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El Card. Herrera Oria ha sido el impulsor de mucho de lo que en el orden católico se ha hecho en estos últimos treinta años

Conciencia Social y Acción ciudadana en el Catolicismo español del siglo XX

El cardenal Ángel Herrera Oria 

“Ha sido y es discutido y combatido. Le conocemos íntimamente desde hace muchos años: su persona, sus grandes cualidades y sus empresas. Su gran mérito no consiste en ninguna de sus prendas aislada, aunque relevantes, sino en su conjunto (…) Él ha sido el impulsor de mucho de lo que en el orden católico se ha hecho en estos últimos treinta años. A un hombre así, es una injusticia no perdonarle errores. El que no los haya tenido que levante el dedo. Y el que como él haya luchado y creado tantas y tan fecundas obras, que lo levante también” (Padre A. Ayala, S.J.: Semblanza de A. Herrera, Madrid 1940)

 

JoseSanchezSe viven tiempos de silencio y olvido. Incluso se “construyen” socialmente  olvidos y silencios, al tiempo que se asienta una galopante evaporación de los recuerdos, del pasado en definitiva, en un mundo como el nuestro en que la disposición dominante y monopolizadora es la tendencia, cuando no la fuga, hacia delante. 

Así sucede, en entornos muy significativos, con el cardenal Ángel Herrera, cuyo gran “haber”, sin lugar a dudas, es el de promotor de la Doctrina Social de la Iglesia en España y defensor de una Iglesia en la que la “sensibilidad social” hiciera viable el “compromiso”, como punto de partida hacia la “preocupación y actuación políticas” a favor de la mejor convivencia ciudadana.

Como sacerdote, obispo y cardenal le tocó vivir el gran cambio, la profunda transformación de la sociedad española que llega a su plenitud en los años sesenta, y entre regalos tan jugosos como  las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris, de Juan XXIII, los inicios del concilio Vaticano II, y el último esplendor de una Acción Católica y unos “movimientos especializados”, dentro de la misma, que muy pronto haría explícito su conflicto y las futuras mutaciones en el complejo entorno de la segunda mitad de los sesenta y primera de los setenta.

El recuerdo que, entretanto, subyace, ¿es una evocación de aliento; o se disuelve en una improductiva nostalgia? ¿Hasta qué punto este “`pasado” sedimenta el “hoy” que se vive y se proyecta? 

La instantánea que ofrece el P. Ayala, y que preside este recuerdo, permite concluir que en Ángel Herrera, y entre sus productivos aciertos domina una actitud que pone en movimiento sus jugosas aptitudes, de continuo proyectadas en obras e instituciones de distinta duración y eficacia. Sin duda sobresale siempre el por él tan valorado “optimismo cristiano”.

Precisamente por ello se prefiere aquí anteponer, incluso como titulo de esta ponencia, el que más se corresponde con el que fuera pensamiento y preocupación constantes, y objetivo primordial de sus actuaciones, en la trayectoria personal e institucional de Ángel Herrera Oria, obispo, y cardenal, de la diócesis de Málaga, fundador, entre otras muchas realizaciones, del Instituto Social León XIII y del Colegio Mayor Pío XII –Escuela de Ciudadanía Cristiana -; siempre atento y dispuesto, e incluso con talante y fuerza tenaces, al servicio de la Iglesia y del catolicismo español: Conciencia social y acción ciudadana en el catolicismo español –que era su peculiar forma de referirse a la acción política por encima de las diferencias de partido -, tal como venía demandándose, casi sin solución de continuidad, desde que el Papa León XIII, en los años ochenta del siglo XIX, dirigiera a los españoles su carta encíclica Cum multa, en un conato, malogrado por cierto, de acabar con las divisiones y tensiones que se venían explicitando en el catolicismo español desde el último cuarto del siglo XIX[1].

A partir de entonces, y con muy excepcionales momentos de sosiego, la división, las tensiones y, en cruciales hitos, hasta los enfrentamientos fueron constantes en una trayectoria larga, complicada, sorprendente a veces, y en general, pese a todo, gratificante y fecunda; aun cuando, como monseñor Herrera comentara en muchas ocasiones y de forma reiterada, en la acción de los católicos haya sido dominante la “prudencia de la carne” sobre las “imprudencias del espíritu”.

