14/01/2025
Foro de Encuentros Interdisciplinares con la presencia de Paolo Benanti.
El “modelo europeo” en la geopolítica mundial: ¿Tiene futuro la economía social de mercado?
Síntesis de la sesión del 12 de septiembre de 2024
Alfredo Pastor, economista, profesor emérito IESE fue el encargado de impartir la ponencia de la séptima edición ordinaria del seminario; Jorge Díaz Lanchas, profesor asistente de Economía, ICADE/Universidad Pontificia Comillas hizo el comentario. En el debate posterior, moderado por Jesús Avezuela, director general de la Fundación Pablo VI, e introducido por Domingo Sugranyes, director del seminario, intervinieron expertos e invitados de distintas especialidades, como viene siendo habitual en este ejercicio multidisciplinar.
Un diagnóstico sobre la economía social de mercado
Alfredo Pastor definió el sistema de economía social de mercado como aquel que está centrado en el mercado, pero en el que el Estado tiene un papel activo en la provisión de ciertos bienes, en su regulación y en mitigar las desigualdades que surgen mediante la redistribución. Es el sistema económico que tiene prácticamente toda Europa.
La idea de una economía social de mercado nació después de la Primera Guerra Mundial como alternativa al comunismo. No sobrevivió al nazismo y a la Segunda Guerra Mundial, pero resurgió con fuerza en la Alemania de posguerra, intelectualmente en los textos de Müller-Armack y Röpke y bajo la dirección económica de Ludwig Erhard.
El sistema de economía social de mercado tuvo treinta años de prosperidad, entre las décadas de los 50 y 80, que fueron llamados los treinta gloriosos. A mediados de los años 70, algo se torció en la economía. Desde el punto de vista intelectual los ataques vinieron de la Escuela de Chicago, y se pueden resumir en slogans como el de “el Estado es el problema”, de Ronald Reagan o “la sociedad no existe”, de Margaret Thatcher, con el foco puesto exclusivamente en el “individuo” y la inversión de carga de la prueba: es el Estado el que tiene que demostrar a los ciudadanos que lo que quiere hacer es lo más correcto y eficiente, pues se presupone que esta eficiencia corresponde más bien al ente privado.
A juicio de Alfredo Pastor, el resultado de esta trayectoria histórica es que la economía social de mercado está bastante desacreditada actualmente, ha perdido el horizonte. Uno de los fenómenos de los últimos 20 o 30 años es la creciente concentración en empresas cada vez más grandes, lo que supone un mercado cada vez menos “perfecto” y una creciente influencia política centrada en un puñado de empresas de gran tamaño en los sectores más estratégicos. Las políticas económicas, sean de izquierda o de derechas, se agotan porque, en cierto modo, prometen aquello que no pueden cumplir: ante los problemas, prometen movilizar siempre más recursos sin establecer las disciplinas necesarias para alcanzar los objetivos o los controles para medir su grado de realización.
W. Röpke escribió que uno de los aspectos más importantes de la economía social de mercado es que “quienes compiten en el mercado y buscan en él los beneficios deben estar sólidamente unidos por los lazos sociales y morales de la comunidad”. Genovesi y los inventores de la economía civil del siglo XVIII, e incluso el propio Adam Smith ya decían algo parecido: el individuo en la esfera económica debe regirse por lo que le dicen estos lazos (que no son solo leyes). Debe mantenerse dentro de un sólido marco, de un orden total que no sólo corrige mediante las leyes las asperezas de la vida económica, sino que, además, no le niega al hombre una existencia acorde con su naturaleza. Las leyes de la economía no pueden estar en contradicción con las leyes morales. Es indudable que la práctica del mercado puede ser creadora de actitudes civilizadoras y socialmente positivas, como creían sus defensores desde la Edad Media, como liberación de la mendicidad. Hoy funciona mal por el poder de los oligopolios, pero el fallo mayor se encuentra en el conjunto de la construcción, no sólo en el funcionamiento del nivel económico.
