Síntesis de la sesión del 26 de mayo de 2022
La Fundación Pablo VI acogió la sexta sesión del seminario permanente “El trabajo se transforma”, dedicada en esta ocasión al trabajo ignorado y, por extensión, a trabajos despreciados o poco reconocidos: los cuidados personales, el trabajo doméstico y, también, una amplia gama de trabajos mal remunerados fueron algunos de los temas abordados por los dos ponentes de la jornada y comentados después por el comité de expertos. Raúl Flores, secretario técnico de la Fundación FOESSA, se encargó de la ponencia y José Manuel Aparicio, teólogo de la Universidad Pontificia Comillas, realizó el posterior comentario.
Raúl Flores desarrolló su intervención deteniéndose y ahondando en algunos de los datos y realidades que se describen en el Informe FOESSA publicado recientemente por Cáritas Española, que realiza una radiografía de la situación de España y sus familias tras la pandemia de coronavirus. Los aplausos de las ocho de la tarde durante el confinamiento sirvieron como reconocimiento a la labor profesional de los sanitarios. Sin embargo, durante lo más duro de la covid, otros “trabajadores esenciales”, como se los denominó, se mantuvieron en sus puestos de trabajo: cajeras, limpiadores, transportistas, agricultores, etc. Empleos con malas condiciones, mal remunerados y poco valorados socialmente. Se produce de esta manera una primera paradoja dentro del mercado laboral, puesto que la recompensa material y laboral no depende de la utilidad social objetiva del empleo, sino de otros parámetros y valores.
El siguiente punto abordado por Flores fue el de la reflexión sobre el empleo como una de las posibles formas de organización del trabajo: el trabajo es algo distintivo del ser humano, la capacidad para crear bienes tangibles e intangibles. A lo largo de la historia, la sociedad ha organizado el trabajo de muchas formas y ciertos trabajos se reconocen como empleos y otros no. Así, todo empleo es trabajo, pero no al revés.
Esta lectura lleva a ver la realidad del trabajo desde otra perspectiva. En España hay 20 millones de personas con empleo, pero mucha más gente trabajando: cuidando a familiares, limpiando… “un trabajo invisibilizado”, concluyó Flores, quien aportó una serie de motivos por los que nuestra sociedad tiene una mirada parcial del trabajo:
- La invasión de la lógica que subyace en el mercado en todas las esferas de la sociedad.
- Identificación de valor con precio: lo que no tiene precio, carece de valor.
- Una meritocracia ciega respecto de los mecanismos reales de enriquecimiento.
- Invisibilización de las relaciones de reciprocidad y redistribución. El trabajo con una remuneración baja no tiene reconocimiento. Solo se reconoce como valioso el trabajo muy bien remunerado.
España vive una crisis de empleo, con una parcialidad indeseada, temporalidad y el auge de la economía informal. Antes tener un trabajo era lo que marcaba la diferencia en términos de inclusión social, ahora es necesario tener un “buen trabajo”. La pandemia ha agravado esta situación y ha provocado que muchas familias vivan en un contexto de inestabilidad grave marcado por continuas idas y venidas entre el empleo activo y el desempleo. La covid ha dejado a más de 2 millones de hogares con todos sus miembros en paro y también ha intensificado la problemática del desempleo de larga duración.
La crisis tiene mayor impacto en los empleos informales y en la actividad económica de los sectores más vulnerables. Existe una proporción de desempleados que tienen serias dificultades para entrar en el mercado laboral. Raúl Flores señala cinco factores que explican esta situación:
- La dificultad de los trabajadores de baja cualificación para adaptarse a las necesidades tecnológicas.
- Aumento de la parcialidad y la reducción de horas de trabajo. En muchos casos, esa parcialidad es involuntaria y afecta especialmente a mujeres y jóvenes. Esta realidad es todavía mayor en empleos de baja cualificación, lo que deriva en ingresos insuficientes que impiden salir de la pobreza.
- La inestabilidad laboral se convierte en algo permanente e impide el desarrollo de los proyectos vitales.
- Se produce una polarización de los empleos intensificada por el teletrabajo. Los trabajos de alta o baja cualificación quedan ahora separados por esa barrera telemática que aumenta la percepción de los segundos como menos deseables y de menor prestigio social.
- Con la desaparición de empleos irregulares no cualificados (como consecuencia de la evolución tecnológica), aunque no fuesen lo más deseable, desaparece algo que era tradicionalmente una tabla de salvación para muchas familias.
España vive una crisis de empleo, con una parcialidad indeseada, temporalidad y el auge de la economía informal. Antes tener un trabajo era lo que marcaba la diferencia en términos de inclusión social, ahora es necesario tener un “buen trabajo”.