En una de sus últimas actuaciones, en preciosa carta a la XXVI Semana Social, celebrada en Málaga, en abril de 1967,  a la que no pudo ya asistir por hallarse impedido y a poco más de un año de su muerte,  Ángel Herrera, cardenal de la Iglesia, y hasta septiembre de 1966 obispo de Málaga, “un anciano – en expresión de W. L. Callahan- que llevaba a sus espaldas decenios de lucha en nombre de la Iglesia”[2], volvía a su persistente preocupación  y a su apasionado interrogante:

“¿Por qué nuestro catolicismo tan fecundo en frutos admirables, no ha logrado influir en la  vida pública nacional? ¿Quiénes son los responsables de esta hiriente paradoja? ¿Quiénes son los causantes de la zona débil que existe en la conciencia pública española?[3].

No era este énfasis efecto de una situación  personal o  manifestación de un fracaso tras veinte años de episcopado fructífero, dentro y fuera de su diócesis; y no se trataba tampoco de una opción nueva  condicionada o impulsada por los efectos del Concilio Vaticano II, entonces en el cenit de su  aplicación y contraste.

Lo que Ángel Herrera seguía echando de menos, en los inicios del último tercio del siglo XX, cuando era más pujante la trayectoria del Instituto Social “León XIII” y de la Escuela de Ciudadanía Cristiana,  era la aplicaciónde las tesis políticas y sociales de León XIII;  la apuesta, la disposición a la generosidad y al empeño social y político de mejorar las condiciones de viday el acceso a la culturade las clases y grupos menos favorecidos, así como la creación y aplicación de cauces vigorosos de desarrollo ciudadano, como el mejor antídoto contra el materialismo y el comunismo dominantes, como alternativa a unos partidos –inexistentes en este momento en España- dominados por la desconcierto entre la obligación del servicio a favor de la convivencia y la presencia de intereses y promesas injustos, envueltos en vías y fines caciquiles, y como réplica a la permanente actitud remisa de los católicos, incapaces o incluso reticentes a  la elaboración y potenciación de una vida pública basada en el servicio al bien común, que él creía y juzgaba viable desde sus años jóvenes, en el entorno y con  las responsabilidades que le tocó vivir.

1. La acción social católica y los principios básicos de la doctrina política

Su fe en la Doctrina quedó patente a lo largo de toda su vida. Concluida su carrera de derecho en la Universidad de Valladolid, y después de superar oposiciones a la abogacía del Estado, quiso y supo dedicarse -primero como letrado y periodista, y hombre clave en la organización y dirección de la Acción Católica,  y más tarde, tras la guerra civil, como sacerdote y obispo-, a refrendar y extender el seguimiento obediente, acorde, y creador, con las directrices de la doctrina social y política de León XIII. Solamente éstas le sirvieron de orientación y apoyo a la hora de conformar unas pautas de pensamiento y de acción especificas, ágiles y de segura permanencia, que cabría someramente compendiar en los principios esenciales que recrean y compendian los jugosos documentos pontificios publicados en los años ochenta y noventa del siglo XIX, esenciales, y presentes e invariablemente dinámicos, en su vida y trayectoria:

1º  Fidelidad perenne a los principios de la doctrina de la Iglesia, con especial hincapié en los postulados ideológicos, económicos, sociales y políticos sobre los que se basa y proyecta la “organización cristiana de la sociedad”. 

2º La consideración del bien común como principio, igualmente básico, en la concepción y desarrollo de la sociedad.

3º  La adecuación de medios políticos eficaces a fines igualmente nobles, a partir y a través de la acción de unas minorías   selectas –el gobierno de los mejores- que no tenían por qué  coincidir ni  pasar obligatoriamente  por la sangre o por la herencia.

4º  La fidelidad yapoyo al poder político constituido, conforme a la doctrina tomista de defensa del bien común, cuya conquista y afianzamiento aseguran a la sociedad frente al “vacío de poder”, al mal, o torcido, uso del mismo o a la primacía de intereses  y fines bastardos o erróneos[4].