El orden total es un concepto que en la tradición medieval se dividía en tres esferas: la económica, la política y la espiritual. La esfera económica: su pieza central es el mercado, hoy disturbado por la concentración de empresas y su influencia política que está fuera de las instituciones, pero que pesa mucho sobre ellas. La esfera política, nos debería decir para qué sirve y qué queremos de la economía. Recordando a Genovesi, la economía sirve para contribuir a la felicidad de la gente. Pero el objetivo primario de la economía actual, que es el crecimiento del PIB, ¿es realmente la mayor contribución que se puede hacer a la felicidad de una sociedad? La respuesta de Alfredo Pastor es no: en primer lugar, porque duda de que el crecimiento actual sea sostenible y posible a largo plazo, no sólo por cuestiones como el cambio climático, sino también porque el crecimiento necesario en los países del Sur requiere una ralentización del consumo en el mundo desarrollado. Por lo tanto, sería prudente no fijar el éxito en el crecimiento. De hecho, en países como el nuestro, el crecimiento ha dejado de ser una necesidad primaria porque tenemos suficiente riqueza (tiramos cada día la mitad de la comida), y lo que no sabemos es cómo repartirla. A estas razones se añade la desigualdad excesiva: siempre que aumente la riqueza se produce desigualdad y la igualdad no es un objetivo en sí mismo, pero los problemas surgen cuando se produce una desigualdad excesiva dentro de cada país o entre países. Una situación que es posible que se dé en este momento, y no se arregla con el crecimiento por sí solo. Alfredo Pastor aludió aquí a los recientes informes de los distinguidos economistas Mario Draghi y Enrico Letta que alertan sobre la pérdida de competitividad, el peligro que ello supondría para Europa y la necesidad de reformas urgentes. El ponente cree que la meta de la que habla Draghi - que Europa esté en condiciones de competir con China y con Estados Unidos – no es el único objetivo que se puede fijar y, además, es un objetivo que no ve posible de alcanzar (tampoco Estados Unidos podrá resistirse mucho tiempo ante el crecimiento de China). El ponente pregunta: ¿Por qué nos tenemos que empeñar en competir? Se nos dice que tenemos que hacer una carrera por el crecimiento, pero no sabemos si esta meta sirve para algo.
La esfera espiritual. A juicio de Alfredo Pastor ha dejado de desempeñar un papel determinante: desde hace años es una esfera frecuentada sólo por unos pocos. (En el debate posterior, varios intervinientes le harán notar que la esfera vaciada por un cierto desconcierto del cristianismo ha sido ocupada por otras espiritualidades).
Como conclusión, Alfredo Pastor cree que tendríamos que ser capaces de proponer unos objetivos que tengan más contenido humano. Volver a las raíces de Europa, un edificio que comenzó a construirse hace 2.000 años y cuyos cimientos fueron las ruinas del imperio romano y el cristianismo como primera seña de identidad. Este edificio se fue erosionando con la Ilustración y la ciencia – lo que trajo muchos progresos materiales – pero hoy corre el riesgo de derrumbarse. Para Pastor, hay que buscar en las cenizas del edificio lo que siempre ha estado ahí, y sigue siendo necesario. Los economistas poco pueden hacer con sus respuestas técnicas y sus teorías basadas en incentivos y preferencias del “individuo”, si no se les dice para qué sociedad proponer medidas. Como ciudadanos, lo que todos podemos intentar es tratar de cuidar y recrear comunidades.
Condicionantes de la persistencia de la economía social de mercado
El comentario de Jorge Díaz Lanchas partió en cambio de datos sobre la situación económica de Europa en la actualidad valiéndose de distintas mediciones. Los indicadores económicos indican que Europa supone el 15,2% del PIB mundial, frente al 15.5% de EEUU y el 18,9% de China (datos de Eurostat 2021). Europa es líder en formación de capital humano, en innovación está a la par con EEUU, pero cuando hablamos de productividad es cuando comenzamos a ver problemas, Europa se queda atrás.
