14/01/2025
Foro de Encuentros Interdisciplinares con la presencia de Paolo Benanti.
Tecnocracia y política: virtudes y defectos de la búsqueda de consensos europeos
Síntesis de la sesión del 13 de junio de 2024
Emilio Saénz-Francés, profesor de Historia y de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas fue el encargado de impartir la ponencia de la sexta sesión ordinaria del seminario. Comentaron la ponencia Belén Becerril, profesora de Derecho de la Unión Europea de la Universidad San Pablo CEU, y Paloma García Ovejero, periodista y corresponsal de COPE en Bruselas. En el debate intervinieron varios miembros del Comité de expertos, con la moderación del director del seminario, Domingo Sugranyes.
Emilio Saénz-Francés hizo un repaso histórico sobre la construcción europea desde sus orígenes, destacando el diálogo continuo entre tecnocracia y política en el proceso iniciado después de la Segunda Guerra Mundial. Sus líderes promovieron iniciativas que son fundamentalmente técnicas. Este predominio de lo tecnocrático se explica por el contexto social, económico, y político en el que se encuentra Europa en ese momento. Después de dos guerras mundiales, está sumergida en una crisis moral sin precedentes. El proyecto de la Unión Europa tiene el objetivo de superar los enfrentamientos que han arrasado el continente en su mejor momento, pasando por unos caminos pragmáticos.
Según varios autores, la tecnocracia está en la base de la construcción del proyecto europeo porque los padres fundadores tienen cierto temor a la deriva de los sistemas democráticos y a que vuelvan las crisis sufridas en los años 30 del siglo XX. Por eso, ponen el peso de la construcción en la experiencia de expertos sabiendo que, con el tiempo, de esa base tecnocrática tiene que surgir una dinámica política con capacidad de transformar la Europa sufriente que sale del conflicto en 1945.
En las primeras décadas, el proyecto europeo vive un éxito sin precedentes. En ese momento hay un acuerdo social de mínimos en el que se reconoce la democracia liberal como forma de gobierno preferible a otras presentes en la década de los 30. Se desea un progreso económico matizado por la búsqueda de una protección social – el “Estado de Bienestar” -. Es cierto que se da desde el principio una dicotomía en el ejercicio del poder entre democracia cristiana y socialdemocracia. No hay que olvidar que subsisten muchas tensiones ideológicas, pero incluso teniendo en cuenta la Guerra Fría, es una época de optimismo, fruto de la confianza en un futuro mejor para Europa.
Para Emilio Sáenz-Francés, Mayo del 68 supone una ruptura traumática entre las nuevas generaciones que no han vivido la guerra y las que sí han pasado por ella. Ve este movimiento como el germen de lo que se está viviendo ahora en Europa: es el primer conflicto que radicaliza esa moderación de los años iniciales y el primer paso de un proceso acelerado de des occidentalización que colisiona con la visión que los europeos tienen de sí mismos.
Sin embargo, todavía a comienzos del siglo XXI parecía que se podía continuar la construcción de Europa desde un optimismo desbordado. Una muestra es el libro escrito por Mark Leonard “¿Por qué Europa liderará el siglo XXI?” (2005), en el que el autor sostiene que el continente, constituido en un foco de prosperidad económica y de libertad política, se convertirá en un faro moral para otras naciones que llegarán a constituirse en unión euromediterránea e incluso euroasiática.
Pero poco a poco se van viendo algunas circunstancias que indican desajustes en el proceso. El tratado de Maastricht (1992) ya había llevado a Europa a una orientación más explícitamente política, por ejemplo, con la ambiciosa decisión de ampliar la Unión al este después del colapso de la URSS. Loyola de Palacio, comisaria en tiempos de Romano Prodi, señala que la Comisión dio un salto cualitativo en ese tiempo para hacer política.
¿Cuándo comienza a haber signos de fatiga en el proyecto europeo? Para Emilio Saénz-Francés, este momento coincide con el intento fallido de creación de una constitución europea (2004). Los elementos que hicieron que se frustrara ese proyecto constituyen líneas de fractura de larga duración:
- Las debilidades del proyecto a la hora de definir una identidad europea: ¿qué nos define como europeos? ¿Cuáles son sus raíces culturales?
- Un cierto hartazgo de la práctica de la política europea por parte del ciudadano. Su dimensión tecnocrática comienza a volverse contra ella misma por protagonizar decisiones ajenas y lejanas a la sensibilidad de los ciudadanos.