Conforme al pensamiento y objetivo pontificios de lograr y afirmar el más fructífero equilibrio entre Iglesia y liberalismo -idea clave del pensamiento político papal finisecular-, Ángel Herrera va a dedicar su tiempo y su vida, su trabajo y su influencia, en el entorno socio-religioso auspiciado por el padre Ángel Ayala, y desde la primera década del siglo XX liderado por él mismo, a la formación de minorías selectas, que le llevarán sucesivamente a organizar la Acción Católica de Propagandistas,  a la fundación y dirección de “El Debate”, de la Editorial Católica, de la Escuela de Periodismo de “El Debate”, a la creación, junto a F. Martín-Sánchez Juliá, de la Confederación de Estudiantes Católicos, y a la presidencia de la Acción Católica Española en los años de la República, con la creación de la Casa del Consiliario y de un emergente Instituto Social Obrero; para continuar  más tarde, ya como sacerdote y obispo, y conforme al mismo proyecto, refrendado más tarde y primordialmente por Pío XI y Pío XII, con el fomento de las Escuelas Sociales Sacerdotales que preceden a la fundación del Instituto Social “León XIII” y a la construcción y lanzamiento de la “Escuela de Ciudadanía Cristiana” en el Colegio Mayor Pío II; o la nueva Escuela de Periodismo de la Iglesia, de trayectoria corta pero muy fecunda; y sin olvidar, por supuesto, el nuevo Instituto Social Obrero (Colegio Mayor Pío XI) en el que se encontraba interesado y confiado en los últimos meses de su vida. En el último tramo de su existencia, una vez aceptada por Pablo VI su renuncia a la diócesis, su interés se centró además en el lanzamiento de la Asociación de Amigos de la Universidad Pontificia de Salamanca, en una mejor y más segura dotación económica de la Iglesia y del Clero, y en la constitución de la Fundación Pablo VI, especialmente centrada en dar seguridad y crear futuro  a toda su obra social y ciudadana.

Estas minorías  -recoge monseñor Herrera en sus Memorias-,  formadas por la Iglesia y orientadas desde el Episcopado conforme a  los principios de la doctrina pontificia (la presencia de los textos de León XIII es permanente en su discurso), deberán ser prolongación del mismo, conforme al espíritu y contenidos de la Acción Católica; y deberán ejercer su influencia en la vida pública nacional, según el retrato-robot de las mismas, lúcido y fiel, que mantuvo a lo largo de su amplia y rica vida:

“Características de estos hombres ha de ser la vida interior, el conocimiento de los principios fundamentales (se refiere a los de la fe y a los de obligada práctica social), el saber trabajar en equipo manejando sabiamente a los técnicos; ser ciudadanos leales al poder constituido; no tener sombra de poder económico ni de ambición política; poseer un sincero deseo de acortar las distancias entre las clases sociales, de facilitar la movilización social y de procurar que toda la organización sea en beneficio de los ciudadanos más necesitados”[5].

Compendiaba así el pensamiento y las directrices aludidas; y  justificaba igualmente la decisiva, la definitiva influencia de la  doctrina política pontifica que recogen con claridad y orden, y de forma primordial en estos momentos, encíclicas como Diuturnum Illud, Inmortale Dei y Libertas, que, bien directamente, o a partir de  las interpretaciones y declaraciones de Pío XI y Pío XII, dan fuerza y proporcionan pautas a los estímulos, los proyectos, los objetivos y fines que identifican la constitución, el desarrollo y el futuro del Instituto Social “León XIII”, con toda seguridad la obra más   querida y mimada de cuantas monseñor Herrera hizo realidad al servicio de la Iglesia y a través de la Universidad Pontificia de Salamanca, la Universidad el Episcopado Español[6].

2. Acción Católica, Acción Social y Acción Política  en el catolicismo  del  siglo  XX[7].

Aunque no sea el momento, conviene no olvidar tampoco, aunque se silencie en demasía, su función y su labor como obispo de la diócesis de Málaga; en ningún otro sitio mejor expuesta que en el “programa de acción episcopal”, pronunciado en la catedral de su diócesis al tomar posesión de la misma[8].

En este entorno debe, pues, ser comprendido y explicado el catolicismo social en el conjunto de intentos de organización política de los católicos. El catolicismo social, el más conocido y divulgado –conviene reiterarlo-, es inseparable del catolicismo político y de la Acción Católica; es uno de los elementos del Movimiento Católico; y hace referencia tanto a una línea de pensamiento, como a unas iniciativas y organizaciones específicas que lo realicen como doctrina y como praxis.

