Las cuestiones educativas fueron motivo de atención constante por parte de Montini-Pablo VI desde su juventud. La educación, la escuela, la libertad de enseñanza, la formación religiosa, el papel del estudiante y su función social, fueron temas recurrentes desde sus primeros escritos en la Revista juvenil La Fionda (1917-1923), posteriormente en la Revista Studium (1925-1933) cuando era Asistente Nacional de la Federación Universitaria Católica Italiana (FUCI) y finalmente en sus discursos y cartas primero como Arzobispo de Milán (1954-1963) y posteriormente como papa Pablo VI (1963-1978).
La preocupación por la educación y la elevación cultural de los cristianos las vivió en el seno familiar y en el ambiente católico de su Brescia natal. Su padre, director del periódico “Il cittadino di Brescia”, fue uno de los líderes del movimiento católico bresciano y un defensor acérrimo de la libertad de enseñanza en un contexto educativo italiano dominado por el liberalismo y el anticlericalismo a inicios del siglo XX. El joven Montini fue testigo de la lucha por la educación del catolicismo bresciano que se distinguió por su dimensión educativa, la creación de escuelas católicas como el Colegio Cesare Arici, donde él estudió, la creación de revistas pedagógicas, la proliferación de oratorios juveniles, el surgimiento de asociaciones estudiantiles y la creación de editoriales católicas.
La escuela, era para él el un vivero de progreso nacional y un espacio privilegiado de formación integral de calidad y rigor y donde debían de tratarse los interrogantes fundamentales de la existencia, y, por tanto, donde debía de estar presente la enseñanza religiosa.
Siendo Papa y antes, Arzobispo de Milán, alabó con frecuencia el papel de los oratorios juveniles, como espacios educativos complementarios a la familia y a la escuela, ámbitos educativos de profunda formación espiritual, ambientes sanos de ocio y de creación y consolidación de amistades.
Dio especial importancia a la formación religiosa y de la conciencia cristiana en el ámbito escolar y universitario. Afirmaba que la formación religiosa, teológica, espiritual, y litúrgica de los jóvenes universitarios debía de estar al mismo nivel de su formación intelectual y profesional si realmente se quería contribuir a la renovación cristiana de la sociedad.
Resaltó la importancia del estudiante en el contexto social cuyo deber principal era formarse para contribuir al progreso social. El conocimiento tenía una función social y los profesionales no debían nunca dejar de ser estudiantes, pues el estudio debía acompañar toda su carrera profesional.
En la Populorum Progressio, Pablo VI afirmaba que el desarrollo de los pueblos, para que sea auténticamente humano, debía ser “integral”, no sólo económico ni material, sino también y eminentemente espiritual y cultural y que la educación es el primer objetivo del desarrollo, pues permite alcanzar el desarrollo personal de cada persona, a la que debe supeditarse el desarrollo de los pueblos.
Ya anciano, en 1978, en uno de sus últimos discursos, se preguntaba sobre el papel de la Iglesia en un mundo devorado por la tecnología y el economicismo y en medio de una sociedad materialista. Y se responde que la Iglesia, enseña. Enseñar es una función propia de la Iglesia. Y enseñar aquello que es propio de su competencia: la verdad religiosa tan necesaria para el fin superior de cada hombre y para el fin temporal y social de la entera Humanidad.
Alfonso Martínez-Carbonell López
Prof. Universidad Cardenal Herrera Valencia