Nadie cuestiona que, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del presente siglo, se ha producido un desarrollo exponencial de la ciencia y la tecnología.
Sin embargo, y de manera paradójica, la palabra de un tertuliano, de un atrevido político o de un influencer pesa mucho más que el pronunciamiento riguroso y técnico de un experto. Podríamos poner miles de ejemplos. En los últimos años hemos vivido y participado de los movimientos en favor y en contra del denominado cambio climático. Y ahora estamos viviendo todo el planeta una pandemia de coronavirus en la que todos nos sentimos legitimados para opinar acerca de si los ensayos clínicos son o no acertados, si se realizan o no en un tiempo adecuado o si la vacuna será o no efectiva.
Esta desconfianza en la ciencia está intrínsecamente en línea con el proceso de vulgarización que estamos viviendo, con la banalización del conocimiento y con un entorno político, mediático y cultural que favorece el lenguaje sencillo y el discurso liviano. Hace unos años, el escritor Vargas Llosa publicó una obra titulada La civilización del espectáculo, donde trataba con maestría fenómenos como el desprecio hacia las artes y la literatura, el triunfo del periodismo amarillista, la frivolidad de la política y la propensión a una diversión de mera evasión.
Fenómeno que han sabido aprovechar los movimientos populistas (o quizás son ellos lo que han fomentado esta cultura; ya saben aquello de la gallina o el huevo). El populismo se aferra a la emoción y es con ella con la que conquista al pueblo del que, seguidamente, se arroga su portavoz. La ciencia, el saber, exige un razonamiento discursivo en ocasiones muy complejo para el que cada vez, desgraciadamente, estamos menos preparados o quizás menos dispuestos. El intelectual o el tecnócrata termina así por ser etiquetado de élite ilustrada y se le critica que está ausente de las verdaderas necesidades del pueblo.
La desconfianza en la ciencia es una amenaza para el progreso y arruina vidas. En un brillante discurso del Papa Benedicto XVI a la Pontificia Academia de la Ciencias, en octubre de 2010, donde ponía en valor la ciencia en cuanto apasionada búsqueda de la verdad, concluía con estas palabras: el resultado positivo de la ciencia del siglo XXI seguramente dependerá en gran medida de la capacidad del científico de buscar la verdad y de aplicar los descubrimientos de una manera que va de la mano con la búsqueda de lo que es justo y bueno.
En este contexto, la Fundación Pablo VI comienza un nuevo curso con el marcado propósito de generar una actitud reflexiva, crítica y constructiva ante los diversos sucesos que se nos presentan y con un alto compromiso hacia aquello que Romano Guardini denominó en sus Escritos Políticos, la cultura del servicio. Poner en valor los principios básicos de una convivencia en una sociedad moderna y actual requiere un estrecho compromiso con la cultura, con la responsabilidad y con un sentido de comunidad.
Nuestros cursos, foros, seminarios, congresos, y, en suma, el conjunto de acciones y proyectos que integran la Fundación Pablo VI quieren contribuir, con toda la humildad, a ser un espacio de encuentro en el que la ciencia y el saber constituyan pilares esenciales y ejes de confianza en nuestra sociedad.
Jesús Avezuela Cárcel
Director General de la Fundación Pablo VI