De lo que no cabe duda es que el catolicismo español, al menos hasta la segunda década del siglo XX, aparece más ligado e influido por la recuperación de la unidad católica que por las cuestiones sociales; y que la mayor preocupación, tanto vaticana como episcopal, fue la de atajar la división, moderar y encauzar las disputas y propiciar una acción política unitaria como vías para hacerla más influyente y eficaz[9].

Tras la guerra civil, y sobre todo, superados los efectos de la   guerra, cuando se comienza a acceder a una sociedad en desarrollo, Ángel Herrera, al abrigo de los principios ofrecidos por las encíclicas de León XIII, particularmente Diuturnum Illud e Inmortale Dei, en donde se aseveran como "exigencias" del precepto evangélico de dar a Dios y al César lo que a cada uno corresponda, se reafirma en  los postulados siguientes:

1. Dios distribuyó el gobierno del mundo en dos sociedades, distintas, independientes y supremas en su género: la "civil", de origen divino,  ordenada al bien de los "súbditos" cuya obediencia queda dignificada  al someterse a la autoridad legítima y, en definitiva, a Dios; y la "religiosa", la Iglesia, de origen divino y atenta a la vida sobrenatural y religiosa del hombre, y cuyo gobierno, por decisión de Cristo, toca al  Papa y a los obispos.

2. La "íntima trabazón" de la Iglesia y del Estado (Inmortale Dei, 10) acarreará beneficios inmensos a ambas sociedades -El Estado y la Iglesia- puesto que actúan sobre las mismos individuos -fieles o súbditos- que, bajo el dominio y arbitrio de la Iglesia verán atendidos el culto a Dios y la salvación de sus almas; en tanto quedarían sujetas al Estado "las demás cosas que el régimen civil y político como tal abraza y comprende".

3. La sumisión al poder civil y el acatamiento a los "gobiernos de hecho" (Inmortale Dei, 20, 21, 22 y 29) viene justificado por una "necesidad vital", como forma de dar fundamento a un "nuevo orden  social" puesto que "todo orden público es imposible sin un gobierno".  El acatamiento y hasta la "subordinación sincera a los gobiernos  constituidos", así como la obligación de denunciar, desobedecer e incluso combatir una legislación y una actuación política que atenten a  la "razón del bien social" son exigencias dle bien común, que es donde se centra de forma nítida la superioridad del orden espiritual al que las   leyes humanas deben ordenarse: es la ley suprema, el fin último y la  razón fundamental de la soberanía y de la misma sociedad.

4. La urgente "obra de reconstrucción que Dios y la Patria esperan" (Ángel Herrera), demanda una política de concordia, cuyas exigencias parten de la reafirmación de que la religión verdadera ha de ser profesada por el Estado. La "protección oficial" de la religión católica recogida y proclamada en el Fuero de los Españoles está en el punto de partida de esta "concordia", cuya realización y expresión política pasa por informar la legislación en sentido católico, por la utilización de la  política fiscal como forma de reparto de la renta y participación social en los beneficios de la comunidad, por la acotación y control eclesial   de posibles abusos estatales, por el apoyo a una prensa y medios de  comunicación con fuerza y categoría de "instituciones semipúblicas"  abiertas a la educación y cultura, a la crítica justa de las leyes y la política general, a la más plena y fecunda armonía en klos campos de la educación y la enseñanza: "Mientras que a través de esta armonía  -comenta A. Herrera- el Estado recibe la mejor colaboración para el   bien común de la sociedad civil, la Iglesia ve facilitada y potenciada su misión docente y evangelizadora".  

3. La ordenación social y política de la convivencia en la praxis herreriana

Los años sesenta vienen a culminar la extensa obra del obispo de Málaga, que deja, en sus inicios, dos excelentes testimonios de esta preocupación por la prácticamente inexistente, escasa, débil, o poco formada "conciencia social" de los españoles[10].

La carta encíclica Mater et Magistra, en 1961, dio esperanza y bríos nuevos a su permanente obsesión por la "conciencia social" de  los españoles, a cuya carencia o debilidad seguía él culpando del atraso económico, del mal reparto de la riqueza, de la diferencia entre las clases y de la insolidaridad cívica cada día más preocupante. Cuando procede de forma personal y directa a preparar una voluminosa obra de "Comentarios a la Encíclica", que habría de publicar el Instituto Social León XIII en noviembre del mismo año en la Editorial Católica, se reserva y expone  su glosa casi íntima de los números relativos a "la conciencia social y a la práctica de la educación cívica"[11].

