Termina el bullicio veraniego que había vuelto con fuerza después de dos de años de apagón. Bastaba con asomarse al centro de las grandes ciudades y ver el aluvión de conciertos y festivales o pasear por las playas donde los hoteles colgaban el cartel de completo. Pero los expertos vaticinaban, ya antes del verano, que esta situación no era más que un trampantojo de la economía y que se preparaba un otoño poco prometedor. Ciertamente, los acontecimientos que estamos viviendo en los últimos meses con la invasión de Rusia en Ucrania y todas las consecuencias económicas que de ello derivan, unido a la resaca de la pandemia padecida, auguran un difícil panorama económico con enormes interrogantes para este próximo curso que ahora iniciamos. Los economistas coinciden en que la alta inflación y los tipos más elevados hacen inevitable una desaceleración de la economía con un fuerte impacto en el empleo y con una muy probable recesión global.
Entretanto, los millennials (y no tan millennials) seguimos coleccionando una crisis tras otra, de lo que se benefician las tesis populistas, como estamos viendo en las últimas elecciones de países en Iberoamérica (Chile, Colombia, …) o movimientos más extremistas, como resulta de las estadísticas de los próximos comicios electorales en Italia. Y es que en los momentos de pesimismo, de desesperanza, existe una natural tendencia a decantarse por cantos de sirena populistas y por explicaciones fáciles en las que se buscan culpables de todos nuestros males (los inmigrantes, los especuladores mercados financieros, …).
Pero decía Kierkegaard que, aunque la vida sólo puede ser vivida hacia adelante, sólo puede ser entendida hacia atrás. Y es, por esto, importante recordar que la generación de nuestros padres y abuelos construyeron un futuro con el objeto de huir y enterrar la miseria económica y el nefasto pasado de dos guerras mundiales (y en España una guerra civil). Así se originó un nuevo orden mundial sobre la base de una Declaración de Derechos Humanos y de unas sociedades fundadas en el Estado de Derecho. Por supuesto que no era una hoja de ruta idílica y unánimemente aceptada: unos la acogieron con ilusión y convicción; otros, quizás, un poco menos conformes o de una manera algo más forzada, pero reconociendo que su aceptación era inevitable para llegar a acuerdos, con la seguridad jurídica que daban las instituciones y seguir, así, avanzando y progresando como sociedad: el miedo al pasado les condicionó su futuro. Ese futuro es hoy nuestro pasado, que quizás vemos ahora con cierta nostalgia, pero que nos tiene que servir para aprender de ese camino que trazaron esas generaciones anteriores.
Son lícitas y naturales la queja y la protesta ante una cuenta del supermercado que aumenta sin que haya variado la lista de la compra; o ante una factura de la luz que es económicamente indecente. Parece evidente que se presenta un otoño difícil con unos precios inabordables, unos salarios prácticamente congelados -si es que tienes la suerte de tenerlos- y un dinero caro que va a afectar muy negativamente al empleo y al consumo. Ello nos va a exigir a todos, cada uno desde su personal posición, un esfuerzo (el enésimo) y un plus de responsabilidad y, probablemente, una modificación de ciertos comportamientos a la hora de calentar nuestra vivienda o de plantearnos nuestro ocio, pues, en definitiva, cada vez tendremos más dificultades para llegar a final de mes.
Pero el modelo populista no es la solución a estos problemas aunque a corto plazo las palabras y mensajes electoralistas nos puedan encandilar. Volviendo al ejemplo de las últimas elecciones de países iberoamericanos, decía un reciente artículo de El País, ‘La expansión del populismo’, de 21 de junio de 2022, que la democracia está siendo desgastada por estas propuestas que, a partir de una elección lícita y con promesas demagógicas, arman un relato que horada las instituciones democráticas propias de un Estado de Derecho, aquellas que garantizan nuestros derechos y libertades. Sin duda habrá que hacer todos los esfuerzos posibles por parte del sector público y del sector privado para doblegar esta situación, pero la superaremos: de la crisis económica terminaremos recuperándonos antes o después. Lo que es difícilmente recuperable es una pérdida de confianza de las instituciones y de los principios y valores que sustentan nuestro Estado.
Jesús Avezuela Cárcel
Director General de la Fundación Pablo VI