Flores quiso poner el foco en sectores altamente precarizados en la realidad económica española, apoyada en el sector servicios y en un modelo productivo expuesto a la estacionalidad y la coyuntura económica. En el caso de la restauración, por ejemplo, se observan niveles de cotización a la Seguridad Social muy bajos respecto a otros sectores. Si nos fijamos en el trabajo doméstico, la cotización de sus trabajadoras es un 52 % inferior a la media, en un sector que además oculta mucho trabajo “en negro”.
Otro trabajo invisibilizado en las estadísticas es el de los cuidados a ancianos y niños. Los datos de mujeres que realizan “labores del hogar” son imprecisos: señalan 3,5 millones, pero las cifras reales son mucho mayores. Se calcula que la mujer dedica 1,7 más tiempo que los hombres a las labores de cuidado de los hijos y los mayores. Estas se suman a los empleos fuera del hogar, generan sobrecarga y provocan una mayor exposición a la vulnerabilidad para aquellas mujeres que tienen dificultades para compatibilizar ambos terrenos.
Raúl Flores cerró su ponencia con cuatro conclusiones:
1.- Es necesario señalar y reconocer la utilidad social del empleo de los más pobres y excluidos: agricultura, transporte, hostelería, cajeras… son sectores de empleo sobrexplotados económicamente, aun cuando constituyen actividades esenciales.
2.- Es necesario valorar y compensar el esfuerzo de quienes realizan trabajos que otros no quieren hacer y en condiciones que otros no aceptarían. También existe una invisibilización de los trabajos-no empleos, especialmente cuando hay una división sexual que carga a las mujeres.
3.- El envejecimiento de la población requiere de un mayor número de trabajadores relacionados con los cuidados – muchos tendrán que ser inmigrantes – y es necesario que no nos limitemos como sociedad a cuidar como se pueda, hay que esforzarse en encontrar vías para poder ofrecer los mejores cuidados posibles.
4.- Es importante visibilizar la contribución de quienes trabajan sin tener un empleo. No se debe reducir lo social a una franja minoritaria en la que solo caben las personas con empleo.
Tras la intervención de Raúl Flores, José Manuel Aparicio centró su comentario en la relación entre trabajo y persona, una reflexión entre la ética, la filosofía y la teología. Comenzó su intervención señalando que, en la actual evolución de la cultura, el trabajo ya no es visto como algo que da plenitud a la persona.
De hecho, la Biblia ya ofrece dos imágenes distintas del trabajo. Por un lado, encontramos una imagen que une el trabajo a la expulsión del Edén y sus consecuencias para Eva, que dará a luz con dolor, y Adán, que tendrá que sudar cada día para conseguir el pan. El trabajo queda así vinculado a una condena. Por otro lado, sin embargo, la espiritualidad cristiana cuenta con otra imagen bien distinta, la de san José, al que el evangelista Mateo define como un trabajador artesano. En este caso, el trabajo está vinculado a la virtud.
El debate entre estas visiones contradictorias marca el devenir de una sociedad y ha cambiado a lo largo de los siglos. En el mundo occidental actual encontramos parámetros próximos al de la condena, especialmente en lo relativo al trabajo manual y en la concepción elitista de quien puede vivir sin trabajar. Sin embargo, la doctrina social de la Iglesia se construye sobre la visión opuesta del empleo, la de un san José virtuoso, una figura relevante en el magisterio del siglo XX y especialmente en el de Juan Pablo II. Y es que, como recuerda Aparicio, ya en la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses se pide a los miembros de la comunidad más reacios “que trabajen con sosiego para comer su propio pan”.
La DSI aporta criterios para afrontar la cuestión del empleo y evitar la tentación de escindir la ética de otras disciplinas. Se pone el foco en el valor de las cosas por encima de su fruto y desde un primer momento - ya en la encíclica Rerum novarum - se conecta el trabajo con la economía, incluso situando a la segunda como apéndice de la primera. Lo esencial es que las personas puedan participar en una vida virtuosa y encontrar el desarrollo desde la vida laboral.
José Manuel Aparicio señaló cómo en esta encíclica de León XIII es posible encontrar planteamientos cercanos a la visión central del trabajo en el marxismo, algo que tendrá continuidad en el texto Laborem exercens, de Juan Pablo II, en el que se habla del trabajo como algo constitutivo de la naturaleza humana. La persona, con el trabajo, es capaz de transformar la realidad, dejar su huella en ella y alcanzar la autonomía vital. En esta encíclica se señala cómo a través del trabajo la persona participa en la dimensión creadora de Dios e incluso se vincula el sufrimiento de la vida laboral como una forma de compartir la Cruz de Cristo. Se habla de una espiritualidad contemplativa a través del trabajo.
