14/01/2025
Foro de Encuentros Interdisciplinares con la presencia de Paolo Benanti.
Hay que devolver al alimento su valor sagrado y que deje de ser pura y mera mercancía
Esta jornada se enmarca en el Seminario de Ecología dedicado a la “Agroindustria y el cambio climático” convocado por la Fundación Pablo VI, el Departamento de Ecología Integral de la CEE, Enlázate por la Justicia, la Delegación de Ecología Integral de la Archidiócesis de Madrid y el Movimiento Laudato Si’
El impacto de las políticas agrarias en los pueblos del Sur y la Unión Europea, cómo influyen en la agricultura y su sostenibilidad; los subsidios, los objetivos de desarrollo sostenible y sus limitaciones; la innovación y sus dificultades fue el tema central de la segunda sesión del Seminario de este seminario de Ecología Integral que se celebró el día 18 de junio.
Moderado por Marta Pedrajas, filósofa, experta en cooperación internacional y colaboradora de la Fundación Pablo VI, en él se contó con Óscar Bazoberri Chali, coordinador del Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS); Gabriel Trenzado, director de Cooperativas Agroalimentarias de España; y José Esquinas, ingeniero agrónomo, doctor en genética y ex presidente del Comité de la FAO sobre Ética en la Alimentación y la Agricultura.
Óscar Bazoberri, que lleva más de 20 años trabajando con el campesinado rural, combina la actividad docente, con la labor investigadora en IPDRS, en Bolivia, lo que le ha permitido conocer, desde sendas experiencias, las diferencias entre los efectos de los Objetivos de Desarrollo Humano (2000 a 2015) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2016-30). Los primeros, generaron un cambio importante en la salud, educación e ingresos, etc. Mientras que los segundos no tuvieron un impacto similar en la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones indígenas. ¿Por qué? Pues, según sus análisis, por un contexto global menos óptimo, y por ser estos últimos, los ODS, demasiado ambiciosos.
Las investigaciones de su Instituto ponen de manifiesto un cambio en la matriz productiva en la región en los últimos 50 años: los cultivos de base campesina -como son la papa, la yuca, o el arroz- se han ido mermando considerablemente frente al auge de otros cultivos, como la soja -que han pasado de 1 millón de hectáreas a los 60 millones-, lo que afecta muy directamente a sus condiciones de vida: malas condiciones de trabajo, de salud, inseguridad alimentaria, etc., Esto se da principalmente en los entornos urbanos donde se concentra gran parte de la población que trabaja en estos ámbitos. Una situación que les ha hecho tomar conciencia de la necesidad de recuperar el campo, de volver a un entorno más rural, produciéndose un fenómeno que se ha denominado “el retorno a la Tierra”, en algunos casos, de forma violenta.
El análisis de este fenómeno ha llevado al IPDRS a proponer una serie de alternativas que garanticen una vida digna a los productores y que hagan realizable la sostenibilidad en estos territorios; y a introducir una serie de variables que no siempre contemplan los ODS: (i) el concepto de tierra colectiva, que tiene que ver no solo con el campo de producción, sino también con el espacio de convivencia de la naturaleza; (ii) una nueva comprensión del empleo; (iii) la introducción de unas condiciones de urbanidad en las zonas rurales para que las comunidades tengan unas condiciones de vida óptimas; (iv) una formación en agroecología y en el impacto que el cambio climático está provocando en los ecosistemas y la biodiversidad para saber cómo enfrentarlos; (v) y una mayor atención de las particularidades microterritoriales. En este sentido, Bazoberri expuso ejemplos reales que se están desarrollando en algunos territorios, como, por ejemplo, el Alto de la Paz, donde se fomenta la participación de los productores e intermediarios con el fin de lograr la suficiente variedad de productos que demanda no solo la comunidad familiar, sino el conjunto de la población, logrando un ajuste en el que todos ganan.
Gabriel Trenzado, director de Cooperativas Agroalimentarias de España, abordó, por su parte, el impacto de las políticas comunitarias en la sostenibilidad y la acogida por parte de los agricultores europeos, que, en los últimos años, están poniendo de manifiesto su insatisfacción por una caída drástica de los beneficios y por sus dificultades para competir con otros mercados.
Trenzado explicó cómo estas imposiciones de precios son las que han llevado a que, por ejemplo, en España, se hayan perdido en los últimos años cerca de 300 mil activos agrícolas, muchos de ellos por falta de rentabilidad, competitividad y capacidad de automatización e innovación. Un problema amplificado por el cambio climático que afecta principalmente a las explotaciones menos eficientes y a las que no han podido adaptarse a los cambios.