1. Con motivo del primer centenario de L'Osservatore Romano, y por encargo personal del director del mismo, monseñor Herrera  colabora con un artículo que será publicado el día 1 de julio de 1961, con este sugestivo título: La conciencia social en España. Aquí recoge la mejor síntesis, la más directa y contundente, quizá por ser  exclusivamente personal, en la que combina crítica, explicación y deseo y proyecto de cambio; éste último, más confiado en la fe y en la  esperanza que en la compleja y lenta, cuando no inexistente,  transformación de conciencias y conductas:

"La quiebra más honda del catolicismo español es la deficiente formación de la conciencia social, defecto que viene de antiguo... En las   clases conservadoras, patronales o propietarias, no penetró a su tiempo la  doctrina pontificia. No faltaron figuras beneméritas desde finales del siglo pasado que trataron de formar una conciencia nueva. Pero aquellas clases españolas no sólo no facilitaron la evolución, sino que  opusieron una resistencia cerrada a la misma. En parte, por egoísmo; en parte, por su  misma ignorancia [...]

En los últimos veinte años mucho ha mejorado la conciencia   patronal y burguesa en el precepto de la caridad cristiana. No así en el   orden de la justicia social. El grupo de patronos y propietarios que cree practicarla, no ha pasado del paternalismo"[12].

Volverá, una vez más, a criticar la "gran propiedad", la "oposición colectiva de los propietarios" a la vertiente social de la    posesión, la lentitud legal por parte de la autoridad civil y su resistencia, su "miedo", a una acción política, por otra parte fácilmente desviable hacia tentaciones "totalizadoras"; y fomentará y activará su  esperanza en la capacidad y disponibilidad para la acción de unas minorías, sacerdotales, profesionales, universitarias y trabajadoras,  preparadas y dispuestas a potenciar por todos los medios a su alcance una "conciencia social" amplia, generosa, progresiva y constante.

 

2. El otro documento -Conciencia Social y conciencia   ciudadana- fue igualmente título del discurso pronunciado en la I  Asamblea de la "Escuela de Ciudadanía Cristiana", celebrada en abril  de 1962[13]. Reiterará en él la importancia de la "acción política", como  el primer paso hacia el bien común, mediante la práctica de la justicia  social, interesada y proyectada, a "dar a cada miembro del cuerpo social lo que necesita para el cumplimiento de sus funciones sociales":

"La Escuela de Ciudadanía Cristiana se propone formar grupos bien escogidos de hombres seglares, infundiéndoles una conciencia clara  de sus deberes para con la Iglesia y para con la sociedad civil. Quiere ser, pues, un vivero de ciudadanos ejemplares. Su divisa es "pro bono communi"[14]

Con su habitual optimismo e impulso, tras la crítica antes aludida, volverá a lanzar su mensaje en favor de la persona y de su dignidad: Robusteced al individuo para que sea mejor ciudadano.

"No huyamos -refrenda- con engañosos argumentos de nuestra actividad en la vida pública nacional. Sería negar el concurso a Cristo y no tener entrañas de misericordia para con el pueblo" [...]

El pueblo sabe perfectamente quién le ama. Le ama el que se ocupa de él y le hace bienes. No le ama el que parece indiferente a sus necesidades"[15].

La escasa "conciencia social" y la más que tenue "conciencia   ciudadana", hoy por desgracia y con otras causas, y pese a avances y prismas de cambio insospechados, todavía preocupantes y vigentes, le impulsaron -conforme a la expresión de Pío XII, y como a él gustaba recordar- a "poner la técnica al servicio de la caridad"; y a construir y echar a andar dos de sus más queridas obras y realizaciones: el Instituto Social León XIII y La Escuela de Ciudadanía Cristiana, dentro del Colegio Mayor Pio XII.