La Doctrina Social de la Iglesia plantea que el trabajo es una condición connatural de la persona, necesario para su desarrollo. Sin embargo, se da la paradoja que la sociedad occidental de hoy exige un contrato de empleo como peaje para poder acceder plenamente al contrato social. Y el trabajo manual a veces es considerado como un peaje insuficiente. Mientras que la Biblia señala la bondad del trabajo manual de san José, el paradigma tecnocrático de hoy lo considera algo mediocre, de segunda.
José Manuel Aparicio también describió el mundo de hoy como una sociedad en la que se generaliza un modelo “a medias” en el que nunca hay tiempo suficiente para poner la atención en una única cuestión. Los estudiantes estudian “a medias” porque necesitan trabajar para cubrir sus gastos, los padres crían a sus hijos “a medias” porque necesitan centrarse en el empleo para sobrevivir, etc. Una sociedad que se aferra a vivencias superficiales.
Frente a todo esto, Aparicio concluyó su comentario con los tres puntos que permiten distinguir un trabajo precario de un trabajo digno, algo de lo que se hablaba tanto en Laborem exercens como en Centesimus annus:
- Un salario justo.
- Unas condiciones que humanizan y dan prioridad a la persona sobre la labor que realiza.
- La participación del trabajador en los medios productivos.
Concluye con unas preguntas que la transformación del trabajo plantea a la propia reflexión de la Iglesia; ¿No ha sido la gratuidad y la “lógica del don” las que han sustentado las redes que sostuvieron nuestra sociedad en la crisis de los años 2010 y en la reciente pandemia? ¿Cómo explicar la imparable fuerza del voluntariado? ¿Cómo se sitúan los clérigos, figuras de referencia eclesial hasta hace poco, respecto del trabajo?
Tras las dos ponencias, al inicio del turno de intervenciones de los expertos presentes, se dio cuenta de unas notas enviadas por Alfredo Pastor, en las que señalaba la importancia de distinguir empleo y trabajo, remarcaba la importancia social de la remuneración y la paradójica correlación inversa entre lo indispensable de una tarea y su salario. Respecto a la cuestión de los sueldos, indicaba que los bajos salarios no siempre reflejan una baja productividad, sino más bien resultan de que muchos empresarios esperan competir con bajos costes laborales, algo que ya no debería ser posible en España. De hecho, la falta de trabajadores en algunas actividades tiene que ver con bajos salarios y malas condiciones de trabajo. Por último, se anotaba cómo el terreno de los cuidados o la limpieza del hogar suele estar asociado a población inmigrante y de extrema vulnerabilidad, y pedía iniciativas públicas, canalizadas por organizaciones como Cáritas, para reducir la bolsa de parados en España.
La Doctrina Social de la Iglesia plantea que el trabajo es una condición connatural de la persona, necesario para su desarrollo. Sin embargo, se da la paradoja que la sociedad occidental de hoy exige un contrato de empleo como peaje para poder acceder plenamente al contrato social. Y el trabajo manual a veces es considerado como un peaje insuficiente.
Los expertos pusieron el foco en la invisibilidad de una serie de trabajos a los que se tilda habitualmente de “poco cualificados”, pero que requieren unas destrezas y habilidades que van desde lo técnico hasta lo afectivo. Esta situación provoca que los economistas no se interesen por esta cuestión y sean otros los que tengan que cuantificar en términos de empleo la fuerza laboral de trabajos como el reproductivo. En este contexto se hizo referencia a Ángeles Durán y su obra La riqueza invisible del cuidado.
Se hizo hincapié en que la mujer sufre especialmente esa sombra de la falta de reconocimiento, y cómo muchas tienen que renunciar a su desarrollo profesional. Raúl Flores recogió los comentarios para reconocer que no ha llegado aún a la esfera privada el reconocimiento que tuvo la mujer cuando se incorporó al mercado laboral. José Manuel Aparicio también abordó en su turno de réplica la cuestión de la conciliación laboral como una problemática que se modifica en un mundo de teletrabajo, concentración en espacios urbanos y una cultura renovada en la que ambos progenitores se ocupan de la crianza de los hijos.
Para algunos, hay una diferencia fundamental entre los trabajos – aún los más necesarios – y el cuidado de los hijos: la atención a los hijos no admite interrupción o excusas. Se habló del concepto del “cuidatoriado”, una nueva clase social, por debajo del proletariado, que no está organizada y que en muchos casos vive marcada por la precariedad. Frente a ellos, la sociedad debería erigir a la “cuidadanía”. Esta evolución requeriría para algunos romper el triángulo familia - estado - mercado, aportando un nuevo lado, el de la comunidad.
Aquí, se recordó la legislación francesa que desde principios de los años 2000 apuesta por hacer deducibles los costes de los cuidados y así crear empleos de calidad. Frente a eso, el mundo de los cuidados y la limpieza en el hogar está marcada por la irregularidad en España, una situación difícil de gestionar y en la que algunos expertos ponían el foco pidiendo colaboración entre las instituciones españoles y los países de origen.