- La ensoñación tecnocrática. Hay unos años en los que se equipara la política a la tecnocracia y se piensa que las ideologías no tienen un papel importante en la acción política de los Estados. Eso hace que la política comience a distanciarse de los ciudadanos que deberían beneficiarse de su acción. Para parte de la sociedad europea, la tecnocracia pasa a ser vista como culpable de cosas negativas o que no gustan. Esa política tecnocrática paradójicamente hace que el ciudadano se escabulla de sus responsabilidades.
En esos años, por lo tanto, podemos decir que pasamos a un panorama distinto:
- Una crisis al apoyo del concepto de una sociedad abierta, fruto de un cambio global propiciado por elementos como el auge del terrorismo internacional.
- Auge de posturas euroescépticas que adelantan lo que va a ser el efecto para el proyecto europeo de la crisis económica 2008/11.
- La propia dimensión tecnocrática del proyecto europeo genera una separación entre gobernantes y gobernados. El proyecto europeo no acierta en encontrar las teclas para conectar a través de los valores con el demos europeo.
La crisis económica de 2008 supone una aceleración de los elementos de disociación, que tienden a ver la tecnocracia europea como un elemento estructural negativo. Comienzan a surgir partidos euroescépticos que discuten el paradigma del proyecto europeo ante lo que se percibe como incapacidad de la política para proporcionar respuestas a unos ciudadanos cada vez más desorientados ante una transformación de la realidad que ya no controlan y ante la pérdida de los anclajes que podían existir en los inicios del proyecto europeo.
Uno de los elementos de esa licuación en todos los órdenes es la criminalización del concepto de experto. La vuelta radical de las ideologías parece que hace que todo el que quiera tomar decisiones dictadas por la sabiduría técnica se convierta en sospechoso.
Todos estos elementos estructurales coinciden en términos ideológicos, en la segunda década de este siglo, con dos hitos relevantes: un rearme de la izquierda más radical después del colapso de la URSS, en torno a nuevos parámetros de funcionamiento muy efectivos, y una crisis del concepto de democracia cristiana.
En la Europa de 2024 nos encontramos en un contexto en el que se ha producido una victoria de lo que Sáenz-Francés denomina mentalidades postmodernas en las que el universo de los valores, no como algo relativo sino tangible, está en cuestión. Se generan visiones alternativas a esos valores europeos diseñados en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial: el Reino Unido del Brexit, la Hungría alternativa de Orban… Existe un contexto internacional crecientemente incierto que está acogotando la capacidad de Europa de dar respuesta y está potenciando el sentimiento de inseguridad de los ciudadanos europeos, más fácilmente manipulables a través de ese universo de estrategias. Se puede decir que la izquierda de hoy en día se ha convertido en una izquierda identitaria, y la misma estrategia está siendo copiada por la derecha radical que está creciendo en varios países de Europa.
La crisis del liderazgo
¿Le ocurre a Europa lo que denunciaba Tolkien, hablando de la humanidad: “su rápida saciedad del bien”? ¿Es posible recuperar en la Europa de hoy en día un liderazgo, con la misma capacidad de influencia de los liderazgos de la posguerra, en estos tiempos de redes sociales, inmediatez y posverdad? ¿Es posible un liderazgo que vuelva a jugar el mismo papel que en tiempos pasados? ¿O se puede convertir en una trampa? ¿Tendrá la UE la capacidad de dar respuesta a los desafíos actuales, convenciendo para avanzar juntos en la misma dirección?
La encrucijada en la que estamos en último término tiene que ver con el ocaso de la visión de Europa como una realidad sustentada en unos principios morales concretos, los que decantan la batalla de la historia y definen un proyecto que comienza a construirse en 1945, entre los cuales está la raíz cristiana.
Europa está en una encrucijada en la que hay motivos para la esperanza y para la desazón. La respuesta requeriría unos liderazgos con gran capacidad y con un profundo sentido moral, que suplieran la extraordinaria incapacidad de los liderazgos corrientes para resolver esa crisis y para reclamar a los ciudadanos una renovada responsabilidad por hacerse partícipes del proyecto europeo a partir de unos ciertos valores. Pero no resulta fácil definir los rasgos de este liderazgo, y no puede olvidarse que reclamar liderazgos, en nuestro pasado reciente, ha desembocado a veces en oscuros callejones sin salida.