A modo de conclusión

La creación en 1950 del Instituto Social León XIII había venido a concretar  cuanto la Comisión de Asuntos Sociales, y más concretamente el mentor de la misma, Ángel Herrera, buscaba, en su propósito de formar “minorías selectas”, sacerdotales en primer lugar, inquietas y preparadas para una pastoral que había de requerir el pronunciamiento de la Jerarquía sobre el papel de la Iglesia en la enseñanza (1951), la “conversión social”, al hilo de la conversión general que las “misiones populares” buscaban (Gran Misión de Bilbao, 1953), la crítica, cada vez  más segura, y desde los supuestos  de la Doctrina Social Católica, al sindicalismo vertical (1953-54), la  colaboración con el poder político en la elaboración de una “Ley de Prensa” (1951 y 1956), la fundación del Colegio Mayor Pío XII  (1961), como base para la creación y formación de “minorías  selectas seglares”, más arriba referidos como “Escuela de Ciudadanía Cristiana”.

Con motivo de esta Asamblea constituyente, el obispo de Málaga pronunciaba uno de sus más logrados discursos en su tarea incansable de demostrar el valor y la eficacia de la Doctrina Social de la Iglesia, cualquiera que fuese el sistema de poder político en desarrollo. Por ello  ratificaba el más diáfano manifiesto de colaboración generosa con el poder político, y de ejercicio paciente de la reforma  frente a la impaciencia de la revolución.

Incide de la manera más diáfana en la “colaboración con los poderes públicos” como defensa de la “pública autoridad” en su función de “servidora del pueblo”. Denuncia la evasión fiscal, cuando todavía entre nosotros era tenida como “ley penal”; defiende una “administración limpia, clara y generosa; insiste en la “obligatoriedad del impuesto” como “instrumento necesario para la predistribución de la renta nacional”; y oferta el aprendizaje y educación para la “justicia social”, la defensa y la construcción de las “legítimas libertades”:

“Estar siempre pronto a defender la pública autoridad y a colaborar con ella… La colaboración desinteresada y leal con el poder político en todo lo que es legítimo redunda en beneficio del pueblo, a quien el poder público representa…”[16].

 

 José Sánchez Jiménez
Profesor Emérito. Universidad Complutense
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[1] Conciencia social y conciencia ciudadana, Discurso pronunciado en Madrid, el día 1 de abril de 1962, con motivo de la I Asamblea Nacional de la Escuela de Ciudadanía Cristiana. Texto tomado de la edición publicada por la propia Escuela, Madrid 1962, 38 páginas. Cf. Tb. el diario Ya, edición del 5 de abril de 1962, p. 5-8. Si la conciencia social se refiere al “compromiso”, antes aludido, a favor de los peor tratados en y por la sociedad, la acción ciudadana hablas de la “decisión”, firme e irrevocable, de llevar a la práctica cuanto la justicia y el bien común demandan. Véase, en este sentido, M. Rodríguez Molinero, Decisión y compromiso. Un estudio comparado de la vida y de la obra de John Henry Newman y de Ángel Herrera Oria, Madrid, Diles, 2012, 991 págs.

[2] En entrecomillado, en W. J. Callahan, La Iglesia católica en España (1875 -2002), Crítica, Barcelona, 2002, pág. 303.

[3] Carta del cardenal Herrera Oria a la XXVI Semana Social de España, celebrada en Málaga, en abril de 1967. Ecclesia, 15 de abril de 1967,  pág. 28.

[4] Junto al juego, una y otra vez reiterado, de la aceptación y simpatía por Franco y su régimen, no debe tampoco olvidarse que en su pensamiento y en su “hacer” la fidelidad y el apoyo al régimen establecido habían pasado igualmente por la compleja experiencia republicana.

[5] A. Herrera Oria, Memorias inéditas. Se hallaba ocupado en la elaboración de las mismas cuando le sobrevino la muerte; y resultan de valor desigual, por supuesto incompleto, dada su situación personal ya en pleno declive.

[6] J. Sánchez Jiménez, “Ángel Herrera Oria, obispo de Málaga y cardenal”, en CMU Pío XII. Pro bono communi, Fundación Pablo VI, Madrid, 2012, págs. 13-33; especialmente, págs. 19-20.

[7] Ibidem, págs. 21-23.

[8] J. Sánchez Jiménez, El Cardenal Herrera Oria. Pensamiento y acción social, Madrid, Ediciones Encuentro, 1986, capítulo II. Este programa fue su guía y su obsesión.