Las cooperativas agroalimentarias tratan de compensar y ayudar en esta situación, puesto que impulsan un modelo cooperativo empresarial, profesionalizado y competitivo, para contribuir a mejorar la rentabilidad de agricultores y ganaderos adaptándose, además a las necesidades de sostenibilidad. El gran reto para ellas es cómo afinar mucho más en el conocimiento y en la manera de cómo producir lo más adaptado posible. Pero cuentan con varios hándicaps: (i) unas políticas europeas muy ambiciosas, como el Pacto Verde, que aprietan al productor sin decirle cómo llegar a los objetivos; (ii) y una desafección del sector, que se ve afectado por la pérdida de valor en cadena y por la brecha entre sostenibilidad y mercado, por lo que no termina tampoco de buscar salida en el asociacionismo.
Gabriel Trenzado: “Se habla de agroindustria como si se tratara de grandes conglomerados, cuando realmente detrás hay familias”
En este sentido, Gabriel Trenzado denunció también la sensación de abandono e incomprensión que vive el sector por parte de la clase política y de la propia ciudadanía urbana, que es donde realmente se toman las decisiones. “Se habla de agroindustria como si se tratara de grandes conglomerados, cuando realmente detrás hay familias. Hay una desconexión muy grande entre la ciudadanía urbana y la realidad de la zona rural”. Y eso, añadió, se traduce en el voto: “se vota mayoritariamente con una visión urbana, sobre cosas que suenan muy bien pero que al final son inaplicables”. Aunque, desde su punto de vista, la solución para el sector agroalimentario “no es menos Europa, sino más, pero desde una visión holística”.
La última intervención, la de José Esquinas, ingeniero agrónomo, doctor en genética, humanista y presidente, durante 10 años, del Comité de Ética de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de la ONU (FAO), donde ha trabajado más de 30 años, estuvo centrada en las incoherencias de un sistema que permite que 852 millones de personas pasen hambre, mientras se sobreexplotan los recursos para producir alimentos que no se van a consumir. “El alimento ha dejado de ser algo sagrado, un derecho y la base de la vida para convertirse en pura y mera mercancía”. Esta especulación alimentaria es, a su juicio, la base de muchos de los problemas que enfrentamos ahora: una agricultura concentrada en muy pocas corporaciones que no tienen en cuenta que los recursos son finitos y cuyo modelo es el responsable del cambio climático por la emisión de gases de efecto invernadero.
Para apoyar esta tesis, Esquinas dio unas cifras: 11 mil millones de toneladas métricas, o lo que es lo mismo 29%, de los gases emitidos a la atmósfera proceden de este sector agroalimentario, que utiliza el 75% del agua dulce del planeta y que ha provocado la degradación de hasta el 60% de las tierras cultivables. Los microorganismos que vivían en esas tierras han tenido que ser suplidos por fertilizantes y, según estudios de la FAO, se ha pasado de unas 7 mil u 8 mil especies distintas que alimentaban a la humanidad a no más de 150 especies que hoy se cultivan y comercializan, mientras cerca de un 90 % de variedades tradicionales que estaban adaptadas a las condiciones locales se han perdido para siempre.
A todo esto, hay que sumar todos los alimentos que se producen y que no se consumen, desechados sin abrir -7,7 millones de toneladas métricas solo en España, o lo que es lo mismo, 160 kg por habitante al año-, lo que supone un tercio de la población mundial. Una paradoja que solo se explica, como dice Pepe Esquinas, desde una óptica mercantilista que convierte el alimento no en un bien básico para alimentar a la humanidad, sino en un objeto de compra-venta.
José Esquinas: tenemos que transformar el carro de la compra pacíficamente en un carro de combate por un mundo sostenible
Frente a este modelo, propone varias alternativas:
- Una apuesta por la agricultura familiar y la producción local que, a pesar de los mitos, es la que produce la mayor cantidad de alimentos que se consumen y no se desperdician (el 80%)
- Una agricultura basada en la sinergia entre los conocimientos tradicionales y la investigación e innovación genética.
- Medidas para abordar el coste oculto de los alimentos: que el que contamine pague, puesto que está cargándose a los más pobres el sobrecoste del impacto de este modelo al medio ambiente y a la salud humana.
- El cumplimiento de las leyes, como el Convenio de Diversidad Biológica, el Tratado internacional de Recursos Fitogenéticos o la Declaración Universal de los Derechos de los Campesinos.
- El desarrollo de una conciencia de respeto y cuidado de los derechos de las generaciones futuras, que no votan y cuyos intereses no están representados.
- Una mayor responsabilidad del consumidor y el comprador: “comprar es un acto político. Cuando compro una cosa o compro otra, estoy incentivando o desincentivando un tipo de producción u otra”, manifestó Esquinas. Por eso, añadió, “creo que tenemos que transformar nuestro carro de la compra pacíficamente en un carro de combate por un mundo sostenible.”
- Dotar a la agricultura de su valor real, incluyendo en él los costes medioambientales y los costes para la salud humana.
Todo esto se puede resumir en eso que el Papa denomina “conversión ecológica”, que, defendió el excolaborador de la FAO, no es solo necesaria, sino también posible. “Tenemos capacidad técnica y humana para transformar la tierra en un paraíso, y, sin embargo, la estamos transformando en un infierno”. Para ello, “no basta la buena voluntad, sino también ética, valores y responsabilidad”, concluyó.