En su comentario, Belén Becerril subraya que las ideas de los fundadores de las instituciones europeas siguen plenamente vigentes en las decisiones y en el funcionamiento de estas instituciones. Como en sus inicios, el ideal europeo tiene un elemento aglutinador y federal, no sólo en lo económico. Su polo opuesto, como en el principio, sigue siendo la amenaza nacionalista, siempre dispuesta a resurgir. Sin embargo, en las recientes elecciones, se ha observado la resiliencia de las opciones pragmáticas y pro europeas, frente al auge del euroescepticismo: de hecho, las fuerzas de izquierda y de derecha que hasta hace poco reclamaban en distintos países salir de la UE ya no lo hacen, se han movido hacia posiciones más pragmáticas. Es importante destacar que la supuesta elite globalista a la que algunos achacan el control de Europa es un mito: los políticos de la UE proceden de los Estados miembros y sus mandatos han sido confirmados por los gobiernos nacionales y por el Parlamento Europeo, que elegimos entre todos. Ante la crisis, lo primero consiste en revalorizar una construcción institucional que está efectivamente basada en valores y que sigue unas reglas del juego definidas y muy sólidas.
En el debate que se abre a continuación, algunos recuerdan lo que habría sido “el coste de la no UE”: damos por hecho todas las ventajas que ha aportado la construcción europea. En cuanto a los gérmenes destructivos, su origen también es propiamente europeo: no se puede decir que Mayo del 68 o el resurgimiento nacionalista no procedan también de fuentes internas, además de los cambios geopolíticos del entorno.
Varias voces se refieren a la falta de sentimiento identitario europeo, que se ve agravada por la diversidad lingüística – con el hecho paradójico de que se haya impuesto el inglés como lingua franca de la UE – y por la experiencia de varios sectores de actividad, desde la agricultura a los proyectos universitarios, que soportan directamente la pesada carga burocrática impuesta por la normativa europea.
Otros ven la crítica a la tecnocracia como profundamente injusta, y no exclusiva de Europa (también se da en Estados Unidos): se olvida por ejemplo el éxito notable obtenido por el Banco Central Europeo, institución independiente, basada en Tratados y que rinde cuentas; cuando se le critica, es más bien para tapar debilidades propias en la gestión. La historia demuestra el éxito indudable de las políticas de integración: se trata de imaginar nuevas políticas que incrementen la circulación de personas e ideas.
Algunos preguntan si el supuesto consenso europeo inicial ha existido realmente, y cuál ha sido la influencia mayoritaria: la de la democracia cristiana o la del socialismo. ¿Sería posible reorientar la máquina reguladora para que realmente proteja el espacio humano y la libertad, en particular la libertad religiosa y la educación prepolítica?
Y es lícito preguntar en qué medida son los valores los que mueven las decisiones históricas. Es indudable la inspiración idealista de los fundadores de la construcción europea. Pero el combustible de una construcción política como ésta no son los valores, sino más bien el miedo: miedo a la guerra, a la competencia americana o china, o al virus. En su intervención de urgente actualidad, al final del debate, Paloma García Ovejero opina que, en este momento, el motor de la unidad europea es la Rusia de Putin. Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo no indican una tendencia clara y, una vez más, el debate previo se ha centrado casi exclusivamente en temas nacionales. Como comunicadora especializada en asuntos europeos, reclama por parte de los medios más inversión en una información sustancial y de buena calidad sobre lo que ocurre en Bruselas y en Estrasburgo. En conclusión, el director del seminario subraya un déficit general de comunicación sobre las decisiones públicas competentes, con su soporte técnico y su significado político. Esto vale a nivel nacional, pero mucho más aún a nivel europeo. Es necesario apoyar cualquier iniciativa en este sentido, para alimentar un debate maduro y fructífero.
Listado de asistentes en la sesión del 13 de junio de 2024
- Belén Becerril Atienza, profesora titular de Derecho de la Unión Europea. Universidad CEU San Pablo
- Agustín Blanco Martín, director de la Cátedra J.M. Martín Patino de la Cultura del Encuentro, Universidad Pontificia Comillas
- José Luis Calvo. Cofundador, Diverger
- Esther de la Torre Gordaliza. Global Sustainability Area- Inclusive Growth, BBVA
- Rafael Doménech. Head of Economic Analysis, BBVA Research
- Paloma García Ovejero, periodista, corresponsal de COPE en Bruselas
- Raúl González Fabre. Ingeniero y filósofo, Universidad Pontificia Comillas
- Alfredo Marcos Martínez, catedrático de Filosofía de la Ciencia, Universidad de Valladolid
- Javier Prades López. Rector, Universidad San Dámaso
- Emilio Sáenz Francés, profesor de Historia y Relaciones Internacionales, Universidad Pontificia Comillas
- José Luis Zofío. Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad Autónoma de Madrid