Esta tendencia negativa arroja un gran interrogante acerca de la evolución futura del modelo económico y social europeo. ¿Puede la UE seguir manteniendo su relevancia e imagen internacionales, a la vez que sigue aplicando su modelo de crecimiento basado en una economía de mercado intervenida por un fuerte Estado del bienestar, capaz de redistribuir y proveer servicios públicos esenciales? Este modelo económico y social es exitoso en términos económicos, también lo es a nivel social porque redistribuye bastante bien la riqueza, y es compatible con objetivos de desarrollo medioambiental y democrático.
Para el comentarista, el modelo puede llegar a ser perdurable en el tiempo si se superan cuatro situaciones condicionantes, dos internas y dos externas. Siempre teniendo en cuenta la incertidumbre que supone que Europa va a estar en un entorno en el que cada vez tiene menos peso relativo y en el que la geopolítica cada vez es más convulsa.
Los dos condicionantes internos de la UE son:
- Productividad
- Demografía
Los condicionantes externos de la UE son:
- Inestabilidad geopolítica
- Vuelta al proteccionismo
Productividad. La brecha cada vez mayor entre el PIB per cápita entre Europa y EEUU se debe a la productividad total. Estamos perdiendo terreno en nuestra capacidad para aplicar la innovación, en el uso más eficiente de los recursos y en la eficiencia del sector público. Si no conseguimos mejorar la forma de producir, cada vez vamos a estar más alejados de EEUU. La consecuencia es que tendremos menores niveles de bienestar en el medio plazo. Esa menor productividad existe, entre otras razones, porque las empresas europeas siguen operando demasiado en los mercados nacionales; nuestro mercado único no funciona igual que el americano, al tener distintos gobiernos nacionales que no están dispuestos a ceder más soberanía.
Demografía. De aquí a 2050, según Naciones Unidas, la UE es la única región de las tres referidas (UE, China y EEUU) que va a perder población. La pregunta es ¿cómo vamos a intentar revertir esta situación? Una población envejecida innova menos, desvía recursos hacia grupos de mayor edad y resta recursos de políticas que pudiesen hacer falta, como vimos hace poco en España con la actualización de las pensiones. Se está recurriendo a la inmigración, pero esta genera tensiones. (En el debate posterior, a una pregunta sobre la situación particular de España al formar parte también de una “comunidad” iberoamericana, Jorge Díaz comenta que nuestro país se beneficia de una fuerte inmigración latinoamericana, que no produce el rechazo observado en otros países europeos). En cualquier caso, vamos a tener que cambiar el enfoque y centrarnos en las generaciones más jóvenes.
Todos estos retos hay que enmarcarlos dentro de una tendencia mundial a volver al proteccionismo, por lo que la UE tiene menos capacidad de expandir sus productos y generar empleo. El mercado único y las transferencias intraeuropeas han reducido la desigualdad entre países, pero también nos ha vuelto más vulnerables al depender de economías nacionales que no son tan cercanas entre sí en su nivel económico, en lo político y en tendencias ideológicas.
Ante esto la UE está generando la idea de la autonomía estratégica: ¿podemos reducir nuestras dependencias? Mientras no lo haga con una voz única lo va a tener difícil porque las potencias externas tienen el poder de influir en los estados nacionales en una forma que no beneficia al conjunto de la UE. Como conclusión, ante una creciente distanciación con EEUU (dependiendo del resultado de las próximas elecciones) y China, la UE lo va a tener difícil para colocarse en términos de innovación, industrial y de voz única europea. Hasta que no llegue ese momento de operar de forma conjunta - y no parece que estemos por la labor - lo que vemos es que ese modelo económico y social tiene riesgos de no permanencia. Tendremos que avanzar en otras vías dando quizá mayor peso al Parlamento Europeo y a la Comisión Europea para que alguien pueda coordinar nuestro rol en el mundo.