Y también se habló del trabajo precario y de la realidad de la pobreza laboral, algo que ya se señalaba hace 30 años en países del entorno anglosajón y que ya se ha convertido en un problema estructural en España. Un contexto que tiene su derivada cultural y política y en la que algunos expertos ven el origen de los populismos que dañan algunas democracias de nuestros días.
Esta situación ha llevado a algunos a dejar de trabajar, protagonizando la conocida en Estados Unidos como “gran renuncia”, una paradoja que une la imposibilidad de cubrir ciertos trabajos con la pobreza de otros. En estos casos, el trabajo ha dejado de proveer lo necesario para mantener una vida normal y eso merma también otras cuestiones implícitas al trabajo como la capacidad de desarrollarse personalmente.
El director del seminario, Domingo Sugranyes, concluyó la sesión señalando que todos los fenómenos de transformación del trabajo que se están analizando tienen un aspecto de ambivalencia que abre una ventana para poder actuar. Es desde esa característica desde la que se puede empujar la realidad hacia algo mejor en la línea del bien común.
Como se vio en sesiones anteriores, recuerda Sugranyes, las empresas no son ajenas a los problemas de los descartados de la transformación, pero no pueden resolver solas estas situaciones. Pero tampoco puede hacerlo la sociedad sin contar con las empresas. Por lo tanto, es necesario una colaboración público-privada mayor para afrontar los desafíos de la transformación del trabajo.
Queda abierta la cuestión sobre los trabajos socialmente útiles, pero mal pagados. ¿Se pueden entender como un todo? ¿Por qué, si son esenciales, están mal remunerados? ¿Es una cuestión de oferta y demanda? ¿Se debe a lo que un experto ha llamado el “populismo fiscal”, que reduce los recursos disponibles? ¿Hay relación entre la valoración social y la económica? Asuntos sobre los que se volverá a trabajar a lo largo del seminario. Como también señaló un experto, buena parte de ese trabajo ignorado se produce en el seno de la familia. Es necesario reconoce el valor esencial que tiene la familia en lo económico al tiempo que sufre la presión de los cambios y la desestabilización. También es inevitable recordar que una parte de la población desempleada está compuesta por personas que no quieren trabajar y se mantienen, entre otros recursos, gracias a la solidaridad familiar.
Por último, Sugranyes propuso repensar, como se sugirió en esta sesión, en la dimensión del voluntariado y de la gratuidad. Por ejemplo, como ya se indicó en sesiones anteriores, la prejubilación sin más no puede ser la única solución ante las transformaciones del mercado laboral. Los jubilados tienen la posibilidad de convertirse en punta de lanza de la “cuidadanía” de la que se trató en la sesión, con el debido reconocimiento a un trabajo de cuidados propio de la “seniority”.
Al concluir, ante la realidad de la masa del trabajo ignorado en las estadísticas, y citando a uno de los expertos, el director del seminario se apuntó a la idea de “reconquistar espacios a la cuantificación”, cambiando los criterios de valor que rigen nuestra visión de la actividad humana.
Listado de asistentes en la sesión del 26 de mayo de 2022
- Javier Anitua Echeverría, ex socio de Russell Reynolds
- José Manuel Aparicio Malo, teólogo, Universidad Pontificia Comillas
- Txetxu Ausín Díez, Científico Titular, Instituto de Filosofía, CSIC
- Jesús Avezuela Cárcel, director general de la Fundación Pablo VI
- Agustín Blanco, director de la Cátedra J. M. Martín Patino de la Cultura del Encuentro, Universidad Pontificia Comillas
- Nuria Chinchilla, profesora de Dirección de Personas en las Organizaciones y titular de la Cátedra Carmina Roca y Rafael Pich-Aguilera Mujer y Liderazgo, IESE
- Paul Dembinski, economista, Observatoire de la Finance, Ginebra
- Lorenzo Fernández Franco, catedrático de Sociología, Universidad Complutense
- Raúl Flores Martos, Coordinador del equipo de estudios - Área de Comunicación, Cáritas Española
- Raúl González Fabre, profesor, Universidad Pontificia Comillas
- Arturo Lahera Sánchez, Profesor Titular de Ergonomía & Sociología del Trabajo, Universidad Complutense Madrid
- Enrique Lluch Frechina, economista, Universidad CEU Cardenal Herrera
- Francisco Javier López Martín, exsecretario general, CCOO Madrid
- Melania Moscoso, Investigadora en el Instituto de Filosofía, CSIC
- Alfredo Pastor, economista, profesor emérito IESE[1]
- Domingo Sugranyes Bickel, director del seminario
[1] Alfredo Pastor no estuvo presente en la sesión, pero aportó una serie de notas que fueron leídas públicamente durante la misma.