[9] En este sentido es imprescindible, aparte la obra de V. Cárcel, León XIII y los católicos españole. Informes vaticanos sobre la Iglesia en España, Eunsa, Pamplona, 1988,la enjundiosa tesis de C. Robles,  Insurrección o legalidad. Los católicos y la Restauración, CSIC, Madrid, 1988.

[10]. Mucho tiempo antes, en el homenaje ofrecido al cardenal Tedeschini por la Acción Católica Española, aprovechando su estancia en España para participar en el centenario de J. Balmes, en junio de 1949, monseñor Herrera aprovechaba la ocasión para hacer explícita en su discurso no sólo la denuncia teórica de la "cuestión social", más intensa y directamente vivida tras los primero contactos con la realidad preocupante de su diócesis, sino también la crítica, no velada, a la explicación oficial, parcial y sesgada de las causas y resultados de la guerra civil. En el discurso, titulado El pasado y el porvenir de España apuesta por la urgencia de la acción social" y por una "toma de conciencia colectiva". Juzga la experiencia vivida como un resultado del "gran pecado colectivo", no suficientemente redimido a la vista del retraso social vigente. Su conclusión es taxativa:

"Añadiré -reitera- que el espíritu religioso, que ha producido en España tanto tipos ejemplares en el orden individual y en el orden familiar, no ha logrado crear católicos cultos y consecuentes para la vida social y pública en número bastante para garantizar el triunfo de la verdad y de la justicia e nuestra vida nacional.  No están en España las virtudes sociales a la altura de las virtudes individuales" (Discurso de A. Herrera en el homenaje ofrecido por la Acción Católica al cardenal Tedeschini, 8 de junio de 1949. Boletín Oficial del Obispado de Málaga, junio de 1949. Igualmente reproducido en HERRERA, A., Obras selectas, págs. 84 y sgtes.)

[11]. El "mal", venía repitiendo con énfasis y de manera constante a lo largo de los años cuarenta y los cincuenta, reside en la pobreza, en el atraso, en la rigidez mental y en la injusticia; y la "conversión de la sociedad" sigue demandando, como en las décadas precedentes, la actuación de minorías preparadas, capaces y dispuestas a "poner la técnica al servicio de la caridad".

Es curioso comprobar cómo a estas mismas cuestiones venía dedicando desde su acceso al episcopado atención preferente; pero destaca el interés con que se vuelca en ellas cuando se ve impelido por el encargo directo del cardenal Pla i Deniel, arzobispo de Toledo y presidente de la Conferencia de Metropolitanos, que le encomienda de manera singular formar parte y articular la ponencias que preparan la "Instrucción colectiva de los Metropolitanos sobre deberes de justicia y caridad", de 1951, la de 1956 sobre el "presente momento social" y la de 1960, referida a las "actitudes cristianas ante los problemas morales de la estabilidad y el desarrollo económico".

En estos dos últimos documentos, sobre todo, lo mismo que en su colaboración inmediata y directa en las Semanas Sociales de 1949 y 1950, quedarían patentes el pensamiento y la "mano" del obispo de Málaga, cuando se insiste, con su léxico e incluso con un estilo literario que aúna denuncia y comprensión, en la "necesidad de elevar la conciencia social de nuestro pueblo" hasta los niveles exigidos por la gloriosa tradición cristiana, y en el "papel que le está reservado en la construcción de un mundo mejor".

[12]. HERRERA, A., La conciencia social en España; recogido en sus Obras selectas, Madrid, BAC, 1963, pág. 441 y 442.

[13]. HERRERA, A., Conciencia social y conciencia ciudadana, Escuela de Ciudadanía Cristiana, Madrid, 1962, 38 págs. Acusa en el mismo el recuerdo y la insistencia en dos textos de la Conferencia de Metropolitanos, de 1956 y 1960, preparados desde la Comisión Episcopal de Asuntos Sociales, y referidos al "presente momento social" y a "las actitudes cristianas ante los problemas morales de la estabilidad y el desarrollo económico";  y, por encima de todo refiere "el valor y la eficacia de la doctrina social católica en la organización de la convivencia".

[14]. Ibidem, pág. 3. Tb. J. Sánchez Jiménez, “La Escuela de Ciudadanía Cristiana. De la teoría a la praxis política católica”, en CMU Pío XII. Pro bono communi, ya cit.; págs.  35-55.

[15]. Ibidem, pág. 37.

[16] En Conciencia social…, pág. 20.




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