Razones del descontento
En el debate abierto a continuación, se vio que aportar una respuesta negativa a la pregunta planteada por los organizadores - ¿Tiene futuro la economía social de mercado? - es una exageración retórica; lo reconocen todos los participantes: el modelo europeo es envidiado por muchos, probablemente sea el mejor entorno posible en el mundo actual, y las alternativas son ciertamente poco atractivas, en particular aquellas en las que el control estatal asume unas dimensiones inimaginables gracias a la “inteligencia artificial”. Pero el llamado a la acción es necesario, porque las debilidades del modelo ponen en riesgo el futuro de este estilo de vida.
Muchos intervinientes se preguntan sobre las razones del descontento europeo. Para algunos, el sentimiento negativo nace en el entorno nacional y se traslada secundariamente al nivel europeo, al que se atribuyen defectos de la esfera más propia de cada país miembro. Una explicación avanzada por algunos son las desigualdades internas: el hecho de que regiones enteras – por ejemplo, las de Alemania del Este – se hayan quedado atrás en el desarrollo; o que se mantengan grandes diferencias entre zonas que miran como ejemplo al núcleo de los países fundadores de la UE frente a otras que miran más a Estados Unidos. Para algunos intervinientes, las razones del descontento no son económicas: no tienen que ver con la M (mercado) sino con la S (social). En este sentido se invoca la profunda crisis de la familia, vista a menudo en los programas políticos como fuente de conflictos y de problemas, y no como comunidad educativa de base; es evidente que las “funciones” tradicionales de la familia han perdido fuerza con una educación ampliamente estatalizada y una previsión social que hace innecesaria la “inversión” en hijos para la vejez. Esta transformación requiere redescubrir la fuerza educativa moral básica del núcleo familiar – cualquiera sea su forma o su constitución. Otros intervinientes citan como fuente de descontento la indiscutible inquietud ante la amenaza del cambio climático y, más generalmente aún, la sensación de pérdida de ideales. En una de sus respuestas, el ponente Alfredo Pastor cita otra vez al autor de la economía civil, Antonio Genovesi: “no se puede lograr la felicidad sin procurar la de los demás”.
Economía y política
Muchas intervenciones se preguntan sobre la relación entre productividad tecnológica, crecimiento económico y desarrollo democrático. Las raíces de la relativa pérdida de velocidad europea identificadas en el informe Draghi son principalmente siete: el coste de la energía; una regulación estricta que lleva a la deslocalización de actividades; los altos costes de la innovación y el coste elevado de la financiación; la lentitud de los procesos y permisos; la resistencia a la electrificación; la falta de infraestructuras de conectividad energética; y la competencia desleal de países que no observan los derechos sociales básicos. Ante ello es necesario un proceso selectivo de políticas autónomas, que consigan movilizar la inversión y el crecimiento – por ejemplo, mediante la emisión de deuda europea mancomunada para la descarbonización -. En cuanto a las desigualdades, varios se preguntan por qué son tan sensibles en países relativamente ricos cuando en países como China, que han salido de la pobreza extrema generando enormes desigualdades, aparentemente no se producen los mismos movimientos o las mismas rebeliones; el hecho es que la sensibilidad ante la desigualdad se hace más aguda cuando mejoran las condiciones del conjunto y las comparaciones son más fáciles.
