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Pablo VI y la civilización del amor

La expresión civilización del amor es recordada como un tema característico del magisterio de Pablo VI. Se trata de una expresión sugerente y, al mismo tiempo, expuesta al riesgo de ser mal interpretada. De hecho, a primera vista, no es fácil intuir la relación que existe entre el amor, generalmente entendido como un sentimiento subjetivo, y la civilización, entendida como pensamiento y cultura, así como todo un universo simbólico capaz de inspirar valores y de orientar las acciones de las personas y de las comunidades. Algunos incluso podrían llegar a sostener que dado que en el contexto social en el que vivimos la Iglesia ya no está en condiciones de afirmar una civilización cristiana, debería orientarse hacia un objetivo más modesto y limitarse a aliviar, por la vía de la caridad cristiana, la lucha despiadada de la que los débiles de nuestra sociedad son sus víctimas. Esta no es, sin embargo, la intención de Pablo VI.

El tema de la civilización del amor aparece hacia el final de su pontificado. Concretamente en Homilía de Navidad de 1975, momento, además, de la clausura del Año Santo, el Papa se preguntaba acerca de la herencia que el tiempo extraordinario del Jubileo dejaba a la Iglesia y a la humanidad. La sabiduría del amor fraterno que ha caracterizado el camino histórico de la Iglesia —responde el Papa— debe explotar con nueva fecundidad y manifestar su capacidad para renovar los vínculos que unen entre sí a las personas en la sociedad.

«Ni el odio, ni la competición, ni la avaricia será su “dialéctica”, sino el amor, el amor generador de amor, el amor del hombre por el hombre, no por intereses temporales o ambiguos, o por autocomplacencia, sino para el amor a Tí; a Tí, oh Cristo descubierto en el sufrimiento y en las necesidades de todos nuestros semejantes. La civilización del amor prevalecerá en los afanes frente a las implacables luchas sociales, y dará al mundo la soñada transfiguración de la humanidad finalmente cristiana». El sueño de Pablo VI se concretaba en el deseo de dar una forma nueva las relaciones que las personas entretejen en su vida cotidiana.

Unos días más tarde, el 31 de diciembre de 1975, Pablo VI quiso hablar de nuevo de la civilización del amor. Lo hizo en el discurso pronunciado en la Audiencia General. Éstas fueron sus palabras: «Nosotros que soñamos para ella [para la sociedad] una atmósfera de dignidad y de bienestar, nos encontramos con un diagnóstico de denuncia dolores, desórdenes y peligros, ante los que no podemos ser indiferentes». Anticipándose al Papa Francisco que define a la Iglesia como un «hospital de campaña», Pablo VI se preguntaba: «¿Y si este fuera nuestro destino, el de ser “doctores” de esta civilización que estamos soñando, la civilización del amor?». La respuesta se resume en un imperativo: el de dedicarse al cuidado, apoyo y asistencia de una humanidad «que querríamos ver feliz». Hay, de hecho, una enfermedad social que representa el primer campo de nuestro compromiso de cristianos y, para saberlo, es necesario usar instrumentos de diagnóstico adecuados, que permitan escuchar las vibraciones de aquello que el Papa define como «los instrumentos de identificación del empeoramiento de nuestro comportamiento civil». Aún si las proporciones de los problemas a menudo son tales como para desalentar a cualquiera, Pablo VI concluye que la civilización del amor no es un sueño. «¿Soñamos quizás cuando hablamos de civilización del amor? No, no soñamos. Los ideales, si son auténticos, si son humanos, no son sueños: son deberes. Para nosotros cristianos, especialmente. Al contrario, se hacen aún más urgentes y fascinantes, cuanto más los ruidos de temporal interrumpen los horizontes de nuestra historia. Y son energías, son esperanzas».

La esperanza es la forma cristiana del sueño con una sociedad diferente, así como un elemento esencial del discurso de Pablo VI sobre la civilización del amor. Así lo sostiene en la audiencia general del 25 de febrero de 1976, cuando afirma que la civilización del amor «hunde sus raíces en la esperanza cristiana. No es posible amar realmente con un amor generador de un futuro ideal, sin esperanza; sin la verdadera esperanza, que es aquella que invita a la superación de los límites y de los obstáculos, propios de los horizontes temporales». Precisamente, la falta de esperanza realmente es una de las grandes tentaciones de nuestro tiempo y a menudo los cristianos son los primeros en haberla perdido «la confianza en la capacidad del cristianismo de renovar realmente la vida de los hombres».

La petición dirigida por Pablo VI a los cristianos de construir la civilización del amor es, entonces, una invitación para no condescender ante la resignación, sino para esperar que otro modo de vivir juntos sea posible. Y esta esperanza adopta la forma de un gran sueño para la humanidad entera, al mismo tiempo que el de un gesto humilde de cercanía y ayuda para el que se encuentra en necesidad, en la certeza de que también de esta manera se construye una nueva y diversa civilización.

Angelo Maffeis

Angelo Maffeis
Presidente del «Istituto Paolo VI» (Brescia)




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