participación en otras cumbres, en lo que nos jugamos en esta COP25, “mucho más que una cumbre climática”.
Adriana Opromolla, responsable de Seguridad Alimentaria y Cambio Climático de Caritas Internationalis, afirmó que la COP25 es “decisiva”, no sólo para avanzar en las contribuciones del Acuerdo de París que quedaron “muy por debajo” de lo esperado, sino también “una oportunidad para ampliar el número de Estados para contener el calentamiento global”.
El trabajo de Caritas Internationalis en este ámbito va desde hace mucho tiempo unido a “hacer justicia con los más pobres” a través de proyectos como la agroecología y la incidencia. Un compromiso que se ha visto reforzado con el Sínodo de la Amazonía, en el que se ha llamado a la justicia y al respeto por las poblaciones más vulnerables.
Sin embargo “el contexto político internacional no es precisamente favorable para acabar con las emisiones”, denunció Martin Krenn, responsable de justicia climática de CIDSE, puesto que muchos países relevantes, como EEUU, Brasil o China se están echando atrás y están actuando mirando su propio interés y no el general. No obstante, se mostró esperanzado porque “algo está cambiando alrededor del mundo”. Como ejemplo, la campaña “Cambiemos el planeta. Cuidemos de las personas” de CIDSE que propone el cuidado de la Tierra como vía para ayudar a los más pobres.
Ecología y Doctrina Social de la Iglesia
Tras las presentaciones iniciales, la mañana se articuló en torno a 3 diálogos. El primero de ellos “Hacia una ecología integral”, moderado por María Teresa Compte, directora del Máster de DSI de la UPSA, contó con la presencia de dos teólogos: el carmelita experto en variabilidad climática Eduardo Agosta y el jesuita, profesor de Ecología, Ética y Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad Pontificia Comillas, Jaime Tatay.
Para el católico de a pie, la receta para una verdadera conversión ecológica está en la Laudato Si’, un documento que “no pretende dar soluciones técnicas, sino un mensaje de esperanza”, explicó el P. Eduardo Agosta, asesor del Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral. “No es mucho tiempo el que tenemos por delante para tomar decisiones”. Por eso, es necesario actuar para que las generaciones futuras “vean en nosotros a la generación que hizo algo por ellos”. En este sentido, “las religiones juegan un importante papel”, continuó Jaime Tatay, pues proponen una vuelta a los orígenes, a la raíz, a vivir de un modo más sobrio y a acercarse a Dios por medio de la creación”. “Lejos del catastrofismo y el negacionismo, la propuesta cristiana –compartida por la mayoría de las religiones– es la de ofrecer una esperanza lúcida, pero sin ser ingenua”, apuntó.
Inversiones éticas y consumo responsable
¿Y qué hay de la economía? ¿Cuál es el impacto de nuestras acciones como consumidores en la degradación medioambiental? ¿Sabemos en qué se invierten nuestros fondos? El segundo coloquio, moderado por Carlos García, responsable de incidencia política de la Coordinadora de ONGs de Desarrollo en España, abordó el tema de las inversiones éticas con Tomás Insúa, Director Ejecutivo del Movimiento Católico Mundial por el Clima, y la profesora Carmen Valor, experta en ética y consumo.
Del mismo modo que no aceptamos las inversiones en “industria armamentística o en la abortiva”, deberíamos hacer “boicot” a las economías que acaban con el planeta, denunció Insúa, cuyo movimiento está implicado, junto a más de un millar de instituciones en todo el mundo, en una campaña de desinversión en combustibles fósiles.
“Dentro del mercado financiero, hay instituciones (incluso dentro de nuestras instituciones católicas), que tienen recursos invertidos en el mercado financiero y, sin saberlo, están tirando más gasolina al fuego”, explicó Insúa. El Acuerdo de París, al establecer este objetivo de limitar la temperatura a 1.5 grados, implica necesariamente dejar de quemar combustibles fósiles: petróleo, carbón y gas. Por qué, entonces, ¿seguimos aceptando las inversiones en esta industria?, se preguntó el responsable de este movimiento nacido para convertir el llamamiento de la Laudato Si´en una verdadera acción climática.
11 trillones de dólares desinvertidos
No obstante, afirmó, el hecho de que se hayan desinvertido ya 11 trillones de dólares “es un síntoma de que todo se va moviendo”. Aunque hay que “poner más presión, no sólo en las políticas, sino también en nuestros propios comportamientos”. Porque, apuntó la profesora de la Universidad Pontificia Comillas, Carmen Valor, en esto de la responsabilidad climática “hay una tendencia grande a echar la culpa mirando hacia arriba” pero “nuestras acciones tienen más incidencia de lo que creemos”. Por ejemplo, al comprar, al invertir y al votar. Tan sólo “un 1 por 100 de los recursos de los fondos de inversión van a la economía sostenible”, lamentó. Por eso, “hay que salirse de lo establecido, financiar otro tipo de inversiones de transformación” y pensar que “tenemos las políticas que votamos, y el mundo lo hacemos entre todos”. No olvidemos, apuntó, que “a Bolsonaro o a Trump... les hemos votado”.
La educación como motor del cambio
El último diálogo, con Luis Aranguren, Doctor en Filosofía y asesor de Escuelas Católicas; Javier Benayas, Catedrático de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del consejo asesor de la Red Española de Desarrollo Sostenible (REDS); Irene Ortega, Coordinadora del Área de Ciudadanía de Entreculturas; y moderado por José Beltrán, director de Vida Nueva, se centró en el papel de la educación como motor del cambio social. “Conscientes de que serán la generación más afectada por el cambio climático, los jóvenes se están movilizando y están siendo los motores del cambio que necesitamos”, reconoció Irene Ortega. ¿Cuál debe ser el papel que debe tener la escuela en esta tarea? Por un lado, aportar conocimientos y, por otro, sensibilizar desde una perspectiva integral. En este sentido, apuntó Javier Benayas, aunque la universidad está dando muchos pasos “aún queda mucho por hacer”.
¿Y en la escuela católica? Para Luis Aranguren el mejor instrumento es la Laudato Si’, que, lamentablemente, aún cuenta con una gran oposición interna. “Es muy triste que la principal oposición a la encíclica, como a otros aspectos de la Doctrina Social de la Iglesia, vengan de dentro de la Iglesia católica”. Para terminar, los tres abogaron por trabajar en conjunto, (escuelas, organizaciones sociales, asociaciones de padres y madres, movimientos ecologistas… para incidir mejor en ámbitos educativos, sin banderas y sin enfrentamientos.