Innovación, competencia y reindustrialización
Varias intervenciones se refieren a la innovación tecnológica y a la competencia que se genera en su entorno. Para algunos, el mantra de la innovación tecnológica requiere una crítica radical, cuando muchas de las innovaciones carecen aparentemente de interés en la búsqueda de la verdadera felicidad. Desde otro punto de vista muy diferente, se comenta que, aunque pueda ser objeto de crítica la concentración empresarial de las big tech, la gran empresa tiene más posibilidades de acertar en lo nuevo: la innovación exige la posibilidad de fallar. Igual de importantes, según el informe Draghi, son las medidas para proteger los unicornios, esas empresas que innovan “en un garaje” y necesitan condiciones que no les obliguen a exportar su talento a países más receptivos. Ahora bien: habría que preguntarse siempre si las recomendaciones de los líderes de opinión tienen o no apoyo en la colectividad; esto vale tanto para quienes preconizan un consumo más reducido en los países ricos como para aquellos que apelan a la reindustrialización de Europa: ¿estamos dispuestos a asumir las pesadas externalidades de una industria que requiere la minería de metales raros y produce los residuos incómodos de las baterías, por ejemplo? En una de sus respuestas, Jorge Díaz Lanchas señala que, en las cadenas de valor internacionales, las empresas europeas se han hecho fuertes en la calidad del producto y en labores intermedias de servicio y de organización, aunque el control del producto final a veces se les escape.
Restaurar la inspiración
En definitiva, según varios participantes, la persistencia del modelo socioeconómico europeo depende de nuestra capacidad de reavivar las fuentes de inspiración presentes en los inicios de las instituciones comunitarias, como por ejemplo el principio – básico en la DSI y recogido en la Constitución española – de la función social de la propiedad: si las economías sociales fallan porque no aplican sus propios principios, y estos principios siguen siendo válidos y admirados, no debería ser imposible corregir y enderezar la ruta. La clave puede ser, como en otros campos, orientar todo el esfuerzo no tanto hacia lo útil, sino hacia lo bueno. Y se necesita reflexionar sobre los males sociales reales que nos acechan: se menciona, por ejemplo, que en busca de métricas del descontento, la Comisión europea ha lanzado recientemente una investigación de estadística social sobre la soledad.
Listado de asistentes en la sesión del 12 de septiembre de 2024
- Benito Arruñada, Catedrático de Organización de Empresas en la Universidad Pompeu Fabra
- Jesús Avezuela Cárcel, director general de la Fundación Pablo VI
- Manuel Barrios Prieto, secretario general de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE)
- Belén Becerril Atienza, profesora titular de Derecho de la Unión Europea. Universidad CEU San Pablo
- Agustín Blanco Martín, director de la Cátedra J.M. Martín Patino de la Cultura del Encuentro, Universidad Pontificia Comillas
- Diego Bodas Sagi, Lead Data Scientist, Mapfre
- José Luis Calvo. Cofundador, Divergir
- Leopoldo Calvo-Sotelo. Consejero Nato, Consejo de Estado
- Jesús Conill, Catedrático de filosofía moral y política, Universidad de Valencia
- Urquiola de Palacio, presidenta saliente de la Unión Internacional de Abogados
- Esther de la Torre Gordaliza. Global Sustainability Area-Inclusive Growth, BBVA
- Jorge Díaz Lanchas, profesor asistente de Economía, ICADE/Universidad Pontificia Comillas
- Paloma García Ovejero. Periodista, International Media Manager en Mary’s Meals
- Francisco Javier López Martín. Exsecretario general de Madrid, CCOO
- Miguel López-Quesada Gil. Presidente, Dircom
- Alfredo Marcos Martínez, catedrático de Filosofía de la Ciencia, Universidad de Valladolid
- Miguel Ángel Martínez López. Ingeniero de Telecomunicación y escritor. Director de innovación en YBVR
- Carlos Martínez Mongay, Economista, ex director en la Dirección General de Asuntos Económicos y Financieros de la Comisión Europea
- Alfredo Pastor Bodmer. Economista, profesor emérito IESE
- Sergio Rodríguez López-Ros. Vicerrector de Relaciones Institucionales, Universidad Abat Oliva CEU
- Gloria Sánchez Soriano. Vicepresidente - Relaciones Institucionales y Políticas Públicas, Grupo Santander. En secondment en el Institute of International Finance
- Ignacio Signes, Letrado del Tribunal de Justicia de la Unión Europea
- Domingo Sugranyes Bickel, director del seminario de ética socioeconómica, Fundación Pablo VI